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– ¿Has visto al señor Jennsen hoy? -Preguntó Julianne. -¿Cuándo? ¿Dónde?

Porras. En lugar de coser el dobladillo de la capa, debería haberse cosido los labios.

– Nos encontramos por casualidad en el parque.

– Y hablaste con él… -la apremió Sarah cuando Emily no dijo nada.

– Sí.

– ¿De qué? -preguntó Julianne.

– Mmm, la mayor parte del tiempo sobre Romeo y Julieta.

– ¿Habéis hablado de Shakespeare? -inquirió Sarah frunciendo el ceño.

– No, de los cachorros de Diminuta. -Para aplacar su conciencia, que la hostigaba para que fuera más abierta sobre el señor Jennsen, y también porque era muy probable que alguien, como la chismosa lady Calven, repitiera la historia, añadió: -Al menos charlamos de ellos hasta que ocurrió el accidente. -Después de que les relatara lo que había sucedido con el carruaje, Sarah y Julianne la miraron con unos ojos muy abiertos y horrorizados.

– Santo Dios, podrías haber muerto -dijo Sarah con voz temblorosa.

Julianne alargó el brazo y le cogió la mano.

– Estarías muerta de no ser por la intervención del señor Jennsen. Emily, te salvó la vida.

Emily tuvo que contener el suspiro que le subió a la garganta.

– Sí. Lo sé.

Julianne y Sarah intercambiaron otra mirada.

– ¿Te das cuenta de lo que significa eso? -le dijo Julianne con voz queda.

– Bueno, sí, por supuesto. Ya le dije lo agradecida que estaba. Y también lo hizo mi familia.

Sarah meneó la cabeza con impaciencia.

– No, no es eso. Quiere decir que él se preocupa por ti.

Durante varios segundos a Emily pareció detenérsele la sangre en las venas y el corazón le retumbó en el pecho. Pero luego reaccionó y dijo:

– No seas ridícula. El señor Jennsen habría hecho lo mismo por cualquiera.

– ¿Arriesgando su propia vida de esa manera? No lo creo -dijo Julianne con suavidad.

– Pues yo sí -insistió Emily. -Sólo un auténtico bellaco podría haberse quedado allí de pie sin hacer nada.

– Eso prueba lo que vengo diciendo desde hace tiempo -dijo Sarah. -Que Logan Jennsen no es, de ninguna manera, un bellaco. Puede que ahora no pienses tan mal de él.

– Yo no pienso mal de él. -Y no lo hacía, aunque deseaba hacerlo. Los sentimientos y las innumerables emociones que él le inspiraba eran mucho más complejas ahora que cuando él le desagradaba.

Ansiosa por cambiar de tema, compuso una sonrisa.

– Pero todo acabó bien, así que ahora debo concentrarme en la próxima aparición del vampiro y asegurarme de que resulte todo un éxito. Tengo que conseguir que el Times hable de ello, y de ese modo la historia cobrará vida propia. Luego venderé mi relato a algún editor y ganaré una fortuna.

– Y entonces podremos concentrarnos en buscarte un hombre del que puedas enamorarte -dijo Sarah.

Una imagen de Logan Jennsen irrumpió en la mente de Emily y ella la ahuyentó con firmeza, pues por más que le gustara aquel hombre o lo deseara de aquella manera inexplicable e imprudente, no había ninguna posibilidad de que se enamorara de él.

Absolutamente ninguna.

CAPÍTULO 12

Me recuesto sobre las almohadas y extiendo

mis brazos hacia él, que acude a mí ansioso y de buena gana,

sin percatarse ni preocuparse ni un momento del peligro que le acecha.

Mis colmillos comienzan a palpitar y sé que

la sed de sangre que me atraviesa tiene que ser satisfecha esta noche.

El beso de lady Vampiro,

Anónimo

Logan se encontraba bajo las sombras del único olmo que había en el pequeño jardín helado de la parte trasera de la casa de lady Emily. La luna iluminaba la zona con un intermitente resplandor plateado mientras las nubes se deslizaban en el cielo arrastradas por el viento gélido. El aliento de Logan empañaba el aire y, aunque intentaba calentarse las manos soplándose los dedos enguantados, un intenso frío le penetraba la piel.

