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– ¿Pero qué coño tú haces aquí, Condenado? -y, como quien no quiere, miró hacia las otras mesas, olfateando posibles reacciones ante la llegada del Conde-. Mira que si esta gente se entera de que tú eres policía y te pones a hablar bajito conmigo, me echan un cubo de mierda arriba…

– El que está hablando bajito eres tú -dijo el Conde en voz alta, y agarró el vaso con ron que estaba sobre la mesa: lo procesó de un solo trago.

Miki Cara de Jeva no se atrevió a detenerlo ni a mirar otra vez hacia los lados, y el Conde sonrió. Hacía casi veinte años que lo conocía y siempre había sido iguaclass="underline" un saco de mierda. En la época del Pre, Miki se hizo famoso como ligón y decía haber establecido un récord absoluto de novias en un curso -por supuesto, siempre con besuqueo incluido-, gracias a aquella jeta sin barros y de corte perfecto, en la que después los años se habían cebado con especial encono: más arrugas de las previsibles a los treinta y ocho años, huellas de granos tardíos, una gordura mal repartida que Miki -nunca vuelto a llamar Cara de Jeva- trataba de esconder con la barba tupida que contrastaba con el escaso pelo que le quedaba sobre la frente, como restos también mortales de lo que una vez fue su arrogante melena rubia. El tránsito de la adolescencia a la adultez había sido, para Miki Cara de Jeva, una devastadora mutación. Sin embargo, después de todo y contra toda apuesta posible, Miki había resultado ser el único escritor reconocido entre sus viejos compañeros del Pre aficionados a la escritura: una novela abominable y dos libros de cuentos especialmente oportunos, le habían dado aquella categoría inmerecida: él sabía -y también el Conde- que su literatura estaba irremediablemente condenada al más rampante olvido, luego de su ocasión premeditada, pero alabada por ciertos críticos y editores, de escribir sobre campesinos y necesarias cooperativas cuando en todos los periódicos se hablaba de campesinos y de necesarias cooperativas, y de gusanos apátridas y escorias, cuando aquellos epítetos se gritaban en las calles del país durante el verano de 1980… Sin embargo, su carnet de la Unión de Escritores lo calificaba así: escritor, y cada tarde Miki se refugiaba en el bar de la Unión a beber unos roñes que, pensaba el Conde, en rigor no le pertenecían.

– ¿Quieres que hablemos en otra parte? -le propuso entonces el teniente, apenado por la desesperación del supuesto escritor.

– No, deja, aquí nadie te conoce y ahorita se acaba el ron. ¿Quieres un doble?

El Conde miró hacia el mostrador, donde servían ron Bocoy blanco. Displicente, se hizo el que dudaba, tal vez para reafirmarse a sí mismo.

– Sí, creo que me vendría bien.

– Dame cuatro pesos -dijo Miki y extendió la mano.

El Conde sonrió: Claro, un saco de mierda, pensó, y le dio un billete de diez.

– Un triple para mí y un doble para ti.

Mientras esperaba a Miki, el Conde encendió un cigarro y trató de escuchar la conversación de sus vecinos más próximos. Eran tres: un mulato, joven pero muy canoso, que hablaba incansablemente; un trigueño gordo, con barba, y una giba de dromedario mal construido; y un tipo alto, con una cara de bugarrón que hubiera pasmado de entusiasmo al mismísimo Lombroso. ¡Qué imagen de una literatura! Hablaban, mal y con entusiasmo, de otro escritor que al parecer había tenido mucho éxito con una novela reciente y que escribía en los periódicos artículos muy leídos, y lo calificaban de populista de mierda. Sí, decían, destilando hiél por el suelo del local, imagínate que escribe novelas policiacas, entrevistas a peloteros y salseros, y crónicas sobre chulos y la historia del ron: lo que te digo, un populista de mierda, y por eso gana tantos premios, y cambiaban el tema para hablar de ellos mismos, que sí eran escritores preocupados por los valores estéticos y el reflejo de las contradicciones sociales, cuando regresó Miki con los dos vasos de ron.

– No te dije… cogimos el final de la última botella. Esto es lo que me pone nervioso. Cada día se acaba más temprano.

– Te gusta venir aquí, ¿verdad Miki?

El escritor probó su ron, mientras sustraía un cigarro de la cajetilla del Conde.

– Sí, por qué no. Hay ron, uno habla un poco de mierda y de vez en cuando te puedes templar a alguna loca que le haya dado por la poesía. Ahora mismo estaba esperando a una que tiene más billetes que el Banco Nacional. No sé de dónde coño los saca. Así que si llega mi poetisa, te desapareces, ¿está bien?

El Conde asintió, pensando preguntarle quiénes eran sus vecinos y a quién destripaban ahora, pero temió que lo escucharan. Le habría gustado leer aquella historia del ron, pensó, mientras bebía un trago de aquel alcohol incestuoso y ahistórico, por cuyas moléculas corría demasiada agua nunca destilada.

– Miki, ¿qué tú sabes de un pintor que se llama Salvador K?

Miki sonrió y volvió a tomar de su ron. -Que es un mierda.

– Coño, aquí todo el mundo es mierda, oportunista, populista o maricón, ¿no?

