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Por fin, rozó sus labios contra los de ella, una y otra vez, mientras luchaba por contener el pánico que amenazada con consumirle.

– Por favor, despiértate, Emily -susurró contra su boca. -Mi hermosa Emily. Por favor, cariño, por favor…

Ella soltó un gemido y él se enderezó con rapidez, examinándole la cara con preocupación. La joven abrió los ojos. La confusión nubló su hermosa mirada mientras posaba los ojos sobre él.

– Emily -susurró su nombre como una oración. Cerró los ojos por un instante, inundado por el profundo alivio que le atravesaba el cuerpo. -Estás despierta. -«Gracias a Dios.»

La joven frunció el ceño.

– ¿Me he quedado dormida? -preguntó con voz ronca. El negó con la cabeza y alargó la mano para retirarle un rizo suelto que le había caído sobre la frente.

– ¿Recuerdas lo que ha sucedido?

Ella intentó tragar saliva e hizo una mueca. Entonces abrió los ojos como platos, presa del temor. Se llevó la mano libre al cuello e intentó incorporarse.

– Un hombre… intentó…

Logan interrumpió sus palabras poniendo los dedos en sus labios y empujándola suavemente contra los cojines.

– Lo sé. No tienes por qué preocuparte. Jamás volverá a hacerte daño. Ni a ti ni a ninguna otra persona. El señor Atwater se encargó de él. -Ahorrándose los detalles desagradables, le relató brevemente lo que había ocurrido.

– El señor Atwater me ha salvado la vida -dijo Emily cuando él terminó.

Por poco. Logan asintió con la cabeza porque no confiaba en su voz.

Emily desvió la vista a su mano, que Logan estrechaba contra el pecho, antes de mirarlo a los ojos de nuevo.

– Estaba soñando que me besabas, y cuando me desperté, lo estabas haciendo.

– Sí -convino él, aunque había estado tan inundado por el pánico que apenas había sido consciente de lo que estaba haciendo. Sólo sabía que tenía que estar cerca de ella. Que tenía que tocarla. Hacer que lo escuchara y conseguir que despertara.

– ¿Sabes en qué te convierte eso? -preguntó ella.

La pregunta lo llenó de una dolorosa ternura.

– ¿En un hombre muy afortunado?

– En un príncipe -murmuró Emily. -Como en un cuento de hadas. Como ése en el que un apuesto príncipe despierta a la princesa con un beso.

– La historia de La bella durmiente.

– Sí. Pero yo no soy una princesa.

– No, pero sí una mujer muy bella. Y además, yo tampoco soy un apuesto príncipe. -Logan esbozó una leve sonrisa. -Como tanto te gusta recordarme, sólo soy un grosero americano.

Ella no le devolvió la sonrisa. Se limitó a mirarle de una manera seria y directa.

– Puede que no seas un príncipe, pero sí eres apuesto. Muy apuesto.

Incapaz de dejar de tocarla, Logan le acarició la suave mejilla.

– Volveré a recordarte lo que has dicho cuando te encuentres mejor por si prefieres retractarte de tus palabras achacándolas a un momento de locura.

– No cambiaré de idea. Y, salvo porque me duele la garganta, me encuentro bien. -Sin embargo, como si quisieran desmentir su declaración, se le llenaron los ojos de lágrimas. -Ocurrió tan rápido, Logan. Y yo… estaba tan asustada…

El corazón de Logan pareció soltar amarras y hundirse en su pecho.

– Lo sé, cariño -le dijo, llevándose su mano a los labios. -Lo siento mucho.

– Intenté escapar, pero era demasiado fuerte. Usé una horquilla como arma y se la clavé en las manos, pero no podía respirar. -Tomó aire repetidas veces como si de repente no tuviera suficiente. -Me quedé sin aliento y, entonces, todo se volvió negro.

Logan sintió como si una neblina roja le nublara la vista, y sólo lamentó que aquel hijo de puta que la había lastimado y asustado ya estuviera muerto, negándole el placer de acabar con su miserable vida.

