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«Emily, Emily, Emily.»

Ella le recorrió el miembro con los dedos y él no pudo contener un gemido gutural. Emily se detuvo.

– ¿Te he hecho daño?

– No. Dios mío, no. No te detengas. -«No te detengas nunca. Sigue tocándome. Porque jamás he sentido nada tan bueno.»

Las suaves manos de la joven continuaron acariciándole, conduciéndolo cada vez más cerca de una liberación que él no podía contener por más tiempo. Cuando estaba a un solo latido de derramarse, la sujetó por las muñecas.

– Basta. -Esa palabra fue todo lo que pudo decir. El deseo, puro y salvaje, lo dominaba con una intensidad que jamás había conocido, haciéndole olvidar todo lo que no fuera la desesperación por satisfacerlo. Tenía que tenerla.

«Tengo que tenerla. Ya.»

La instó a tumbarse de espaldas y le subió las faldas hasta la cintura. Tenía que tenerla. Que sentirla. Que verla. Que poseerla. La impaciencia con que le bajó los calzones debería haberle horrorizado, pero en vez de eso avivó aquel oscuro deseo voraz que le consumía. Apartó a un lado la delicada tela de algodón, y le cogió las rodillas para levantarlas antes de separarle las piernas.

Protegido por un triángulo de rizos oscuros, el sexo de Emily brillaba bajo la dorada luz del fuego; los pliegues hinchados lo atraían como un tesoro a un ladrón. El femenino perfume almizcleño unido a su olor a flores y azúcar inundó la cabeza de Logan. Con un gruñido vibrando en su garganta, puso las pantorrillas de Emily sobre sus hombros, le levantó las nalgas e inclinó la cabeza.

Jugó con ella sin piedad, con la boca y la lengua y con sus dedos implacables; deslizando, penetrando, lamiendo y chupando.

La respiración de Emily se volvió cada vez más jadeante y sus movimientos más frenéticos. Cuando Logan sintió que ella estaba a punto de llegar al éxtasis, introdujo dos dedos en su interior y succionó el excitado botón que coronaba el sensible sexo de la joven.

Emily lanzó un grito de asombro y se aferró a los hombros de Logan mientras palpitaba en torno a sus dedos. El levantó la cabeza y supo que jamás había visto nada más bello, erótico o excitante que Emily poseída por la pasión.

Cuando los espasmos de la joven se apaciguaron, las crueles exigencias de su cuerpo abrumaron a Logan. Retiró los dedos de su sexo y, antes de que pudiera pensar en las innumerables razones por las que no debería hacer aquello, se deslizó sobre ella y colocó su erección en la cálida cuna de sus muslos.

Respirando entrecortadamente, se apoyó en los codos y bajó la mirada. Su miembro estaba entre ellos, anidado contra el monte de Venus de Emily. El deseo -desnudo, salvaje, implacable y diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado antes -martilleaba en su cuerpo, arrancándole hasta el último vestigio de pensamiento coherente. Tenía que poner fin a esa tortura. Tenía que hundirse en aquella cálida y ceñida funda. Tenía que sentir cómo aquella aterciopelada suavidad le rodeaba. Terminar con aquella profunda soledad, con aquella dolorosa necesidad que le obsesionaba desde hacía tres meses.

Cerró los ojos y se rozó contra ella. Fragmentos de oscuro placer lo atravesaron como un rayo y, con el corazón retumbándole en el pecho, se dispuso a penetrar en ella. En ese momento se quedó paralizado ante la increíble sensación de los dedos de Emily cerrándose en torno a su miembro. Abrió los ojos y bajó la vista. Vio que sus dedos pálidos le acariciaban. Levantó la mirada hacia su rostro. Los hermosos ojos de la joven todavía mostraban la expresión nublada de una mujer satisfecha, y Logan se ahogó en esa mirada.

Emily volvió a acariciarlo y él no pudo evitar empujar contra esa mano. Había pasado demasiado tiempo y había estado al borde del éxtasis lo que le parecía una eternidad, por lo que no pudo contenerse ni un instante más. Empujó de nuevo y se estremeció ante el clímax que le atravesó, atormentando su cuerpo con una oleada de convulsiones.