– Así mismo es. ¿Qué tú te creías? ¿Que esto era el Parnaso? ¿Que al entrar aquí te susurraban «Canta, oh musa, la gloria del Pélida Aquiles» o cualquier pendejada así? No, ni cuero, y para que te enteres: ese gallo es esas cuatro cosas juntas. El tipo pinta unos cuadros con muchos colores que se venden muy bien, pero es pura mierda lo que hace… Mira, creo que vive aquí cerca, por N y Diecisiete, en la casa de la mujer. ¿Y qué te pasa con ese tipo?

– Nada, que me lo mencionaron el otro día. ¿Y tú dices que está casado?

– No, te dije que vive en casa de la mujer.

– Anjá. Oye, Miki, y tú que conoces lo peor de la vida de todo el mundo, ¿qué sabes de Alberto Marqués?

Si ahora mismo tú te paras ahí, en la puerta de la Unión y gritas: ¿Quién es Alberto Marqués?, enseguida van a salir doscientos tipos, se van a arrodillar en el piso, van a hacer reverencias y te van a decir: Es Dios, es Dios, y si los dejas un rato más, le organizan un homenaje y le escriben una valoración múltiple, por mi madre que sí… Pero si lo gritabas hace quince años, hubieran aparecido doscientos tipos, casi los mismos doscientos que viste ahora, y te iban a decir, con el puño en alto y las venas del cuello de este gordo: Es el Diablo, el enemigo de clase, el apóstata, el apóstata de la próstata, buena metáfora, ¿no?… Porque esto aquí es así, Conde: antes era mejor ni hablar de él, y ahora es el monumento vivo a la resistencia ética y estética, oye eso qué descarga. A cada rato alguien cuenta que fue a su casa y habló con él, y tienes que oírlos: es como si hubieran ido a La Meca… Comemierdas. Imagínate, ahora dicen que es el padre del posmodernismo criollo, que él, Grotowsky y Artaud son los tres grandes genios del teatro del siglo veinte, que Virgilio Pinera, Roberto Blanco y Vicente Revuelta le deben todo lo que son, y hasta que su mariconería es una virtud porque le permite expresar otra sensibilidad. Así mismo. ¿Tú entiendes algo? Pues yo sí: cuando había que traicionarlo, lo traicionaron, y ahora que no es peligroso, y hasta es de buen gusto llorar por los caídos en viejos combates ideológicos, tú sabes, pues lo adoran. ¿Y al final tú sabes lo que queda? Un tipo requetejodido, con más odio dentro que si lo hubiera preñado un nazi, y convertido en un gran personaje, y no por lo que hizo, sino por lo que no pudo hacer, porque lo tronaron y, cuando quisieron darle un chance, el tipo dijo que no, que no quería hacer más teatro ni publicar nada y se jubiló. Un cabrón héroe, eso es lo que ven ahora… Lo más terrible de todo esto es que el tipo se tuvo que comer de un palo como diez años de silencio y de soledad. De esos doscientos adoradores de ahora, si acaso cuatro o cinco siguieron viéndolo después que lo tronaron, cuando el lío de los maricones y los desviados ideológicos y los idealistas y extranjerizantes y toda aquella descarga del realismo socialista y el arte como arma ideológica en la lucha política… Al tipo lo sacaron de circulación y lo mandaron defly para una librería o una cosa así, no sé bien. Del carajo: una pila de años sin que una línea suya se publicara en la más insignificante revistica, se prohibió que los críticos lo mencionaran cuando se escribía de teatro, desapareció de las antologías y hasta de los diccionarios de autores. Nada: dejó de existir. Se deshizo en el aire, ¡paf!, no porque se hubiera muerto o se hubiera ido del país, que es casi lo mismo. No. Sino porque lo obligaron a cambiar de costumbres. Se hizo famoso en la cola del plátano y la del pan, en el policlínico y en el punto dé leche… Terrible, ¿no? Pero lo que casi nadie dice ahora es la clase de mariconazo que fue y que todavía es. ¿Sabes el cuento de los negros alquilados? Pues mira, que ése es genial. El lío es que él hablaba con un negro bugarrón y le decía que le iba a pagar porque se lo templara, pero con una condición: que lo cogiera sorprendido, para que tuviera más emoción. Y le decía al negrón, por ejemplo, que un día cualquiera de esa semana, entre las seis y las nueve de la noche, entrara en su casa y lo agarrara sorprendido y lo violara. Entonces él se ponía a leer, todos los días a esas horas, hasta que un día el negro llegaba y él se mandaba a correr por toda la casa y el negro lo perseguía, y él gritaba y se escondía y el negro al fin lo agarraba, le quitaba la ropa y ¡fuácata!, le soplaba el mandado. ¿Tú has oído cosa más maricona que ésa? Y los cuentos de cuando salía a cazar mancebos por la calle… y mil historias más. ¡Qué clase de maricón! Pero, ¿quieres que te diga lo que es más verdad que todo esto, más verdad que su mariconería, que su truene, que la traición de sus viejas amiguitas, que el culto que le rinden ahora? ¿Quieres? Pues la verdad-verdad es que ese maricón que se caga de miedo si le dan un grito tiene unos cojones que le llegan a los tobillos. Aguantó como un hombre y se quedó aquí, porque dice que si sale de aquí entonces sí se muere, y no le hizo el juego ni a los de adentro ni a los de afuera: cerró el pico y se trancó en su casa… Ojalá yo tuviera la mitad de los timbales que tiene esa loca de… Coño, vete echando, Condenado, que por ahí viene mi poetisa. ¿Tú sabes cómo me dice la crazy esta? Miki Rourke, oye qué descarga esa… Me cago en la mierda, ya se me acabó el ron. Terrible, ¿no?