Se sentó en el asiento y la tomó entre sus brazos, colocándola en su regazo para acunarla contra su cuerpo. Ella le rodeó el cuello con un brazo y, con un suspiro, apoyó la cabeza en su hombro.

Logan cerró los ojos y la besó en la sien, abrumado por las emociones que lo envolvían. El olor a flores y a azúcar le inundó la cabeza y, durante un buen rato, se limitó a respirar, disfrutando de la sensación de tenerla entre sus brazos mientras le daba gracias a Dios por ello. De hecho, se sentía como si pudiera permanecer en ese mismo lugar, con ella en sus brazos y acurrucada contra su cuerpo, para siempre. Era una idea inquietante, una que no había experimentado antes con ninguna otra mujer.

– La buena noticia es que todo ha acabado. El responsable está muerto. No tienes nada más que temer -le dijo quedamente, cuando por fin sintió que podía confiar en que no le temblara la voz.

– Pero ¿quién era?

– No estoy seguro. Y en realidad no importa. Lo único que importa es que todo haya acabado bien. Y que tú estés a salvo.

Ella levantó la cabeza y él bajó la mirada a sus ojos. Y como siempre, Logan sintió que se ahogaba en ellos. Un pequeño estremecimiento le indicó lo cerca que estaba -una vez más -de perderse en ella, en esa mujer que era una constante fuente de frustración, confusión y dudas. De quien no dejaba de descubrir cosas inesperadas, cosas que lo sorprendían y desconcertaban, y que demostraban que ella era muy diferente a la altiva flor de invernadero o al inútil diamante de sociedad que él había pensado que era en un principio.

Había descubierto que ella era amable, cariñosa, generosa y compasiva. Ingeniosa y divertida. Inspiraba un torbellino de sentimientos tormentosos en él, una profunda pasión y un deseo salvaje que jamás había experimentado antes. De repente, las palabras de Gideon, que Logan había descartado sólo un rato antes, resonaron en su mente: «Luchas una batalla perdida… no importa lo mucho que intentes huir de esos sentimientos, porque al final te atraparán… y te morderán el culo.»

Inspiró profundamente y la pregunta lo golpeó como un puñetazo en el pecho, dejándole aturdido.

¿Sería posible que ya le hubieran mordido el culo?

Santo Dios, ¿sería posible que… la amara?

¿Era ésa la causa de aquel torbellino de tormento, deseo, necesidad y anhelo? Maldición, no lo sabía. ¿Cómo podría saberlo cuando no tenía nada con que comparar aquel sentimiento? El siempre había imaginado que el amor era algo tranquilo. Razonable. Lógico y racional. Como navegar en barco por aguas tranquilas.

Lo que sentía por Emily desafiaba esa descripción; de hecho, era su antítesis por completo. Las emociones que ella evocaba iban del éxtasis a la angustia, de la irritación a la euforia, del placer al dolor. No había nada tranquilo, razonable, racional o lógico en la manera en que la joven le hacía sentir. Conseguía que perdiera el control. Que se olvidara de todo excepto de ella. ¿Aguas tranquilas? ¡Ja! Más bien sería como ir a la deriva en un mar tempestuoso con sólo un bote sin remos.

No, aquel perturbador tumulto interno no podía ser amor. Tan sólo era una potente combinación de lujuria, encaprichamiento y deseo, agravado por una larga sequía de intimidad física.

Se animó de inmediato. Claro que no la amaba. Sólo estaba confundiendo su deseo por ella y la preocupación por su bienestar con un sentimiento más profundo. Llevaba tanto tiempo sin una mujer que, naturalmente, deseaba a una; a cualquiera. Y por supuesto que le preocupaba que alguien hubiera asaltado su carruaje y que casi la hubiera estrangulado.

«Sí, pero tú no deseas a ninguna otra mujer -señaló su corazón. -Y aunque te hubieras preocupado por cualquier persona que hubiera sufrido un asalto en tu carruaje y a la que casi hubieran estrangulado, lo más probable es que no hubieses querido matar al responsable con tus propias manos. Ni que hubieras experimentado ese terrible momento de indescriptible dolor al pensar que había muerto.»