Aun así, apenas lo sentía mientras observaba la ventana del dormitorio de lady Emily. Una tenue luz titilaba a través de ella, una solitaria vela, supuso, y se preguntó si la joven estaría leyendo o preparándose para irse a dormir. Pensar en Emily, tras esa ventana, quitándose la ropa y deslizándose entre las sábanas suaves con los sedosos mechones de su pelo extendidos sobre la almohada, lo acaloraba de tal manera que parecía que hiciera calor en esa gélida noche de enero.

Había pensado constantemente en ella.

Todo el día. Toda la tarde. En especial desde que había relevado a Simón Atwater, el detective de Bow Street que Gideon envió para protegerla, y ocupara su lugar después de que Emily hubiera regresado de la casa de Sarah. No había visto nada amenazador ni cualquier cosa que resultara sospechosa en los alrededores; lo que esperaba que significara que ella no corría peligro. Sacó el reloj del bolsillo y colocó la pieza de oro bajo un rayo de luna. Poco más de medianoche. Sí, iba a ser una noche larga y fría.

A menos que… Dejó volar la imaginación y pronto imaginó a lady Emily en la cama. Desnuda. Con aquellos hermosos ojos nublados de excitación. Humedeciéndose los labios exuberantes con la lengua. Los pezones oscuros y erectos. Se vio arrodillándose entre sus muslos abiertos, urgiéndola a separarlos todavía más. Se le escapó un gemido ahogado ante la vivida imagen que llenaba su mente de los pliegues femeninos, hinchados y húmedos por el deseo. Por él. Alargó la mano para tocarla…

– ¿Qué demonios está haciendo aquí?

Aquel susurro siseante sonó directamente detrás de Logan que, alarmado, casi soltó un grito. Se dio la vuelta al tiempo que se agachaba, cerrando los dedos en torno a la empuñadura del puñal que llevaba en la bota. Se encontró mirando una capa de piel. Levantó la cabeza de golpe y vio a lady Emily observándolo fijamente.

– ¿Piensa responderme o tiene intención de permanecer arrodillado toda la noche?

Soltando una obscenidad, Logan volvió a deslizar el puñal en la funda.

– ¿Qué demonios está haciendo aquí? -inquirió él en un ronco susurro.

Ella arqueó la ceja.

– Creo que yo he preguntado primero.

– ¿Cómo diablos se le ocurre acercarse a mí de esa manera? -Maldita sea, esa mujer le había hecho envejecer diez años de golpe.

– Dado que usted se me ha acercado a hurtadillas más de una vez, me parece justo devolverle el favor.

– Podría haberle cortado el cuello.

Ella volvió a arquear la ceja.

– ¿Con qué? ¿Con sus reflejos de espadachín?

Molesto consigo mismo y con ella, le lanzó a Emily su mirada más feroz e intimidatoria que, maldita fuera, no pareció intimidarla en absoluto.

– Con el puñal que llevo en la bota -respondió él en tono helado.

Emily resopló.

– Podría haberle golpeado media docena de veces antes de que sacara ese puñal.

Logan apretó los dientes. Maldita sea, ella tenía razón, y eso sólo le exasperaba aún más.

– ¿Qué está haciendo aquí fuera? -preguntó él de nuevo.

– Le vi desde la ventana. Al parecer tiene por costumbre andar escondiéndose por los alrededores. Me acerqué para averiguar qué estaba haciendo aquí fuera. Aparte de intentar cortarme el cuello, claro. -Emily cruzó los brazos sobre el pecho. Logan escuchó un débil taconeo y se dio cuenta de que la joven golpeaba el suelo con el zapato. -¿Y bien?

Por Dios, se sentía como un idiota. Y todo por culpa de ella. Si no hubiera estado tan ensimismado fantaseando con la joven, desnuda, excitada, húmeda y… Logan sacudió la cabeza para disipar la erótica imagen que invadía su mente. Si no hubiera estado distraído con esos pensamientos, Emily no habría podido acercarse a hurtadillas. Consideró mentirle sobre su presencia allí pero, en realidad, no había otra explicación plausible, salvo la verdad, de por qué estaba en el jardín a medianoche.