– Pero debes…
– No. Por favor, intenta entenderme. Después de darle muchas vueltas, he aceptado que me estoy enfrentando al mismo destino que sufrió Edward, lo que quiere decir que me queda muy poco tiempo.
La desesperación se apoderó de Emily, que negó con la cabeza.
– No puedes estar segura…
– Estoy segura. Por mucho que desee que sea de otra manera, pasé por esto con Edward y sé muy bien de lo que hablo. Sé lo que me espera en las próximas semanas. Si voy a ver a un médico, insistirá en que siga el mismo tratamiento que sugirió el doctor de Edward: permanecer en la cama arropada y sedada con láudano mientras espero lo mejor. Pues bien, Edward nunca se curó y se pasó las últimas semanas de su vida confinado en una cama medio inconsciente mientras su cuerpo se iba consumiendo poco a poco. Fue un destino horrible para él y muy devastador para mí, que tuve que ser testigo de todo sin poder hacer nada.
Le dirigió a Emily una mirada suplicante.
– Si se lo digo a Daniel, me llevará a ver a un médico en menos que canta un gallo, un médico que me confinará en la cama. Y Daniel insistirá en cumplir sus órdenes al pie de la letra con la esperanza de que me cure. Y no quiero que mi vida acabe de esa manera. Quiero disfrutar del poco tiempo que me quede y no ver cómo mi marido se pasa las semanas observando cómo me consumo. No puedo hacer eso. Me niego a hacernos eso a los dos. Por eso he ido a Gunter's esta mañana en vez de ir a la consulta del médico. Y por eso no voy a decirle nada a Daniel hasta que sea absolutamente necesario.
Emily sintió como si se le abriera un enorme agujero en el pecho.
– ¡Pero Edward murió hace casi cuatro años! Desde entonces han habido muchos avances médicos, han encontrado cura a muchas cosas. No puedes rendirte de esa manera.
– Hay una gran diferencia entre rendirte y aceptar tu destino.
– Pero Daniel tiene que haber notado tu palidez.
Carolyn evitó la mirada de su amiga, volviéndose de nuevo hacia el fuego.
– Sabe que fui a ver al médico. Le he convencido de que no es más que una dispepsia y un catarro persistente.
– Así que Daniel cree que todo lo que tienes es un dolor de estómago sin importancia y un constipado.
– Sí, cosas comunes. -Se volvió hacia Emily. -Y eso es lo que quiero que crea. Durante todo el tiempo posible. -Buscó la mirada de su amiga. -No sé lo que harías tú si estuvieras en mi lugar, pero esto es lo que creo que debo hacer. Por favor, intenta comprenderme y perdonarme.
Emily levantó sus manos entrelazadas y bajó la cabeza para besar el dorso de los dedos de Carolyn. Se le llenaron los ojos de lágrimas. «Dios mío, esto no puede estar ocurriendo. No puedo estar perdiéndola.» La presión que sentía en el pecho era tan fuerte que casi no le dejaba respirar. Se moría de pena no sólo por Carolyn sino también por Daniel, que la amaba profundamente. ¿Qué haría ella si se encontrara en una situación similar? Santo Dios, no lo sabía. Pero seguro que preferiría vivir plenamente los días que le quedaran de vida en vez de pasarlos en un lecho de enferma.
Por fin levantó la cabeza y respiró hondo.
– Haré lo que me pides.
– Gracias -dijo Carolyn con los labios temblorosos.
– Pero yo también quiero pedirte una cosa.
– ¿Qué?
– Por favor, Carolyn, por favor, déjame que concierte una cita con otro médico. Alguien que no tenga relación contigo, ni con Edward o su doctor. Yo te acompañaré. Daremos un nombre falso; de esa manera si decides no seguir sus consejos, nunca lo sabrá. Daniel no lo sabrá. Nadie lo sabrá excepto tú y yo. Lo peor que puede pasar es que descubras con certeza que tienes razón y, como ya estás convencida de ello, ¿qué más da?
– Pero dado que ya estoy convencida de ello, ¿para qué seguir con todo esto?
Emily apenas podía hablar por el nudo que tenía en la garganta.
– Porque te quiero -susurró. -Y necesito que lo hagas. Después, te juro que no volveré a molestarte nunca más.
Carolyn exhaló un suspiro de cansancio y le soltó las manos. Emily tuvo que obligarse a no cogérselas de nuevo. Observó que Carolyn se acercaba despacio al sofá.
