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– Dame una oportunidad. -Sellers parecía avergonzado-. No me he olvidado de tu despedida de soltero. He estado ocupado, eso es todo.

Simón se dio cuenta de que sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas.

– Sí…, ocupado pensando en tu polla, como siempre -contraatacó Gibbs.

– Esto puede esperar -dijo Simón-. Tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos que contratar strippers y atarte desnudo a una farola. Estamos metidos en un buen lío.

– Entonces, ¿qué hacemos? -preguntó Sellers-. ¿Adónde ha ido la inspectora?

– Olivia dice que Charlie le dejó un mensaje en su buzón de voz pidiéndole que fuera a verla más tarde, de modo que es evidente que esta noche piensa estar en casa, aunque ahora no esté allí. Iré más tarde y hablaré con ella. Mientras tanto… -Simón se rodeó con los brazos. Puede que ambos le mandaran a la mierda. No les culparía si lo hacían-. Sé que no debería pedíroslo, pero… ¿podríais mantener alejado a Muñeco de Nieve de todo esto?

Sellers abrió unos ojos como platos.

– ¡Oh, mierda! A Proust le va a dar algo cuando… ¡Oh, mierda! La inspectora y la principal sospechosa…

– Tendrá que retirarse del caso -dijo Simón-. Voy a intentar convencerla de que sea ella misma quien se lo cuente a Proust. No tiene que ser tan difícil. No es ninguna estúpida. -Lo dijo básicamente para tranquilizarse a sí mismo-. Es posible que haya sufrido un shock y necesite estar a solas para poder reflexionar.

Simón no quería pensar qué pasaría si Proust se enteraba antes de que Charlie se lo contara.

– ¿Cómo podremos mantenerlo en secreto? -preguntó Gibbs-. Proust pregunta por ella cada cinco minutos. ¿Qué vamos a decirle?

– No tenéis que decir nada, porque ya habréis salido para Escocia. -Para asombro de Simón, ni Sellers ni Gibbs cuestionaron su autoridad-. Os traéis a Graham Angilley y a Stephanie, su mujer. Yo me ocuparé de Proust. Le diré que Charlie ha ido a Yorkshire para hablar con Sandy Freeguard, ya que es posible que hayamos identificado al hombre que la violó. Proust no lo pondrá en duda. Ya sabéis cómo es… Suele ser a primera hora de la mañana cuando se emplea a fondo en buscar responsables. -Al ver las caras que ponían, añadió-: ¿Se os ocurre alguna idea mejor? Si le contamos que Charlie se ha largado vamos a complicarle más la vida, y eso es lo último que necesita.

– ¿Y tú que vas a hacer mientras nosotros nos vamos a la campiña escocesa para detener a un pervertido? -preguntó Gibbs, desconfiado.

– Hablaré con Yvon Cotchin y luego con Naomi Jenkins si puedo dar con ella.

Sellers negó con la cabeza.

– Si Muñeco de Nieve se entera de todo esto, antes de que termine la semana los tres estaremos en un colegio dando charlas sobre cómo actuar en caso de incendio.

– No nos caguemos encima antes de tiempo -dijo Simón-. Charlie sabe que nos ha puesto en una situación muy comprometida. Apuesto a que estará de vuelta antes de una hora. Pasaos por The Brown Cow antes de salir, sólo por si acaso. Si está allí, llamadme.

– Vale, jefe -dijo Gibbs sarcásticamente.

– Esto no es ningún juego.

Simón bajó la vista hacia el suelo. La idea de que Charlie estuviera sentimentalmente unida a Graham Angilley -un hombre que seguramente era un monstruo, un sádico violador-le preocupaba más de lo que era capaz de comprender o explicar. Se sentía casi como si eso le hubiera ocurrido a él, como si Angilley le hubiese atacado. Y si así era como él se sentía, no quería pensar en lo que debía suponer para Charlie.

Un policía vestido de uniforme se acercó por el pasillo, dirigiéndose hacia ellos. La conversación se cortó bruscamente. Simón, Sellers y Gibbs percibieron la conspiración de silencio flotando en el aire mientras el agente Meakin se acercaba.

