– ¿Por qué me lo preguntas?
Algo parecido a la sospecha brilló en los ojos de Logan, y Emily temió que la pregunta no hubiera sonado tan casual como había pretendido.
– Sólo te lo preguntaba porque tengo intención de asistir. Si vas, quizá podrías reservarme un vals.
Aquella petición la pilló desprevenida por completo. Logan nunca le había pedido un baile con anterioridad. De hecho, jamás le había visto bailar con nadie.
– Yo… creía que no sabías bailar.
– No domino los bailes ingleses, pero me defiendo bastante bien con el vals.
Emily no podía negarle que iba a ir, pero cielos, lo último que necesitaba era que Logan estuviera observando cada uno de sus movimientos mientras esperaba bailar un vals con ella.
– Asistiré, pero no estoy segura de a qué hora llegaré ni de cuándo me iré -dijo, maldiciéndose interiormente por lo poco convincente que había sonado incluso a sus propios oídos.
La mirada de Logan pareció taladrar la de ella durante varios segundos y, aunque mantuvo una expresión impasible, Emily casi pudo oír lo que estaba pensando, algo como: «¿Qué estará tramando esta mujer?» Lo más probable es que eso fuera precisamente lo que ella hubiera pensado de haber estado en su lugar. De hecho, sentía como si tuviera grabadas en la cara las palabras «estoy tramando algo».
– Bueno, si no llegas muy tarde ni te vas muy temprano, nos veremos allí -dijo él con suavidad.
Ella forzó una sonrisa.
– Sí, quizá.
Logan la miró fijamente y ella se las arregló como pudo para sostenerle la mirada.
– Cierra la puertaventana después de que salga -murmuró él antes de salir y desaparecer en la oscuridad.
Emily cerró los paneles de cristal y, apoyando la frente contra el frío vidrio, apretó los párpados con fuerza. Una serie de imágenes desfiló por su mente, dejando un rastro ardiente. Las manos de Logan y su boca sobre ella. Sus manos tocándolo. La deliciosa presión de su cuerpo sobre el de ella. La magia que le había hecho sentir y de la que sólo había leído hasta ese momento. El tipo de magia que Sarah, Carolyn y Julianne conocían tan bien. Una magia que Emily jamás había esperado experimentar hasta que se casara.
Pero ocurría algo cada vez que Logan la tocaba. Algo que le hacía olvidarse de todo lo que no fuera él.
Y ahora Logan estaba en el jardín. Velando por ella. Después de que le hubiera hecho disfrutar del placer más intenso que hubiera conocido nunca y que jamás hubiera imaginado posible a pesar de todas sus escandalosas lecturas. Después de haberle propuesto matrimonio.
Las palabras de Logan irrumpieron en su mente. «Entonces no pienses en mí.»
Emily lanzó un largo y profundo suspiro. Ojalá fuera posible. Pero sabía que las posibilidades de expulsarlo de su mente aunque sólo fuera un instante eran más bien escasas.
O en todo caso, nulas.
En cuanto salió, Logan sintió que no estaba solo. Se agachó con rapidez y sacó el puñal de la bota. Luego se quedó inmóvil con la espalda pegada a la fachada de la casa. Cubriéndose la boca con la mano enguantada para que no fuera visible el vaho de su aliento, escudriñó la zona. No vio nada extraño, pero todos sus instintos le advertían de que alguien acechaba cerca de donde él estaba.
Sus sospechas se vieron confirmadas un minuto después, cuando oyó un crujido que provenía del otro lado de la terraza. Se puso en pie lentamente y estiró el cuello, pero no pudo ver nada por encima de los altos setos que separaban la terraza del jardín. Levantó la mirada y se dio cuenta, consternado, de que el dormitorio de Emily estaba justo encima de donde había oído el ruido.
Con el puñal en la mano, Logan se movió con cautela, procurando no pisar ninguna ramita u hojarasca que delatara su presencia. Sólo había dado dos pasos cuando percibió un olor en el aire frío.
Se detuvo e inspiró profundamente. Reconoció el inconfundible aroma de una cerilla. Entrecerró los ojos. Excelente. Si el bastardo fumaba, lo pillaría desprevenido.