– Muy bien. Si haces los arreglos necesarios bajo un nombre falso, iré.
El alivio de Emily se desvaneció ante los pasos vacilantes de su amiga. Sus piernas parecían no poder sostenerla. Alarmada, Emily trató de agarrarla, pero antes de que pudiera hacerlo, Carolyn cerró los ojos y cayó al suelo con un ruido seco.
– ¡Carolyn! -Con el corazón en la garganta, Emily se dejó caer de rodillas junto a su amiga desvanecida. Le dio unas palmaditas en la pálida mejilla y le sacudió el hombro. -Carolyn, ¿me oyes?
No hubo respuesta, y Emily temió que además del desmayo, Carolyn se hubiera golpeado la cabeza contra el suelo. Su único consuelo era el suave movimiento acompasado del pecho de su amiga.
Aterrada, Emily se puso en pie de un salto y se abalanzó hacia la puerta. Llamó a gritos a Barkley mientras corría por el pasillo. Antes de llegar al vestíbulo de mármol, la alcanzó Daniel, al que seguían Logan y Barkley.
– ¿Qué pasa? -le preguntó, agarrándola por los hombros.
– Carolyn. Se ha desmayado. No he podido sujetarla. Creo que se ha golpeado la cabeza -dijo atropelladamente.
Daniel la soltó de inmediato y echó a correr por el pasillo.
– Barkley, avisa al doctor Waverly -gritó por encima del hombro. -Y trae las sales y unas compresas frías inmediatamente.
Emily le siguió con Logan pisándole los talones. Cuando entraron en la salita, Daniel estaba arrodillado junto a Carolyn, palmeándole suavemente las mejillas y sacudiéndole los hombros, lleno de preocupación.
– Tiene un chichón en la parte posterior de la cabeza -dijo él con voz tensa, sin apartar la mirada de la cara pálida de Carolyn.
Emily cogió un cojín del sofá, se arrodilló y lo deslizó suavemente bajo la cabeza de Carolyn. Luego cogió la fría mano de su amiga y la palmeó con insistencia, rezando para que recobrara el conocimiento.
– Carolyn, cariño, abre los ojos, por favor -la urgió Daniel.
Aquellas fervientes palabras inundaron a Emily de dolor. En su mente apareció una imagen de Daniel, varias semanas después, rogándole a su esposa muerta que abriera los ojos.
Emily cerró los ojos, enviando aquella imagen mental a los fuegos del infierno. No podía pensar en eso. No podía. No lo haría. Pero era imposible no hacerlo cuando veía la cara pálida y hundida de Carolyn.
Barkley entró en la salita con el rostro constreñido por la preocupación, seguido por un lacayo de cara adusta que llevaba una palangana y un montón de tiras de lino dobladas. Emily se puso en pie de un salto para preparar una compresa.
– Ya he mandado a buscar al doctor Waverly -informó Barkley, dándole a Daniel las sales.
Daniel asintió con la cabeza. Agitó el frasquito bajo la nariz de Carolyn. La tercera vez, finalmente, ella gimió y entreabrió los ojos.
– Aquí está mi hermosa mujercita -murmuró Daniel, dejando a un lado el frasquito de sales. Sin apartar la vista de Carolyn, cogió la compresa que Emily le puso en la mano.
Carolyn paseó la mirada de Daniel a Emily y luego de Barkley a Logan, antes de volver a mirar a Daniel, que le retiró el pelo de la cara y le puso una compresa en la frente.
– ¿Qué ha pasado? -susurró.
– Te has desmayado -dijo Daniel con voz calmada, aunque Emily percibió la tensión que ocultaba su apariencia exterior. La joven preparó otra compresa y estaba a punto de coger la jarra de cristal del escritorio para servir un vaso de agua, cuando vio que ya lo había hecho Logan.
Carolyn frunció el ceño y se llevó una mano a la frente.
– Me duele la cabeza.
– Eso es porque te la golpeaste contra el suelo cuando te desmayaste. -Daniel se llevó la mano de su esposa a los labios y depositó un beso en el dorso de sus dedos. Emily observó el ligero temblor que sacudió los anchos hombros de Daniel, y se le rompió el corazón. -O dejas de desmayarte o vamos a tener que cubrir los suelos con colchones de plumas de ganso -dijo él con una media sonrisa que Emily supo que era sólo para tranquilizar a Carolyn. -Yo sé muy bien lo que prefiero.