Se incorporó y puso las manos en los hombros de Emily para frotarle enérgicamente los brazos de arriba abajo.
– Pronto entrará en calor -dijo él, sin dejar de frotarle los brazos mientras se negaba a pensar en el hecho de que la estaba tocando. Y en lo menuda y delicada que era bajo sus manos.
– ¿Y cómo entrará usted en calor? -preguntó ella, mirándolo a los ojos y con la barbilla aún temblándole por el frío.
«Gracias a ti siento como si mi piel estuviera en llamas.»
– Estoy acostumbrado al frío. No me molesta demasiado.
Un fuerte estremecimiento la sacudió de los pies a la cabeza y él tuvo que combatir el abrumador deseo de estrecharla entre sus brazos y calentaría con algo más interesante que un masaje.
– ¿Cómo se acostumbra alguien al frío? -preguntó ella con los dientes castañeteando.
Él vaciló y luego se encogió de hombros.
– Cuando uno pasa demasiadas noches durmiendo en la calle, acaba acostumbrándose a la incomodidad. -No añadió que uno acababa por acostumbrarse a todo con tal de sobrevivir un día más.
Emily le lanzó una mirada compasiva y él negó con la cabeza.
– No sienta lástima por mí. No lamento ninguna de esas adversidades. Me han convertido en lo que soy ahora. -Esbozó una media sonrisa. -Ya sabe, un grosero americano.
La simpatía en los ojos de Emily dio paso a una expresión de timidez. Resultaba evidente que iba a decirle algo, pero justo en ese momento él cogió sus manos entre las suyas y se las llevó a los labios. Sin dejar de mirarla a los ojos, Logan lanzó un largo suspiro contra los dedos femeninos.
– ¿Va entrando en calor? -preguntó, pronunciando las palabras contra los guantes de Emily.
La mirada de la joven se desvió de sus ojos a sus labios, y Logan tuvo que contener un gemido. Maldición, lo miraba de una manera tan intensa que parecía como si le hubiera besado de verdad. Volvió a mirarle a los ojos.
– Sí, voy entrando en calor -susurró ella.
El soltó otro largo suspiro y alargó la mano para rozar la fría mejilla de Emily con la yema de un dedo.
– ¿Siente ya la cara?
– S… sí.
Santo Dios, Logan quería seguir tocándola, pero dado el perjudicial efecto que esa mujer ejercía sobre su control, sabía que no debería hacerlo. Aunque no parecía poder detenerse. Lo haría… pero todavía no. A pesar de la tentación que ella representaba, él siempre lograba controlar todos los aspectos de su vida, y éste no sería una excepción. Así que se controlaría.
Le soltó las manos y buscó el cierre delantero de la capa.
– El fuego calienta más ahora. Entrará en calor antes si se quita esto.
Emily permaneció inmóvil y en silencio mientras él le desabrochaba la prenda y se la deslizaba lentamente por los hombros y los brazos, revelando un vestido de color azul que recordaba al mar bajo la cálida luz del sol. Logan deseó al instante que la estancia estuviera mejor iluminada para poder distinguir la manera en que aquel color resaltaría aquellos ojos de ninfa, igual que resaltaría una aguamarina bajo una esmeralda.
Un sutil olor a flores y azúcar le inundó las fosas nasales, y Logan inspiró profundamente para captar mejor aquel elusivo perfume. Maldición, cada vez que lo olía quería enterrar la cara en la dulce curva donde el cuello de Emily se unía a su hombro, y simplemente inhalar su esencia hasta que lograra comprender cómo era posible que la joven oliera de una manera tan deliciosa.
Sin apartar la mirada de ella, dejó la capa encima de la silla más cercana y le cogió la mano. Le quitó el guante con lentitud y lo dejó sobre la capa. Luego envolvió la mano de Emily entre las suyas y comenzó a masajearla suavemente.
La joven respiró hondo y soltó el aliento en un largo suspiro.
– Oh, Dios mío -susurró ella. -Eso que hace es maravilloso.
No cabía duda de que lo era. Si alguna vez había tocado una piel más suave que la de ella, no lo recordaba. Le quitó el otro guante y le frotó la mano suavemente, acariciando cada delicado dedo con un largo y lento masaje.
