¿Se dejaría ver el bastardo en la fiesta de los Farmington esa noche?
– Sin duda, eso espero -masculló Logan. -Porque créeme, te estaré esperando.
Después de terminar de desayunar, se dirigió a su estudio donde le esperaba Adam. Tenían mucho trabajo que hacer, gran parte del cual su secretario tendría que acabar sin él ya que esa mañana Logan tenía que ir a ver a Gideon a su despacho de Bow Street para ponerle al corriente del incendio de la noche anterior en el jardín de la casa de Emily.
Logan giró el pomo de latón de la puerta del estudio y el panel de roble se abrió en silencio. Adam estaba inclinado sobre el escritorio de Logan, rebuscando en el contenido del cajón superior.
– ¿Buscas algo? -preguntó Logan, entrando en el estudio.
Adam se enderezó. Logan pensó que el joven parecía ruborizado. Esperaba que no fuera porque tuviera fiebre.
– Una plumilla -dijo Adam, sosteniendo una en alto. -La mía se ha roto.
Logan miró la plumilla de plata y luego frunció el ceño ante el vendaje que le cubría la mano.
– ¿Qué te ha sucedido en la mano?
Adam bajó el brazo y se encogió de hombros.
– Nada grave. Es sólo una quemadura sin importancia. -Sonrió. -Maldita tetera. -Cerró el cajón de Logan y se encaminó con rapidez a su escritorio, que estaba situado perpendicular al de Logan. Cogió una gruesa carpeta y dijo: -Tengo las facturas para el proyecto del hospital. Tenemos que…
– Hoy has vuelto a llegar tarde.
Un profundo rubor inundó el rostro del joven.
– Sí, señor. Lo siento. Me quedaré hasta la noche para recuperar el tiempo perdido.
– No es necesario. Ni siquiera sé por qué lo he mencionado. Pero ayer también te retrasaste por la tarde…
– Me disculpo de nuevo. Como le expliqué, me retuvieron mucho tiempo en Lloyd's.
Logan asintió con la cabeza, aunque se preguntó si algo que no tuviera que ver con el trabajo estaría perturbando a Adam. Parecía preocupado. Por supuesto, su secretario podía pensar lo mismo de Logan, y no se equivocaría. Quizás Adam estuviera volviéndose tan loco por una mujer como lo estaba Logan. En ese caso, no podía menos que compadecer al joven.
Se sentaron a trabajar y, durante una hora, Logan logró mantener a Emily fuera de sus pensamientos. O casi. Habían revisado sólo la mitad de las facturas cuando Eversham entró en el estudio llevando una bandeja con el habitual tentempié de media mañana: café para Logan, té para Adam y un plato de galletas. Después de tomarse media taza, Logan consultó su reloj y se puso en pie.
– Tengo una cita -dijo tomando un último sorbo de café -.Iré directamente al almacén desde allí, luego me encargaré del resto de los compromisos del día.
Adam frunció el ceño y consultó su agenda.
– No tengo nada apuntado para esta mañana.
– Es un asunto personal. Te veré a las once en el almacén.
– Sí, señor.
Logan se dirigió al vestíbulo donde Eversham le entregó otro abrigo.
– No sabía que tenía tantos -masculló haciendo una mueca ante el tirón que sintió en el brazo vendado.
– Este es el último -respondió Eversham. -Sin embargo, Harrison ha encargado media docena más a Schweizer y Davidson.
– Excelente. Con eso estaré servido hasta final de mes. Se subió al carruaje.
– Al número cuatro de Bow Street -le indicó a Paul.
Mientras el vehículo avanzaba hacia Covent Garden, Logan observó que el cielo estaba gris. Las nubes plomizas colgaban bajas en el aire frío, todo un contraste con respecto al día luminoso y soleado que había hecho el día anterior, cuando había paseado por el parque con Emily.