– Lamento interrumpir -dijo Meakin, aunque lo único que había interrumpido era una ambiente de muda incomodidad-. Hay una tal Yvon Cotchin que quiere ver a la inspectora Zailer. La he hecho pasar a la sala de interrogatorios número dos.

– Otra coincidencia -dijo Gibbs-. Te ha ahorrado el viaje.

– ¿Ha dicho qué quiere? -le preguntó Simón a Meakin. Detrás de él, oyó que Sellers decía: «Iba a organizarte una maldita despedida de soltero, ¿vale? Voy a hacerlo.»

– Dice que su amiga ha desaparecido. Está preocupada por ella porque la última vez que la vio estaba muy alterada. Es todo cuanto sé.

– Estupendo, Meakin -dijo Simón-. Voy dentro de un minuto.

Una vez que se hubo ido el joven policía, Simón se volvió hacia Sellers y Gibbs.

– Alterada, desaparecida…, ¿a qué os suena?

– ¿Qué quieres decir?

– No lo sé. -Al oír lo que había dicho Meakin, la primera idea que tuvo Simón fue demasiado paranoica y absurda; no merecía la pena comentarla. Sellers y Gibbs pensarían que estaba perdiendo el control. Decidió apostar sobre seguro-. No tengo ni idea -dijo-. Pero, si fuera un corredor de apuestas, apostaría a que esto tampoco es otra coincidencia.

– ¿Por qué no iba a decirme adónde iba? -preguntó Yvon Cotchin-. Hicimos las paces; ya no estaba enfadada conmigo, sé i no lo estaba…

– No es probable que se trate de algo que haya hecho usted -le dijo Simón.

Llevaban menos de tres minutos hablando, pero Simón ya empezaba a ponerse nervioso: Cotchin no dejaba de retorcerse las manos y de morderse el labio. Parecía más preocupada por cómo se reflejaría en ella la inexplicable ausencia de su amiga que por el peligro que pudiera correr Naomi.

Simón había escuchado, aunque no personalmente, la teoría de Naomi Jenkins de que Robert Haworth había preparado la comida para el público que presenciaba las violaciones. Pensó que era posible, además de ser una buena razón para ocultarle a Jenkins que antes había sido chef.

Lo que Simón no alcanzaba a comprender, por mucho que lo intentara, era por qué Haworth querría iniciar una relación con Sandy Freeguard y Naomi Jenkins sabiendo que su hermano las había violado. Volvió a pensar en las dos conversaciones que habían mantenido Naomi y Juliet Haworth. Charlie y él habían vuelto a escuchar las cintas hacía tan sólo unas horas. «No ve a nadie de su familia. Oficialmente, Robert es la oveja negra.» Pero su familia comprendía a un violador en serie, una fulana que practicaba sexo telefónico con desconocidos y un padre bruto y racista que apoyaba al Frente Nacional…

Simón se sintió agitado por dentro. Si Robert Haworth era la oveja negra de una familia corrupta, ¿no lo convertía eso, desde un punto de vista éticamente objetivo, en todo lo contrario? ¿En lo único bueno de una familia horrible?

Simón se moría por hablar con Charlie. Su escepticismo era la prueba del nueve para todas sus teorías. Sin ella, era como si le faltara la mitad del cerebro. Así pues, probablemente estuviera equivocado, pero aun así… ¿y si Robert Haworth supiera lo que su hermano Graham les hacía a esas mujeres y decidiera buscar a algunas de ellas para tratar de ayudarlas?

Pero, ¿por qué no acudió simplemente a la policía?, habría dicho Charlie.

Porque hay gente que nunca haría eso, y ya está. ¿Entregar a un miembro de tu propia familia a la justicia? No; sería una traición demasiado grande, demasiado teatral.

Cuanto más trataba Simón de desbaratar su teoría, más dispuesta parecía ésta a agenciarse unas alas y echar a volar. Si Robert estaba al tanto de las violaciones pero era incapaz de denunciarlas a la policía, debía sentirse doblemente culpable. ¿Cabía la posibilidad de que se hubiera impuesto la misión de tratar de compensar de otra manera a las víctimas de Graham?

«No, eso es una gilipollez.» Robert Haworth violó a Prue Kelvey. Eso estaba fuera de toda duda.