Blanket extendió las manos, suplicante.
– Mike, no creo que Barnes siga comprometido con, ya sabes, con la causa. Creo que quiere matar a Parker. Me parece que nuestro paquete ya no está en su lista de prioridades.
DiForio se pasó una mano por el pelo. Blanket consideraba la capacidad de reflexión de Michael una fuente de orgullo para toda la organización. Tener un líder impetuoso era como tener un líder y no tener plan, ni visión de conjunto, y cualquier organización así dirigida estaba abocada al fracaso. Michael, en cambio, siempre tenía un plan. Pero había sido imposible prever aquella situación.
El plan debería haber sido infalible. Los Guzmán nunca fallaban. Hans Gustofson estaba al borde de la ruina y era maleable. John Fredrickson era el más leal de los empleados. Parker era el comodín de la baraja que no podían haber previsto. Y, cómo no, lo había echado todo a perder. Un reloj de precisión hecho añicos por un martillo invisible.
Michael fijó de pronto los ojos en él.
– Manda cuatro hombres a ese edificio de la 80 Este. Quiero que hagan todo lo posible por encontrar a Parker antes que la policía. Y diles que se mantengan alerta por si ven a Barnes. Es imposible saber de qué es capaz ese hombre.
– Tienes razón, Mike -Blanket se dio la vuelta para salir.
– Espera, Angelo.
Blanket se volvió.
– ¿Sí, jefe?
– Asegúrate de que los cuatro que mandas son prescindibles.
Capítulo 40
El Crown Victoria se detuvo en la esquina de la 80 con East End a las 2:13. No había sitios libres, así que Denton aparcó junto a una boca de riego. Había en las calles un silencio inquietante. Quedaban diecisiete minutos para que la policía de Nueva York hiciera acto de aparición. El tiempo corría.
Mauser se preguntó al principio si serían capaces de distinguir el edificio al que se refería Parker, pero lo vio nada más salir del coche. Aquel edificio estaba fuera de lugar allí. Era como una mella en una boca llena de dientes blancos como perlas. Como el propio Parker.
La única entrada, más allá de una verja de hierro forjado, se abría lo justo para que entrara una persona por el hueco. Estaba claro que muy poca gente entraba o salía del edificio.
Incluso a la luz débil de la luna, Mauser distinguió las manchas oscuras en el ladrillo, el total abandono de la fachada del edificio. Bajó la mano hasta la funda de la pistola y sacó su Glock. El metal fresco parecía tentarlo, como si llevara demasiado tiempo en letargo. Oyó otro chasquido, vio que Denton apartaba la mano de su cadera. Por fin estaban a punto de vérselas cara a cara con Henry Parker, y ambos llevaban el seguro quitado.
Mauser entró primero. Se movía lentamente, avanzando con sigilo por el suelo de cemento, atento a cualquier movimiento. La verja conducía a un pequeño pórtico. Agachado junto a los peldaños de piedra, Mauser señaló la puerta y le hizo un gesto con la cabeza a Denton. Leonard levantó su pistola para cubrirlo mientras Mauser se acercaba.
Joe intentaba respirar con calma, rítmicamente, pero su corazón aleteaba como un colibrí. Cuando llegó al peldaño de arriba, miró a Denton y se asomó luego rápidamente por una ventana manchada de polvo. Vio un destello de luz muy débil en lo alto de una escalera, pero ninguna señal de vida.
Giró suavemente el pomo de la puerta. El viento silbó junto a su cabeza. No encontró resistencia y entró en el vestíbulo a oscuras. Dentro el aire olía a rancio. Se movió pegado a la pared, con la Glock en alto y el pulso acelerado. Denton se reunió con él y avanzaron cautelosamente hacia la escalera.
Los escalones estaban gastados, cubiertos de barro seco y suciedad. Mauser subió despacio, encorvado. Parker había dicho que estaba en el tercer piso, pero quizá fuera una trampa. El chico podía aparecer en cualquier momento, pillarlos por sorpresa. Mauser dudaba seriamente de que estuviera armado, a no ser que fuera con un cuchillo o una tubería suelta. Esperaba, en el fondo, tener valor para disparar.
