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N. J.: ¿Ridículos adornos de porcelana?

J. H.: [Risas] No, pero era una mujer de negocios. Fundó su propia empresa, como tú y yo. Salvo que la suya era de sexo telefónico. Ganó mucho dinero con eso, bastante como para mandar a sus hijos a una escuela muy elegante. Giggleswick. ¿Te suena?

N. J.: No.

J. H.: El padre de Robert nunca lo quiso. Lo consideraba el tonto y el problemático, el segundo; le habían engañado para tenerlo y él nunca lo había querido. Así que cuando su padre cogió y se fue, la madre culpó a Robert de que se largara. Robert se convirtió oficialmente en la oveja negra de la familia. A pesar de una costosa educación, suspendía los exámenes y acabó trabajando como cocinero en el Steak & Kebab House de Oxenhope. Quizás por eso se siente identificado con Branwell Bronté.

N. J.: Podrías estar inventándotelo. Robert nunca me contó nada de todo esto. ¿Por qué debería creerte?

J. H.: ¿Acaso te queda otra elección? Es lo que yo te cuente o nada. Pobre Naomi. Se me parte el corazón.

N. J.: ¿Por qué me odias tanto?

J. H.: Porque ibas a quitarme a mi marido, y era todo lo que tenía.

N. J.: Si Robert muere no tendrás nada.

J. H.: [Risas.] Te equivocas. Verás que he usado el pretérito: era todo lo que tenía. Ahora estoy bien. Tengo algo mucho más importante que Robert.

N.J.: ¿Qué?

J. H.: Adivínalo. Es algo que tú no tienes, no puedo decirte más.

N. J.: ¿Sabes quién me violó?

J. H.: Sí. [Risas] Pero no pienso decirte su nombre.

CAPÍTULO 21

8/4/2006

– Las hermanas Brontè eran de Haworth -dijo Simón-. Robert se apellida Haworth.

– Lo sé.

Charlie había pensado lo mismo.

– ¿Sabes cómo se llamaba el marido de Charlotte Brontè?

Ella negó con la cabeza. Era una de esas cosas que la mayoría de la gente no sabía, pero él sí.

– Arthur Bell Nicholls. ¿Recuerdas a la hermana de Robert Haworth, esa de la que él le habló a Naomi Jenkins?

– ¡Dios! ¡Las tres hermanas! Juliet insinuó que estaban muertas.

– Por lo que parece, Haworth llevó muy lejos lo de identificarse con Branwell Brontè -dijo Simón, muy serio-. ¿Qué me dices de su apellido? ¿Piensas que es una coincidencia?

Charlie le dijo lo mismo que le había dicho ayer a Naomi Jenkins:

– No creo en las coincidencias. Gibbs está investigando lo de la escuela Giggleswick y lo de Oxenhope, o sea, que muy pronto deberíamos concretar algunas cosas. No me extraña que no consiguiéramos averiguar nada de esa maldita Lottie Nicholls.

– No me gustan esas conversaciones. -Simón apuró el té tibio que le quedaba en el vaso de porexpán-. Las dos mujeres locas de Robert Haworth. Me dan escalofríos.

Simón y Charlie estaban en la cantina de la comisaría, una sala de paredes desnudas y sin ventanas con una máquina de refrescos en una esquina. A nadie le gustaba ese sitio ni el té tibio y aguado que servían. Normalmente habrían tenido esa conversación en The Brown Cow tomándose algo decente, pero Proust le había comentado a Charlie que de ahora en adelante quería que sus agentes hicieran su trabajo en el trabajo y no, tirados en un sórdido club de striptease.

– Señor, la única prenda de ropa íntima que podrá encontrar en su regazo en The Brown Cow es una de las servilletas rojas de Muriel antes de que le sirvan el almuerzo -objetó Charlie.

– Al trabajo se viene a trabajar -gruñó Proust-. No a satisfacer nuestras papilas gustativas. Un rápido bocado en la cantina…, ése ha sido mi almuerzo durante veinte años y no me habéis visto quejarme.

