Él consideró la cuestión, luego asintió con la cabeza.
– Es un título merecido, aunque no llega a la grandiosidad de campeón invicto de cazadores de ranas.
– ¿Le gustan las nueces?
– Si no son verdes, sí. Además, ¿a quién no le gustan las nueces?
– A mí, desde luego, sí. Y, por fortuna para nosotros, también le gustan a mi padre.
– ¿Y por qué eso es una suerte para nosotros?
Como única respuesta, Emily cruzó la estancia hacia el enorme escritorio de caoba situado delante de las librerías que flanqueaba la puertaventana. Logan la observó abrir un cajón y sacar una caja metálica cuadrada.
– Es una suerte para nosotros -dijo ella mientras regresaba junto a la chimenea -porque mi padre siempre guarda en la biblioteca un suministro secreto de nueces de la receta especial de nuestra cocinera.
– Es evidente que su padre tendrá que buscar un nuevo escondite.
Emily se rio, y Logan se encontró a sí mismo fascinado e incapaz de apartar la mirada.
– Oh, está cambiándolas de sitio siempre. Pero soy una experta en descubrirlas. Esta vez las ha guardado en el cajón del escritorio, un lugar muy evidente, sin duda pensando que no se me ocurriría mirar en un escondite tan fácil. -Quitó la tapa de la caja y se la tendió. -Le aseguro que jamás ha probado nada tan delicioso.
Logan cogió una nuez y la sostuvo ante el fuego para verla mejor.
– ¿Qué es lo tiene encima? -Ladeó la cabeza y le dirigió al fruto seco una mirada suspicaz. -No estará recubierta con tierra y hierba del jardín, ¿verdad?
– No. Además, ésa es mi receta secreta, no la de la cocinera. Pruébela y verá.
Logan la miró de reojo.
– Y usted, ¿no va a coger una?
– Claro que voy a cogerla. Aunque una vez que empiezo, me resulta casi imposible detenerme. Además, no es de buena educación que la anfitriona se sirva antes que los invitados.
Él le lanzó una mirada al extraño aspecto de la nuez recubierta con sólo Dios sabía qué cosa, luego señaló la caja con la cabeza.
– Primero usted.
Emily se rio.
– ¿Siempre es tan desconfiado?
– En realidad, sí.
Ella chasqueó la lengua.
– No se puede vivir así.
– No estoy de acuerdo, pues me ha ido bien hasta ahora. ¿No se da cuenta su padre de la súbita falta de nueces?
– Oh, sí. Pero cree que mi madre es la culpable y, como jamás le niega nada, finge que no se da cuenta.
– Ya veo. Pero es usted la que se apropia de las nueces que se ha reservado su padre.
– Me temo que soy culpable del cargo que se me imputa.
– ¿Por qué piensa su padre que es su madre la que le roba las nueces?
Los ojos de Emily brillaron con picardía mientras la joven esbozaba una sonrisa.
– Puede que yo se lo haya insinuado. Logan estuvo a punto de estallar en carcajadas, pero se contuvo y le dirigió a Emily una mirada de reproche.
– ¿Sabe en qué la convierte eso?
– ¿En una mujer ingeniosa?
– En una cuentista y en una ladrona. Debo decirle, lady Emily, que me ha sorprendido.
– En absoluto. Lo que está es asustado. De esa diminuta nuez que sostiene entre los dedos. Debo decirle, señor Jennsen, que me ha sorprendido.
Maldición. Le había salido el tiro por la culata. Odiaba que le ocurriera eso. Logan soltó un suspiro exagerado y miró la nuez que sostenía en la mano.
– Es evidente que sólo hay una manera de redimirme.
– Cierto. Pero si le sirve de consuelo, le aseguro que le gustará.
El se volvió y la miró de frente. El calor del fuego crecía entre ellos. Logan sólo tendría que estirar el brazo para tocarla, para sentir esa piel sedosa que le tentaba como el canto de una sirena.
– ¿Y si no me gusta? ¿Qué me dará a cambio? -preguntó él con suavidad.