«Emily…» Su nombre resonó en su mente, donde apareció una impactante imagen de ella cuando alcanzó el clímax entre sus brazos. El recuerdo de los labios de la joven hinchados y húmedos por sus besos, de su piel de porcelana, de los pezones erguidos y mojados por su boca, de sus jadeos de placer y sus largos gemidos, del sabor de ella en sus labios… Todo eso volvió a excitarlo y se removió incómodo en el asiento. Ella había estado tan hermosa y deseable…
Y había rechazado su propuesta de matrimonio.
Negó con la cabeza, desconcertado y confuso a pesar de estar -por supuesto -encantado de que ella le hubiera rechazado. De hecho, estaba encantadísimo. Y aliviado. Desde el momento en que había comenzado a relacionarse con la aristocracia británica, había dejado muy claro que lo último que quería era una flor de invernadero por esposa. A diferencia de la mayoría de los hombres, él no albergaba ninguna aversión por el matrimonio, pero sí por casarse con una arrogante y altiva jovencita a la que sólo le importaban las joyas y las fiestas, como a muchas jóvenes que había conocido. Ya había perdido la cuenta de las veces que había dicho que prefería casarse con una moza de taberna que estar atado de por vida a una arrogante aristócrata.
Aun así, se había visto obligado por su honor y por su propio código moral a proponerle matrimonio a una mujer del tipo que había jurado que no quería.
Salvo que… ya no podía describir a Emily en términos tan pocos halagadores. Oh, estaba seguro de que seguía siendo una altiva flor de invernadero, y no tenía ninguna duda de que ella era un problema pero, como tan inesperadamente había descubierto, la joven poseía otras facetas. Facetas sorprendentes, agradables y admirables.
Y había rechazado rotundamente su propuesta.
Una propuesta mal ejecutada y muy poco romántica.
Soltó una risita cuando tomó conciencia de su propio engreimiento. Dada la vasta riqueza que poseía, había supuesto que cuando por fin eligiera a una mujer para casarse, ésta aceptaría sin pensárselo dos veces. Puede que no poseyera un antiquísimo título de nobleza, pero no había duque, conde o lord en aquel maldito país al que no pudiera comprar con su dinero. La suya era la clase de riqueza que podría tentar incluso a la mujer más renuente.
Salvo, al parecer, a Emily.
Una mujer cuya familia estaba al borde de la ruina financiera, de esas que sólo se salvan con una enorme herencia -que no era el caso -o con el matrimonio concertado de uno de los vástagos de los Stapleford. Como Emily era la única en edad casadera, la responsabilidad recaía sobre ella. Y aunque evidentemente adoraba a su familia, había dejado escapar la oportunidad de casarse con un hombre que podía saldar todas sus deudas y asegurar su futuro financiero.
Porque quería casarse por amor.
¿O sería porque no podía soportar la idea de casarse con él? Maldición, qué molestia, en particular porque pensaba que había llegado a gustarle. Por lo menos un poco. Como ella había llegado a gustarle a él, al menos un poco. Estaba seguro de que el amor por su familia tendría prioridad sobre cualquier aversión que sintiera por él. Y ahora que pensaba en eso, la joven no había mostrado ni una pizca de aversión hacia él la noche anterior.
Lo que sólo conducía a una conclusión: Emily se traía algo entre manos. Pero ¿qué? Algo que le llevaba de nuevo a la pregunta que se hacía desde hacía tiempo y cuya respuesta estaba más resuelto que nunca a saber.
El carruaje se detuvo y Paul golpeó dos veces el panel de madera, indicándole que habían llegado a Bow Street. Minutos después tomaba asiento frente a Gideon en el despacho del detective. Sin dilación le relató los acontecimientos de la noche anterior, salvo los que implicaban su encuentro con Emily.
– Las cosas se están descontrolando, Gideon -concluyó. -Para garantizar la seguridad de Emily tiene que haber alguien que la proteja en todo momento, alguien en quien confíe por completo. Quiero contratarte a ti.