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Emily sintió los dedos de Logan bajo la barbilla, instándola a mirarle, y giró la cabeza.

– ¿Y qué? -la apremió él.

– Y si bien estaba tratando de ayudarlas, me sentí indigna de estar allí. En aquella habitación tan pequeña pero escrupulosamente limpia.

¿Sabías que jamás he tenido que limpiar nada en mi vida? Ni una simple cacerola o un plato o una taza de té. Me sentí egoísta y demasiado mimada, inútil e indigna.

Una lágrima se le deslizó por la mejilla y él alargó la mano para secársela con la punta del guante.

– Me sentí igual la primera vez que vine aquí -dijo Logan quedamente. -Quise decirles que recogieran sus pertenencias y llevármelas a casa, pero sabía que lo habrían considerado un insulto. Tu método de donar artículos de primera necesidad es excelente.

– Gracias, pero como ya te he dicho, no es suficiente. Quiero hacer más. -Contuvo la risita carente de humor que le subió a la garganta. Dada la ruina financiera a la que se veía abocada su familia, poco más podía hacer. De hecho, pronto podría encontrarse en la misma situación apurada de la señora Whitaker. Se estremeció sólo de pensarlo.

– Tal vez tenga una manera de ayudarlas -dijo Logan. -He venido a hacer una oferta a la señora Whitaker, una que espero que acepte.

– ¿Cuál?

– Hace poco compré una hacienda en Kent, a unas dos horas y media de Londres. El ama de llaves ha decidido seguir prestándole servicio al dueño anterior, así que necesito a alguien que ocupe ese puesto.

Emily comprendió lo que quería decir.

– Quieres ofrecerle ese trabajo a la señora Whitaker.

– Sí. Podría vivir con su hija en el campo y de paso hacerme un gran favor. Necesito a alguien competente a quien confiar la administración de esa casa.

El corazón de Emily dio un vuelco, y se sintió avergonzada por todas las veces que había pensado mal de ese hombre.

– Eso es muy amable por tu parte. Y ya te habrás dado cuenta de que no he sonado asombrada en lo más mínimo.

Pero él negó con la cabeza.

– No es amabilidad, es mi responsabilidad. Lo que tú has hecho, y lo que has hecho por otros como ella, sí es pura bondad. Y si bien no tenía ni idea de que estuvieras involucrada en tal empresa, sin duda habrás notado que yo tampoco sueno asombrado en lo más mínimo. Aunque desearía, por tu seguridad, que no te aventuraras en zonas tan peligrosas de la ciudad.

– Jamás se me ocurriría venir sin la protección adecuada. No me negarás que el señor Atwater sería capaz de espantar a cualquier presunto criminal tan sólo con una mirada.

– Cierto. Pero podrías enviar a otra persona para entregar las donaciones.

– ¿Quieres decir a un hombre con una pistola? ¿Mientras permanezco a salvo junto al calor de la chimenea y la comodidad de mi casa en Mayfair?

– Exactamente. De hecho, creo que ésa es una idea excelente.

Emily negó con la cabeza.

– No. Sin duda piensas que mis razones son completamente desinteresadas, pero te aseguro que no lo son. Necesito hacer esto. Me hace sentir… útil.

– Eso no es egoísta. Está en la naturaleza humana sentirse útil. Por favor, la próxima vez que hagas una donación acude a mí. Y si alguna vez decides que te gustaría realizar más obras de caridad, házmelo saber. Quizá pueda ayudarte. -Curvó los labios. -Corre el rumor de que sé algo sobre el mundo de los negocios.

Porras, la caricia de Logan, junto con la intensa y cálida mirada y esa picara sonrisa, simplemente la encandilaba. -Sí, he oído ese rumor.

Logan se llevó la mano de ella a los labios y le dio un beso en el dorso de los dedos, un gesto que casi derritió a la joven.

– No sé qué decirte aparte de «gracias».

– No hay nada que agradecer, Logan. No he hecho nada.

– No estoy de acuerdo. Has hecho mucho. Por una mujer a la que ni siquiera conocías.

– Eso no es cierto. La conocía a través de ti.