Era divertido, porque eso fue exactamente lo que vio Charlie. Como de costumbre, Muñeco de Nieve se puso de un humor de perros al momento. Charlie le había pasado los precios del fabricante de relojes de sol más barato que había podido encontrar, un ex picapedrero de Wiltshire, pero incluso ése le había dicho que el precio final, para la clase de reloj que quería Proust, sería de al menos dos mil libras. El superintendente Barrow había vetado la idea. Los fondos eran limitados y había otras prioridades. Como arreglar la máquina de refrescos.

– ¿Sabes lo que me dijo ese cretino? -despotricó Proust-. Pues que en el vivero que hay cerca de donde vive venden relojes de sol por mucho menos de dos mil libras. Me ha dado su permiso para que compre uno. ¡Le da igual que ésos sean de pie y aquí no tengamos un maldito jardín! ¡Le da igual que ni siquiera puedan marcar la hora! Ah, me olvidaba de mencionar lo más importante, inspectora: sí, en efecto, ¡Barrow no encuentra ninguna diferencia entre un reloj decorativo y uno de verdad que marque la hora solar! Ese hombre es un incordio.

– Proust -le oyó decir Charlie a Simón.

Ella levantó los ojos.

– ¿Qué?

– Creo que lo que estamos haciendo no es ético. Lanzar a Naomi Jenkins dentro de una jaula con Juliet Haworth y utilizarla como cebo. Voy a hablar de ello con Muñeco de Nieve.

– Él lo autorizó.

– Él no sabe lo que han hablado. Esas dos mujeres nos están mintiendo. Así no vamos a ninguna parte.

– ¡Ni te atrevas, Simón! -Con él las amenazas no funcionaban. Era un lunático propenso a creer que era el único guardián de la moral y la decencia. Otra cosa de la que había que culpar a su educación religiosa. Charlie suavizó el tono-. Mira, la mejor opción que tenemos para averiguar qué coño está pasando es dejar que esas dos sigan peleándose y esperar sacar algo en claro. De hecho, ya ha ocurrido: sabemos más cosas sobre Robert Haworth de las que sabíamos ayer. -Al ver la expresión de escepticismo de Simón, Charlie añadió-: Vale, puede que Juliet esté mintiendo. Todo lo que dice podría ser una mentira, pero yo no lo creo. Creo que hay algo que ella quiere que sepamos y que quiere que Naomi Jenkins sepa. Tenemos que darle tiempo para que eso ocurra, Simón. Y, a menos que tengas un plan mejor, te agradecería que no fueras a lloriquearle a Proust y trataras de convencerlo para que desbarate el mío.

– Crees que Naomi Jenkins es más fuerte de lo que parece -dijo Simón sin alterar su tono de voz. Charlie se dio cuenta de que ya había dejado de morder el anzuelo-. Podría venirse abajo en cualquier momento, y cuando eso suceda, te sentirás como una mierda. No sé qué es lo que hay entre esa mujer y tú…

– No seas ridículo…

– Vale, es inteligente, no es esa clase de gentuza con la que solemos enfrentarnos, pero tú la tratas como si fuera una de nosotros, y no lo es. Esperas demasiado de ella y le cuentas demasiadas cosas…

– ¡Oh, vamos!

– Se lo cuentas todo para ponerla en contra de Juliet, porque estas convencida de que Juliet fue quien intentó matar a Haworth, pero, ¿y si no fue ella? No ha confesado. Naomi Jenkins nos ha mentido desde el principio, y yo digo que sigue mintiendo.

– Está ocultando algo -reconoció Charlie.

Tenía que ocuparse personalmente de Naomi. Estaba segura de que si hablaban a solas podría sacarle la verdad.

– Ella sabe algo sobre lo que Juliet no quiere decirnos -dij0 Simón-. Juliet es consciente de ello y no le hace ninguna gracia Quiere ser la que tiene toda la información y soltarla poco a poco. En mi opinión, va a dejar de hablar; no dirá nada más. Es la única forma en que puede ejercer su poder.

Charlie decidió cambiar de tema.

– ¿Cómo está Alice? -dijo, como quien no quiere la cosa. Era la pregunta que había decidido no hacer nunca. «Maldita sea.» Ahora ya era demasiado tarde.

– ¿Alice Fancourt?

Simón parecía sorprendido, como si llevara un tiempo sin pensar en ella.

– ¿Acaso conocemos a otra?

– No sé cómo está. ¿Por qué iba a saberlo?