Seis llamadas de Linda. Su hermana le había dejado tres mensajes. Joe no tuvo valor para escucharlos. Se imaginó a su hermana en casa, esperando buenas noticias, algún indicio de que la muerte de su marido no quedaría impune. Pero Joe no podía darle esa esperanza de momento, y aquello lo corroía como corroía el ácido las tuberías.
– ¿La viuda de Fredrickson? -preguntó Denton.
Joe sólo pudo asentir con la cabeza.
– Es tan duro para ella… -dijo-. Ojalá tuviéramos algo. Si pudiera, colgaría a ese Parker por los pulgares y le daría a mi hermana la llave de la habitación. Estoy deseando echarle el guante.
– Vamos a atraparlo, Joe. Esto ya casi ha acabado -dijo Louis-. Tenemos la ciudad sellada. Si está aquí, no va a ir a ninguna parte.
– ¿Sabes cuántos putos agujeros negros hay en esta ciudad? -replicó Mauser, y se obligó a tragar otro sorbo del presunto café. Sintió que la cafeína se introducía en su flujo sanguíneo y que una efusión de adrenalina lo atravesaba-. ¿Sabes lo fácil que es desaparecer? Parker no es tonto, pero sólo tiene que cagarla una vez. Usar una tarjeta de crédito. Hacer una llamada. Cruzar la calle con el semáforo en rojo. Lo que sea.
Otro agente, tan joven que podría haber sido hijo de Denton, se acercó corriendo a ellos. Sostenía un portafolios y un walkie-talkie y hablaba como si el mundo fuera a acabarse si no soltaba cien palabras por minuto.
– Calma -dijo Mauser-. No he entendido nada de lo que ha dicho.
– Lo siento, señor -dijo el chico, sonriendo de oreja a oreja-. Pero lo tenemos.
– ¿A Parker? -Joe sintió un vuelco en el estómago.
El chico dijo que sí y sonrió al jefe Carruthers. La dichosa policía estaba repleta de hombres que no parecían psicológicamente preparados ni para tener hijos.
– ¿Cómo ha sido?
– Una llamada telefónica, agente Mauser. Parker utilizó un teléfono público y cargó la llamada a la misma tarjeta por la que lo localizamos antes.
Joe sonrió, dio un codazo a Denton.
– ¿Quién hizo la llamada? -preguntó Denton. El chico miró su portafolios. La radio emitió un chisporroteo eléctrico. Mauser no entendió una palabra, pero el chico apretó un botón y respondió «diez, cuatro».
– Parker llamó a sus padres a Bend, Oregón -dijo-. Hemos rastreado la llamada hasta un teléfono público de la calle 80 Este, junto al río. Llamó hace nueve minutos.
– Ya era hora de que tuviéramos una pista -dijo Mauser-. ¿Han grabado la llamada?
– Claro.
– Quiero oírla -dijo Mauser, y se fue derecho al Crown Victoria-. Lou, diles que me la pasen por el móvil. Quiero oír la voz de Parker, quiero oír esa llamada.
– Hecho. Ya lo ha oído -dijo Carruthers.
El joven agente volvió a pulsar la radio.
– ¿Eh, operador? ¿Pueden pasar la llamada de Henry Parker al teléfono móvil del agente Mauser?
Joe le dio el número. Denton seguía allí de pie, mascando chicle y jugueteando con las manos. Mauser inclinó la cabeza levemente para darle la razón. Aquello acabaría pronto. La rata ya no tenía dónde huir.
– Cuidado, Joe -dijo Louis-. Ándate con ojo.
Mauser dio una palmada en el hombro a su amigo y Denton y él corrieron al coche. Denton montó en el asiento del conductor y Mauser agarró el teléfono y esperó la llamada. Dejó la puerta abierta y le gritó al joven que les había dado el mensaje:
– Eh, chico, ¿podrías conseguirme un altavoz para conectarlo al teléfono?
El chico le hizo una seña levantando el pulgar y corrió a una furgoneta aparcada al borde de la pista. Un minuto después volvió a aparecer con un pequeño altavoz negro. Tomó el móvil de Joe y se aseguró de que la conexión encajaba. Pulsó un par de botones y Mauser oyó el tono de llamada alto y claro. Dio las gracias al chico y cerró la puerta.