– ¿Se siente mejor?
Ella se humedeció los labios con la punta de la lengua, un toquecito rosado que envió toda la sangre de Logan a su ingle y que casi le hizo perder ese control del que tan orgulloso estaba.
– Sí -susurró ella.
Apretando los dientes, Logan se obligó a soltarla y dando un paso atrás se giró hacia el fuego.
– Bien. En ese caso… -«Vete. Sal de aquí mientras puedas.» Sólo Dios sabía que eso era mucho más fácil de decir que de hacer. En vez de eso, se limitó a decir: -Bueno, ahora sí que tomaré ese brandy.
Logan escuchó el susurro del vestido de Emily cuando ésta se dirigió al aparador, pero no la miró para probarse a sí mismo que podía contenerse. Se quitó el abrigo y lo dejó en el sillón de orejas.
– Aquí tiene -dijo ella con suavidad. Logan se giró, dado que ahora no tenía más remedio que hacerlo, y contuvo un gemido. Emily estaba preciosa. Mientras que la luna la bañaba con su luz plateada, la luz del fuego arrancaba destellos dorados y rojizos del brillante pelo de la joven. Con la mirada clavada en la de ella, alargó la mano para coger la copa. Los dedos de ambos se rozaron, y Logan apretó los dientes ante el escalofrío que le subió por el brazo. Maldición, era ridículo que se sintiera tan excitado por un simple, inocente e insignificante roce.
Se obligó a volverse hacia el fuego y tomó un largo trago de brandy, degustando el líquido ardiente que le bajó por la garganta y le calentó el estómago. No fue una reacción muy bienvenida, ya que no necesitaba sentir más calor en el vientre. Dejó la copa con rapidez sobre la repisa de la chimenea.
– Tenía razón -dijo él, mirando las llamas, -es un brandy excelente.
– Me alegro de que le guste, aunque no entiendo cómo puede soportarlo. Yo lo probé una vez. -Por el rabillo del ojo, él vio cómo ella se estremecía. -Arggg, es así como imagino que saben los peores venenos. Sabe incluso peor que los infames pasteles de hierba.
Sin poder contenerse, él giró la cabeza hacia ella. Emily estaba mirando el fuego con las manos extendidas para absorber el calor de las llamas, aunque él no podía explicarse cómo podía seguir teniendo frío. Entre el cálido fuego de la chimenea y el que le inspiraba la cercanía de la joven, se sentía como si estuviera a punto de estallar en llamas.
– ¿Pasteles de hierba? -repitió él.
Emily se giró hacia él y sus miradas se cruzaron. Logan sintió al instante la fuerza de esos ojos, como si se sintiera atraído a las profundidades del mar.
Ella asintió con la cabeza.
– Un pastel hecho de hierba. De ahí el nombre.
– ¿Dónde demonios ha visto tal incongruencia culinaria? ¿Y cómo es posible que se atreviera a probarlo?
– Esos pasteles eran una de las recetas que preparaba en el jardín de nuestra hacienda en Kent. Tenía siete años. Los hice porque me gustaban mucho las espinacas y, bueno, la hierba es muy parecida. Sin embargo, no tardé en descubrir que la hierba, en especial cuando se mezcla con la tierra del jardín, no sabe en absoluto como las espinacas. -Curvó un poco los labios. -Intenté engatusar a Kenneth para que probara mi obra maestra, pero huyó despavorido.
– Chico listo. Yo habría hecho lo mismo. -Un estremecimiento recorrió a Logan. -No me gusta nada la comida verde.
– ¿Ni siquiera los espárragos?
– No.
– ¿El brócoli?
– El brócoli aún menos.
– ¿Los guisantes?
– Son casi tolerables, siempre y cuando no los sirvan como puré, que es lo que suelen hacer los británicos.
– Oh, ¿prefiere los guisantes duros?
– En realidad, prefiero no probarlos.
– Mmm. ¿Sabe en qué le convierte eso?
– ¿En un hombre muy listo?
– En un hombre que odia la comida verde.