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La inspectora Zailer me empuja hacia la calle y se dispone a cerrarme la puerta en las narices.

– Juliet no está implicada en las violaciones -le grito desde el patio-. Si se trata de un negocio, no tiene nada que ver con él. Nunca ha tenido nada que ver.

Ella se queda mirándome. Y espera.

– En el teatro… había una ventana -digo, sin aliento, entrecortadamente-. Pude verla cuando me ataron a la cama. Y vi lo que había fuera. Estaba muy cerca, a pocos metros. Sólo recordé que había visto algo a través de esa ventana después de la pesadilla que tuve anoche. Siempre recordaba haber visto una ventana, pero eso era todo. No era consciente de que había visto algo más, pero tuve que verlo, debía estar en mi mente…

– ¿Qué fue lo que vio? -pregunta la inspectora Zailer.

Tengo ganas de gritar, aliviada.

– Una casita. Un bungalow.

Hago una pausa para recobrar el aliento.

– Hay miles de bungalows -dice ella-. Ese teatro podría estar en cualquier parte.

– Uno así no. Era inconfundible. Pero ésa no es la cuestión. -No soy capaz de hablar todo lo deprisa que quiero-. He vuelto a ver otra vez esa casa después de entonces, de la noche en que me atacaron. La vi a través de la ventana del salón de Robert. Era una de las casitas de porcelana de Juliet que había en el aparador con puertas de cristal. Es la misma casa, la que vi a través de la ventana mientras me violaban. Está hecha con ladrillos que parecen piedras, si es que eso tiene algún sentido. La piedra es del mismo color…, posiblemente sea piedra tratada. Y no eran lisas. Daba la impresión de que eran rugosas. Es difícil de explicar sin haberlo visto. La puerta era de color azul, en forma de arco…

– ¿… y tres ventanas encima de la puerta, también en forma de arco?

Asiento con la cabeza. No me molesto en preguntar; sé que no va a responderme.

Charlie Zailer coge su chaqueta de una percha que hay en el vestíbulo y saca las llaves del coche del bolsillo.

– Vámonos -dice.

Permanecemos un rato en silencio, sin preguntas ni respuestas. Hay mucho que contar, pero, ¿por dónde empezar? Volvemos a tomar High Street y giramos a la derecha donde está la Old Chapel Brasserie para seguir por Chapel Lane.

Te prometo que nunca iré a tu casa.

No es allí donde quiero ir. Tú estás en otro sitio.

– Quiero que me lleve de nuevo al hospital para ver a Robert -digo.

– Olvídelo -dice la inspectora Zailer.

– ¿Se iba a meter en problemas por llevarme a verlo? ¿Es eso lo que le preocupa? ¿Tienes problemas en el trabajo?

Se echa a reír.

El número tres de Chapel Lane aún sigue dando la espalda a la calle. Me permito una pequeña fantasía: hace unos instantes tu casa daba a la calle, abierta y acogedora; sólo se dio la vuelta ver que me acercaba. «Sé quién eres. Déjame en paz.»

La inspectora Zailer aparca de cualquier manera; las ruedas de su Audi golpean el bordillo.

– Tiene que enseñarme esa casita de porcelana -dice-. Debemos averiguar si está ahí o sólo se lo ha imaginado. ¿Cree que le va a dar otro ataque de pánico?

– No. Lo que me daba miedo era ser consciente de lo que vi… eso era lo que hacía que mi mente se bloqueara. Pero anoche superé el pánico. Debería haber visto cómo quedaron las sábanas… Parecía que se hubiesen caído a una piscina.

– Entonces, vamos.

Rodeamos tu casa. Todo está igual que el lunes: el jardín abandonado y lleno de trastos y las impresionantes vistas. ¿Cuántas veces te habrás quedado aquí de pie, en medio de este césped que se está muriendo, rodeado por los desechos de tu vida con Juliet, deseando huir hacia toda esa belleza que podías ver tan claramente pero que no estaba a tu alcance?

Tomo la delantera para dirigirme hacia la ventana. Cuando la inspectora Zailer me alcanza, le señalo el aparador apoyado contra la pared. La miniatura de la casa con la puerta en forma de arco está ahí, en la segunda estantería empezando por abajo.