Ella inspiró bruscamente y pareció que sus ojos se oscurecían. De repente, Logan sintió como si el aire que los rodeaba se hubiera vuelto húmedo, caliente y espeso por la tensión. Y por el deseo. Dios sabía que él era dolorosamente consciente de que estaban solos. De lo cerca que estaban el uno del otro. De lo hermosa que era Emily. De cuánto deseaba besarla. Tocarla. Estrecharla contra su cuerpo. Oírla gemir profundamente al derretirse entre sus brazos.
– N-no creo que haya que considerarlo siquiera. Le gustará seguro.
– Quizá. Pero soy un hombre que prefiere estar preparado ante cualquier eventualidad.
– Entiendo. Pero me temo que no tengo nada más que ofrecerle a cambio.
Sin pensarlo siquiera, él podría enumerarle una docena de cosas que ella podría ofrecerle. Incapaz de resistirlo más, Logan alargó la mano libre y le pasó la punta del dedo por la suave mejilla. La piel de Emily era como cálido terciopelo.
– Qué pena. En ese caso, aceptaré una prenda. De mi elección. Que reclamaré más tarde.
Ella se apartó de su mano y entrecerró los ojos.
– Pero eso es un escándalo. ¡Podría pedir cualquier cosa que se le antojara!
Él curvó una de las comisuras de su boca.
– Sí, podría. Pero si tan segura está de que me va a gustar… -Logan sostuvo en alto la nuez, -no hay razón para que se niegue.
Emily frunció los labios.
– Es evidente que me toma por tonta, señor Jennsen. Sin embargo, dada mi vasta experiencia con cinco hermanos traviesos, no soy tan ingenua como para que consiga convencerme de aceptar una apuesta que podría acabar en desastre.
– De acuerdo. La prenda deberá ser algo razonable.
– Mejor, pero sigue sin ser aceptable.
El consideró la cuestión durante varios segundos.
– Vale, usted tendrá que estar de acuerdo con la prenda que elija -dijo finalmente.
– ¿Y si no es así?
– En ese caso tendré que elegir otra cosa que usted considere más conveniente.
– ¿Y si no me gusta la segunda elección?
– Entonces tendría que continuar sugiriendo prendas hasta dar con algo que la satisfaga. ¿Recibe eso su aprobación?
Ella lo consideró un momento y luego asintió con la cabeza.
– Sí, eso me parece aceptable.
– Entonces trato hecho. -Logan le tendió la mano y, tras una breve vacilación, Emily se la estrechó. Las palmas de ambos se tocaron y una cálida sensación subió por el brazo de Logan. Bajó la mirada. Su enorme mano morena parecía engullir la de ella, más pálida y menuda. Maldita sea, le encantaba ver los delicados dedos de Emily envueltos en los suyos, sentir la calidez que emanaba de la suave palma anidada en la suya.
En lugar de soltarle la mano tras una breve sacudida, él se la llevó a los labios y le besó suavemente el dorso de los dedos.
La piel de Emily parecía satén y conservaba un leve perfume a flores y a azúcar.
– Es usted una negociadora nata -dijo.
Ella suspiró de una manera que hizo que la sangre de Logan fuera directa a su ingle.
– Como le he dicho, tengo mucha experiencia. -Le soltó la mano y luego señaló la nuez con la mirada. -Ahora le toca a usted, señor Jennsen.
– Logan. Ante el espíritu amigable de nuestras palabras y la satisfactoria apuesta a la que hemos llegado tras tan intensas negociaciones, creo que podemos tutearnos. ¿No te parece?
– Lo que creo, señor Jennsen, es que vuelve a buscar pretextos ante el temor que le provoca esa diminuta nuez.
Sin dejar de mirarla a los ojos, Logan se llevó la nuez a la boca. Un untuoso y dulce sabor le estalló en la lengua. Mordió, sorprendido por la inusual consistencia de aquel fruto seco, que parecía crujiente y suave a la vez. El sabor le inundó la boca, tan delicioso que casi gimió en voz alta. Sin apartar la mirada de Emily ni un momento, masticó lentamente y tragó.
– ¿Y bien? -preguntó ella con una sonrisa socarrona insinuándose en las comisuras de sus labios.
– No me ha gustado.
– ¿Acaso no era verdad? Le había encantado. Y se aseguraría de conseguir la receta para que su propia cocinera pudiera prepararla.