Continuó avanzando, abriéndose paso alrededor de la terraza. Dobló la esquina y se detuvo de nuevo al ver un tenue resplandor anaranjado justo detrás de la siguiente esquina. Era un resplandor demasiado grande para provenir de un simple cigarro. Percibió el olor a humo y el corazón se le detuvo en el pecho al comprender lo que era: fuego.
Echó a correr lo más deprisa que pudo y segundos después doblaba la siguiente esquina. Vio a una figura encapuchada que se alejaba corriendo de las llamas hambrientas que ascendían directamente hacia el balcón de Emily.
Logan corrió a toda velocidad hacia allí, quitándose el abrigo de un tirón. Resultaba evidente que acababan de encender el fuego, pero había prendido con tal rapidez que lo más posible era que el muy bastardo hubiera empapado los leños y el área circundante con un líquido inflamable, tal vez queroseno por el olor que desprendía. Lanzó el abrigo sobre el fuego y pateó la hierba que la voluminosa prenda no había cubierto. Cuando apartó el abrigo de una patada para comprobar si el fuego se había extinguido, levantó la mirada y divisó a la figura encapuchada doblando la esquina de la última casa de la calle.
Apretando los labios en una línea sombría, Logan se aseguró de que el fuego se hubiera apagado del todo antes de echar a correr detrás del pirómano. Cuando dobló la esquina por la que lo había visto desaparecer, se detuvo en seco. Miró a derecha e izquierda pero no vio ninguna señal del bastardo. ¡Maldición! Luego miró hacia el parque de enfrente y divisó una capa ondeante.
Cruzó con rapidez Park Lañe y entró en el parque, corriendo a toda velocidad. Al ver al malhechor delante de él, se obligó a correr más deprisa, observando con satisfacción que estaba ganándole terreno. Sus esperanzas de alcanzarle se duplicaron cuando el hombre trastabilló y se cayó al suelo de grava.
Sin embargo, se levantó en un segundo. Maldición, el muy bastardo era más rápido que el viento y Logan se esforzó por no perder los pocos segundos que le había ganado cuando su presa cayó. A pesar de sus esfuerzos, le perdió de vista en una curva del camino flanqueada por árboles, y cuando Logan llegó allí, el pirómano había desaparecido. Mascullando una imprecación, continuó avanzando, pero al no ver señal del individuo, se detuvo.
En ese mismo instante, un disparo resonó en el aire. Una punzada ardiente atravesó a Logan que se dejó caer al suelo con un gruñido, cubriéndose la parte superior del brazo izquierdo con la mano derecha, donde sentía aquel dolor candente. Un líquido, cálido y viscoso, le empapó la palma de la mano, confirmándole que había resultado herido.
Antes de que pudiera determinar la gravedad de la herida, oyó el débil sonido de unos pasos apresurados alejándose de él, lo que le hizo ponerse en pie. Delante, vio la capa ondeante del hombre que buscaba. Comenzó a correr tras él pero, unos segundos después, el pirómano se montó en el caballo que le estaba esperando. Desapareció en la oscuridad, y Logan supo que era inútil seguir persiguiéndolo.
Frustrado y tan enfadado que casi podría masticar vidrio, se movió bajo las sombras de los olmos y se quitó la chaqueta para comprobar la herida del brazo. Tras un rápido examen, soltó un suspiro de alivio. Sólo era un rasguño. Pero dolía como los fuegos del infierno. Maldición, ya había olvidado cuánto dolían ese tipo de heridas. De hecho, había esperado no tener que volver a experimentarlas.
Se arrancó de un tirón la destrozada manga de la camisa e improvisó un vendaje con ella, luego volvió a ponerse la chaqueta. El frío le puso la piel de gallina, pero apenas notó la incomodidad que suponía mientras echaba a correr de nuevo hacia la casa de Emily.
Cuando llegó, se acercó de inmediato al lugar donde se había originado el fuego. El olor a humo salía de debajo de su destrozado abrigo. Se agachó y levantó con cuidado una punta de la prenda. Salió una voluta de humo, pero no quedaban brasas encendidas bajo la tela.