– Es la que está junto a la vela -digo, tan conmocionada como me hubiera sentido si no hubiese estado allí. Pero supongo que es fácil confundirse al tener la repentina certeza de que algo importante ocurre por casualidad.

Charlie Zailer asiente con la cabeza. Se apoya en la pared, saca un paquete de cigarrillos del bolso y enciende uno. Sus labios y sus mejillas están pálidos. El bungalow de cerámica significa algo para ella, aunque no sé exactamente qué, y me da miedo preguntárselo. Estoy a punto de comentar de nuevo la posibilidad de ir a verte al hospital cuando dice:

– Naomi. -Por su expresión, sé que se avecina otra conmoción y me preparo para el impacto-. Sé dónde está esa casa -dice-Voy a subir al coche para ir a esa casa. El hombre que la violó estará allí cuando llegue. Voy a hacer que confiese aunque tenga que arrancarle las uñas, una por una.

No digo nada; tengo miedo de que se haya vuelto loca.

– La dejaré en una parada de taxis -dice.

– Pero, ¿cómo…? ¿Qué…?

Se dirige hacia la puerta de entrada, hacia la calle. No se detendrá para contestar a mis preguntas.

– Espere -le digo, siguiéndola y corriendo para alcanzarla-. Voy con usted.

Me quedo en el mismo sitio donde Juliet lo hizo el lunes. La inspectora Zailer se queda donde yo estaba. La coreografía es la misma, pero el reparto ha cambiado.

– Eso sería una insensatez, tanto para usted como para mí -dice-. Pondríamos en juego su seguridad y mi carrera.

Si lo hago, si voy con ella hasta allí, sea donde sea, y veo a ese hombre, entonces, pase lo que pase, nunca tendré que volver a pensar en mí como una cobarde.

– Me da igual -le digo.

Charlie Zailer se encoge de hombros.

– A mí también -dice.

CAPÍTULO 23

8/4/2006

– ¿Alguien ha visto a Charlie?

Simón estaba tan nervioso que, cuando aún estaban a cierta distancia de él, gritó a Sellers y a Gibbs con un tono de voz que normalmente no emplearía.

– Estábamos buscándote.

Sellers se detuvo junto a la máquina de refrescos que había frente a la cantina y se puso a rebuscar en su bolsillo para sacar unas monedas.

– Algo le ocurre -dijo Gibbs-. Pero no sé de qué se trata. Antes he hablado con ella y…

– ¿Le dijiste el verdadero nombre de Robert Haworth?

– Sí, empecé a hablar con ella y…

– ¡Mierda!

Simón se frotó la nariz, pensativo. Aquel asunto era grave. ¿Hasta dónde podía contárselo a Sellers y a Gibbs? Laurel y el maldito Hardy, pensó. Pero tenía que decírselo.

– …cuando le dije que Haworth se llamaba Robert Angilley se fue -continuó Gibbs-. Salió a la calle, se metió en su coche y se largó. No tenía buen aspecto. ¿Qué está ocurriendo?

– No pude localizarla, y a vosotros tampoco -dijo Simon-Tiene el móvil apagado. Ella nunca hace eso… Ya conocéis a Charlie, nunca está ilocalizable y nunca se larga sin decirme adónde va. Por eso he llamado a su hermana.

– ¿Y? -dijo Sellers.

– Malas noticias. Interrumpieron sus vacaciones; se suponía que estaban en España.

– ¿Se suponía? -preguntó Gibbs

Por lo que sabía, ahí es donde había estado la inspectora, adónde se largó cuando el caso de Robert Haworth empezó a complicarse.

– El hotel era horrible, de modo que ella y Olivia se fueron e hicieron otra reserva: en los chalets Silver Brae, en Escocia.

Sellers levantó la vista, salpicándose los dedos con chocolate caliente.

– ¡Mierda! -exclamó-. ¿Los chalets Silver Brae? ¿Los que dirige el hermano de Robert Haworth? Acabo de apuntar su nombre hace diez minutos.

– Exacto -dijo Simón, muy serio-. Olivia cree que Charlie y Graham Angilley tienen… una especie de relación.

– ¡No pudo estar allí más de un día!