Tomaron la salida de Grand Central Parkway y un minuto después sonó el teléfono de Mauser. Joe agarró el altavoz y miró a Denton inclinando la cabeza.
– Vamos a ver qué dice nuestro chico.
Mientras se incorporaban a la autopista, Mauser sorprendió a Denton recolocándose los pantalones con avidez.
– ¿Tienes algún cangrejo ahí dentro o qué? -preguntó.
– Es que se me han subido un poco.
Mauser asintió con la cabeza y apretó el botón.
– Aquí Mauser.
– ¿Agente Mauser? Soy el agente Pratt, de la central. Voy a pasarle la llamada de Henry Parker.
– Estamos esperando -Joe sintió que el sudor le mojaba las palmas de las manos. Se agarró al reposabrazos. Tenía las manos resbaladizas. Denton parecía extrañamente tranquilo. Mauser casi notaba el cuello de Parker entre las manos, casi sentía cómo lo estrangulaba.
Se oyeron varios chasquidos y luego una voz rasposa. La persona que hablaba parecía haber pasado muchos años con su buen amigo Marlboro.
– ¿Sí? ¿Diga? -dijo.
– ¿Papá?
Era Parker. Mauser habría reconocido aquella voz en medio de una tormenta. El otro era su padre.
– ¿Quién es? ¿Henry? ¿Eres tú?
– Soy yo, papá.
– Joder, hacía mucho que no oía tu voz. La policía ha llamado un par de veces, esos idiotas creían que yo sabía dónde estabas. ¿Estás en un lío, chico?
– Supongo que podría decirse así. Ya sabes que hablé con mamá el lunes pasado. Le pregunté cómo estabas, me dijo que esa noche habías salido. Me extrañó.
– Ahora tengo partida de bolos todos los lunes. Estamos jugando una liguilla.
– Me alegra saber que estás haciendo un poco de ejercicio.
– Sí, ya -dijo Parker padre-. Bueno, ¿por qué llamas, Henry? Ya te dije que no tenía dinero. ¿Y por qué me llaman a mí esos polis? ¿Debes dinero?
– No, no necesito dinero, ni le debo nada a nadie, papá. Tengo trabajo. Un buen trabajo. El que quería, en el periódico, en la Gazette.
– ¿Ah, sí? ¿De verdad te han contratado? -el padre se rió desdeñosamente.
– He trabajado muy duro, papá. Mucho más duro de lo que has trabajado nunca tú.
– Lo que tú digas. ¿Por qué llamas tan tarde? Es casi medianoche.
Un momento de silencio. Mauser temió que se hubiera perdido la conexión, pero luego oyó un sollozo a través de la línea. Miró a Denton, que parecía imperturbable. Mauser se recostó y prestó atención.
Henry dijo:
– Sólo quiero que sepas que no te guardo rencor por cómo te portaste conmigo cuando era pequeño -le tembló la voz, pero siguió hablando con energía-. No estoy enfadado. De hecho, quiero darte las gracias por haberme hecho más fuerte.
– ¿De qué demonios estás hablando, chico? Tú no estás en tu sano juicio.
– ¿Sabes?, a veces tienen gracia las cosas que uno recuerda. Recuerdo casi cada palabra que me has dicho. Aunque, créeme, no fueron muchas. Recuerdo que siempre me decías que no valía nada porque nadie en nuestra familia valía nada. Recuerdo que la noche que me gradué en el instituto me dijiste que más valía que me largara de casa porque sólo iba a traeros desgracias a mamá y a ti.
– Yo nunca he dicho eso -contestó Parker padre, pero su voz no sonaba convincente.
– Ya no importa -continuó Henry-. Porque quiero darte las gracias. Fui capaz de convertir toda esa mierda que echaste encima de mí en algo bueno. Te utilicé, papá. Utilicé tu puto odio como combustible.
– ¿Se puede saber a qué viene todo esto? -bramó Parker padre-. ¿Es que sólo llamas para quejarte y darme la paliza? Estoy muy cansado. Bastante tengo ya con tu madre.
– No, no llamo por eso. Quería que mamá y tú supierais que tengo problemas. Problemas graves, y no sé si podré salir de ellos. La gente piensa que he hecho algo que no he hecho. Algo terrible. Pero no quiero tu ayuda, al menos como piensas.