Cuando finalmente cesaron, Logan apoyó su frente en la de ella y luchó por controlar su jadeante respiración. Por controlarse a sí mismo. Durante varios largos segundos inhaló la esencia de Emily que se estremecía bajo él.

Entonces la realidad -y el sentido común -regresaron con la fuerza de un golpe en la cabeza. Logan se quedó paralizado.

Maldita sea, ¿qué condenada locura le había poseído? Si ella no le hubiera tocado, y si él no se hubiera derramado en consecuencia, habría arrebatado la virginidad a la joven. Sin duda alguna, había comprometido su reputación por completo.

Logan no era un hombre temerario, pero había algo en Emily que le hacía sentir de esa manera. Que lo impulsaba a actuar de ese modo. Que le hacía decir y hacer cosas que normalmente no haría. No era perfecto, pero intentaba vivir honradamente y, desde luego, no tenía la costumbre de ir levantándoles las faldas a jóvenes inocentes.

Se apartó de ella con un gemido, dando un respingo para sus adentros al ver la prueba de su liberación brillando sobre el vientre de Emily. No había sufrido tal pérdida de control desde que era un muchacho imberbe. Pero tenía que agradecer a Dios que la caricia de Emily hubiera provocado eso, pues, de otra manera, ella habría dejado de ser virgen. Aunque técnicamente seguía siéndolo, Emily había perdido gran parte de la inocencia en sus manos. Y en su boca. Y, por lo que a él concernía, el hecho de que no hubiera completado el acto dentro de su cuerpo era irrelevante. Su intención había sido hacerlo, y había estado a un suspiro de penetrarla.

Se culpó a sí mismo. ¿Qué demonios le pasaba? Pero incluso mientras se hacía esa pregunta, ya sabía la respuesta. Emily era lo que le pasaba, esa mujer a la que deseaba con una pasión que no entendía ni había sentido antes. Pero a pesar de saberlo se sentía culpable y responsable por sus propias acciones. No era culpa de ella que casi le dejara paralizado por la lujuria. Emily era una educada joven de la aristocracia, y él se había abalanzado sobre ella con una absoluta falta de delicadeza, tratándola como si fuera una furcia barata.

Le palpitó un músculo en la mandíbula y, sin más contemplaciones, alargó el brazo para coger su chaqueta y sacó un pañuelo del bolsillo. Emily se incorporó sobre los codos y observó en silencio cómo él le limpiaba la prueba de su pasión. Cuando terminó, Logan le alzó el corpiño para cubrirle los pechos y le bajó las faldas hasta los tobillos. Luego le tendió los arrugados calzones. Cogió la camisa y se puso en pie. Le dio la espalda para que la joven acabara de arreglarse con un mínimo de intimidad.

Después de meterse la camisa por la cabeza, se la remetió en el pantalón y se lo abrochó. Acababa de ponerse la chaqueta cuando oyó el susurro de las faldas de Emily a su espalda. Respiró hondo y se dio la vuelta.

La imagen de la joven con el pelo despeinado, los labios hinchados por sus besos y los ojos enormes, le encogió en corazón. Y le hizo sentir todavía más bastardo de lo que ya se sentía.

– Señor Jennsen… ¿Está… bien?

Logan se rio sin humor.

– Después de lo que acaba de ocurrir entre nosotros, ¿no crees que podrías tutearme y llamarme Logan? Porque yo sí tengo intención de llamarte Emily.

Ella se humedeció los labios y asintió con la cabeza.

– Muy bien, Logan. ¿Estás… bien?

Aquella pregunta inflamó su temperamento, llenándolo de rabia, pero más por sí mismo que por ella. Por haber permitido que la situación se descontrolara de esa manera. Por haber perdido el control. Por olvidarse de todo excepto de ella, y de la fogosa pasión y el profundo deseo que la joven le inspiraba. Había sido un error entrar en la casa, una equivocación entrar en la biblioteca. Había sido incorrecto tocarla. Lo sabía, pero lo había hecho de todas maneras. Y ahora tenía que pagar las consecuencias.

Y a un precio elevado.

– En realidad no, no estoy bien.

– Sí. De eso ya me doy cuenta. ¿Estás… enfadado?

Logan asintió con la cabeza.

– Lo estoy, pero no contigo. Sólo conmigo mismo.