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– Subinspector Waterhouse -la corrigió Charlie-. Subinspector. -Charlie se preguntaba cómo se sentiría si Simón decidiera hacer los exámenes para ser inspector y los aprobara, si ella ya no fuera su superior. Era algo que podría llegar a ocurrir. Pero decidió que no debía preocuparse por ello-. ¿El señor Haworth tiene coche? Puede que lo haya cogido para ir a Kent.

– Es camionero. Necesita el camión para trabajar, y cuando no está conmigo dedica cada minuto a su trabajo. Debe hacerlo, porque Juliet no tiene ingresos… Todos los gastos dependen de él.

– Pero ¿tiene coche?

– No lo sé. -Naomi se sonrojó-. Nunca se lo he preguntado. -A la defensiva, añadió-: Apenas tenemos tiempo para estar juntos y no malgastamos el poco del que disponemos en cosas triviales.

– Bueno, así que estaba mirando a través de la ventana del salón del señor Haworth… -empezó Charlie.

– El Traveltel tiene una política de cancelaciones -dijo Naomi, cortando a Charlie-. Si cancelas antes del mediodía del día de la reserva, no te cobran la habitación. Le pregunté a la recepcionista, y Robert no había cancelado la reserva, algo que sin duda alguna habría hecho si hubiera decidido dejarme. El nunca malgastaría el dinero de esa manera.

Había cierto acoso verbal -casi como un castigo-en su forma de hablar. «Trata de ser tolerante y paciente para ver qué ocurre», pensó Charlie. Supuso que Naomi Jenkins mantendría esa actitud durante el resto del interrogatorio.

– Sin embargo, el pasado jueves el señor Haworth no se presentó -dijo Simón-, de modo que supongo que fue usted quien pagó.

Charlie había estado a punto de hacer exactamente la misma objeción. Una vez más, Simón se había hecho eco de sus pensamientos como nadie más era capaz de hacerlo.

Naomi arrugó el rostro.

– Sí -acabó por admitir-. Pagué yo. Es la única vez que lo he hecho. Robert es bastante romántico y, en ciertas cosas, antiguo. Estoy segura de que yo gano mucho más dinero que él, pero siempre he fingido que apenas gano nada.

– ¿Es algo que él podría suponer por su ropa o por su casa? -preguntó Charlie, que supo, en cuanto entró en la sala de interrogatorios, que se encontraba frente a una mujer que gastaba bastante más que ella en ropa.

– A Robert no le interesa la ropa y nunca ha estado en mi casa.

– ¿Por qué no?

– ¡No lo sé! -Naomi parecía estar a punto de llorar-. Es muy grande. No quería que pensara que… Pero sobre todo fue por Yvon.

– Su amiga.

– Es mi mejor amiga y vive conmigo desde hace dieciocho meses. Sabía que ella y Robert no se iban a gustar en cuanto lo conocí, y no quería enfrentarme al hecho de que no se llevaran bien.

«Interesante -pensó Charlie-. Conoces al hombre de tus sueños y al momento te das cuenta de que tu mejor amiga lo odiaría».

– Miren, si Robert hubiera decidido terminar con nuestra relación se habría presentado, tal y como estaba previsto, y me lo habría dicho a la cara -insistió Naomi-. Cada vez que nos vemos hablamos de casarnos. Al menos me habría llamado. Es la persona más responsable que he conocido jamás; es así porque necesita controlar las cosas. Él sabría que, si desapareciera de repente, yo lo buscaría y que iría a su casa. Y entonces sus dos mundos chocarían, como ha ocurrido esta tarde. No hay nada que Robert pudiera odiar más. Haría todo lo posible para asegurarse de que su mujer y su… novia no se conocieran ni hablaran nunca. Y puesto que no estaba allí, sería mejor hacer algo. Robert preferiría morir antes que dejar que eso ocurriera.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Naomi.