El rellano del segundo piso estaba en sombras. La luz brotaba del piso de arriba, derramándose por la escalera. Mauser se maldijo por no llevar linterna, pero no había tiempo para arrepentirse.
Al subir el primer peldaño, algo suave le rozó la cara. Dio un paso atrás y lo sintió de nuevo.
– ¡Joder! -exclamó al tropezar con el pie de Denton. Una bandada de palomas salió volando de entre las sombras, batiendo las alas frenéticamente. Sus plumas volaban a la luz suave. Mauser levantó la mano, intentó ahuyentarlas-. ¡Fuera de aquí, maldita sea!
Denton se unió a él y ambos siguieron haciendo aspavientos hasta que se hizo el silencio. Joe se limpió el sudor de la frente, miró a Denton, que tenía el pelo alborotado.
– Adiós al factor sorpresa -susurró.
Se acercaron al descansillo del tercer piso. Los peldaños estaban salpicados de goterones blancos. Parecían frescos. Mierda de pájaro. Estupendo. Cuando llegaron al tercer piso, Mauser volvió la pistola hacia la luz.
La habitación que tenían delante estaba vacía. La única luz procedía de una bombilla a la que le habían arrancado el cordel. No había ni rastro de Parker.
Joe avanzó con los brazos tensos y la pistola lista. Entonces lo vio. En el centro de la habitación, justo bajo la bombilla, había una fotografía.
Mauser se arrodilló y la recogió. De pronto sintió flojas las rodillas, notó un vacío en el estómago. Dejó caer la pistola. Había reconocido al hombre de la fotografía.
Era John Fredrickson.
Su cuñado. El marido de su hermana. En la fotografía, sostenía un sobre lleno de dinero. Y quien le estaba entregando el sobre era un hombre al que Mauser reconoció inmediatamente.
Angelo Pineiro. Blanket Pineiro.
Joe retrocedió tambaleándose, la fotografía se le cayó de las manos. Denton dio un paso adelante, recogió la fotografía.
– Dios mío -dijo-. ¿Es auténtica?
– Creo que sí -dijo Mauser. Entonces vio una pequeña flecha negra al pie de la fotografía. Señalaba hacia abajo. Mauser le dio la vuelta y vio dos palabras garabateadas al dorso.
Quinto piso.
Mauser agarró con fuerza la fotografía, la sintió arrugarse entre sus dedos. La adrenalina circulaba por su cuerpo a toda velocidad. John se dejaba sobornar. ¿Era posible? ¿Y de dónde coño había sacado Parker esa fotografía? La rabia bullía dentro de él. Pero ahora Mauser no podía concentrarse.
Subió las escaleras a toda prisa. Abajo, los pájaros se alborotaron. Denton iba tras él, pero Joe Mauser no oía nada, sólo sentía el tamborileo del interior de su cabeza.
John… ¿por qué?
Cuando llegaron al quinto piso, encontró la puerta abierta de par en par. Parker estaba esperándolo. La luna proyectaba un brillo blanco y fantasmal sobre el suelo. Las sombras danzaban en los rincones. Entornó los ojos, creyó ver que algo se movía.
– ¡Parker! -gritó con la pistola en alto.
Denton se colocó a su lado. La respiración trabajosa de ambos se mezcló. La habitación estaba en silencio. Los pájaros habían dejado de volar. Mauser avanzó. Un manto de oscuridad, suave e impenetrable, cubría la habitación.
– Tengo más.
Mauser se quedó quieto. La voz procedía de un rincón de la habitación, junto a la ventana. Joe sólo veía negrura. Mauser levantó la pistola al nivel del pecho y dio un paso adelante.
– Si me pasa algo, los negativos irán derechos a la prensa. Baje la pistola. Luego podemos hablar.
– Joe -susurró Denton-. Podría estar armado. Vamos a cargárnoslo antes de que llegue la caballería.
Parker pareció oírlo, pero su cuerpo no respondió. Estaba tenso, rígido.
– Hay más fotos -dijo-. Muchas más. Las tiene un amigo. Si algo me pasa, las verán en los periódicos. Lo único que le pido es que baje el arma.
La cara de John en aquella foto. Puso la mano en la muñeca de Denton, lo obligó a bajar la pistola.