– Sólo me limité a mencionarla. Has sido tú quien ha tomado la iniciativa de buscarla, un gesto amable que no olvidaré. -Le dio otro beso en los dedos, y ella contuvo el aliento ante el inconfundible ardor en sus ojos. Sabía lo que significaba esa mirada. Era la misma que encendía las profundas oscuridades de sus ojos justo antes de que la besara hasta dejarla sin sentido.

– ¿Sabes qué quiero hacer ahora? -preguntó él.

El corazón de Emily casi se detuvo. Desde luego sabía lo que quería que él hiciera justo en ese momento. Quería que la besara de nuevo hasta hacerla perder el sentido. Lo que, por supuesto, no podía hacer. A pesar de las nubes grises, había luz diurna. El señor Atwater no estaba a más de dos metros. Y ¿ella no había decidido en algún momento que andar besándose con él era una mala idea?

– ¿Llevarme de regreso con el señor Atwater? -sugirió ella. La mirada de Logan bajó a sus labios.

– Lo cierto es que eso es la última cosa que quiero hacer. Aunque, por desgracia, es lo que debo hacer.

Emily se obligó a tragarse la absurda decepción que sintió y a asentir con la cabeza.

– Sí, por supuesto.

Logan le soltó la mano y abrió la puerta. Cuando ella se inclinó hacia delante para salir del carruaje, él negó con la cabeza.

– Quiero que Atwater y tú regreséis en mi carruaje. Yo lo haré en el coche de alquiler.

– No es necesario. Estaré perfectamente a salvo con el señor Atwater.

– Si no estuviera seguro de eso, te escoltaría yo mismo a casa. Sin embargo, me sentiría mucho mejor si supiera que es mi cochero, Paul, a quien confiaría mi propia vida, quien conduce el vehículo. -La miró directamente a los ojos. Alargó la mano y le acarició el pómulo con la punta del dedo. -Por favor, Emily. Necesito saber que estás a salvo.

Algo en el tono calmado y ardiente, en la firme intensidad de sus palabras, derritió las entrañas de Emily.

– De acuerdo.

El asintió con la cabeza y salió del carruaje sin decir nada más. Habló un par de minutos con el señor Atwater y luego con su cochero. El señor Atwater subió al carruaje y se sentó en el asiento que Logan había desocupado. El tamaño del hombre pareció empequeñecer el reducido habitáculo.

– Hasta esta noche -dijo Logan. Antes de que ella pudiera responder, él cerró la puerta y le hizo un gesto de cabeza al cochero. El carruaje se puso en marcha y Emily se giró en el asiento para observarlo a través de la ventanilla trasera hasta que doblaron la esquina y Logan desapareció de la vista.

Cinco minutos después, mientras avanzaban lentamente por el laberinto de callejuelas estrechas, el carruaje se detuvo con una repentina sacudida, casi lanzando a Emily al suelo.

Los caballos relincharon y el conductor intentó tranquilizarlos.

– ¡Eh, usted! ¡Échese a un lado! -gritó el cochero. Las palabras fueron seguidas de un gruñido y un fuerte golpe.

Emily miró al señor Atwater, pero en menos de un parpadeo, él había sacado un cuchillo de la bota. En la otra mano sostenía una pistola.

– Quédese aquí -susurró él con voz tensa.

Con el corazón retumbando en el pecho, Emily asintió con la cabeza. Inmediatamente después, el señor Atwater saltó del carruaje. Emily se encogió contra el respaldo con todos los músculos tensos, deseando tener en sus manos algún tipo de arma con la que poder defenderse. Sin otra opción, extendió el brazo para quitarse varias horquillas del cabello. No era gran cosa como arma, pero sí mejor que nada.

Justo cuando acababa de quitarse una horquilla, la ventanilla trasera se hizo pedazos. Abrió la boca para gritar, pero el sonido fue ahogado cuando unas manos grandes entraron por la abertura y le rodearon el cuello.

Ante sus ojos aparecieron unos puntos negros mientras aquellos dedos increíblemente fuertes le atenazaban la garganta, dejándola sin respiración. Alargó las manos para clavarle las uñas, pero su forcejeo fue inútil. En su lugar le clavó la horquilla, intentando herirle con desesperación, pero él le apretó la garganta con más fuerza. Luchó por coger aire, pero fue imposible. Se le cerraron los ojos y el mundo se volvió negro.