– Me hizo prometer que nunca iría a su casa -murmuró-. No quería que viera a Juliet. Hizo que ella pareciera…, como si le pasara algo malo, como si estuviera loca o tuviera alguna enfermedad, como si fuera una inválida. Y entonces, cuando la vi, me pareció tan segura de sí misma…, incluso superior. Llevaba un traje de chaqueta negro.

– Naomi, ¿qué ocurrió esta tarde en casa del señor Haworth? -Charlie consultó su reloj. Seguramente Olivia ya estaría de vuelta.

– Creo que vi algo. -Naomi suspiró y se frotó la frente-. Tuve un ataque de pánico, el peor de mi vida. Perdí el equilibrio y me caí al suelo. Tuve la sensación de que me ahogaba. Me levanté en cuanto pude y traté de huir. Miren, estoy segura de que vi algo, ¿de acuerdo?

– ¿A través de la ventana? -preguntó Simón.

– Sí. Ahora, al hablar de ello, estoy empezando a sentir un sudor frío, a pesar de que estamos lejos de allí.

Charlie frunció el ceño y se echó hacia delante en su silla. ¿Se le había pasado algo por alto?

– ¿Qué vio? -preguntó.

– ¡No lo sé! Todo lo que sé es que me entró el pánico y tuve que irme. Todas las razones que tenía para estar allí se esfumaron de repente, y tenía que irme lo antes posible. No podía soportar estar cerca de esa casa. Tuve que ver algo. Hasta ese momento yo me encontraba bien.

En opinión de Charlie, todo era demasiado confuso. La gente veía algo o no lo veía.

– ¿Vio algo que le hizo pensar que Robert había sufrido algún daño? -preguntó Charlie-. ¿Sangre, algún objeto roto, pruebas de que había habido una discusión o una pelea?

– No lo sé. -La voz de Naomi sonó malhumorada-. Puedo decirles todo lo que recuerdo haber visto: una alfombra roja, un suelo de láminas de madera, un montón de horribles casitas de porcelana de todas las formas y tamaños, una vela, una cinta métrica, una aparador con las puertas de cristal, una televisión, un sofá, una butaca…

– ¡Naomi! -Charlie interrumpió la crispada salmodia de aquella mujer-. ¿No cree posible que tal vez haya supuesto, erróneamente, que esa súbita reacción haya sido la consecuencia de algo extraño, de algún estímulo desconocido que pudiera haber sido originado por algo que vio a través de la ventana? ¿No podría ser la manifestación del estrés que ha ido acumulando desde hace un tiempo?

– No. No lo creo -contestó ella rotundamente-. Vayan a casa de Robert y descubrirán algo. Sé que lo harán. Si estoy equivocada, me disculparé por haberles hecho perder el tiempo. Pero no estoy equivocada.

– ¿Qué ocurrió después del ataque de pánico? -preguntó Charlie-. Dijo que intentó huir…

– Juliet fue tras de mí. Me llamó por mi nombre. Y también sabía mi apellido. ¿Cómo podía saberlo? -Por un momento, Naomi pareció estar totalmente desconcertada, como una niña perdida-. Robert se aseguró de mantener sus dos vidas completamente separadas.

«Las mujeres son idiotas», pensó Charlie, incluyéndose a sí misma en el insulto.

– Quizás lo descubrió. Las esposas suelen hacerlo a menudo.

– Me dijo que estaría mejor sin él y que me había hecho un favor. O algo por el estilo. Eso es tanto como admitir que le ha hecho algo a Robert, ¿no?

– No del todo -dijo Simón-. Lo que tal vez quiso decir es que lo había convencido para que terminara la relación que mantenía con usted.

Naomi apretó los labios.

– Usted no escuchó su tono de voz. Quería que yo pensara que yo pensara que había hecho algo mucho peor que eso. Quería que yo temiera lo peor.

– Puede que sí -dijo Charlie, pensando en voz alta-, pero eso no significa que haya ocurrido lo peor. Ella tiene razones para estar enfadada con usted, ¿no?

Naomi parecía ofendida. O puede que indignada.

– ¿Acaso no conocen a alguien que siempre llega media hora antes a una cita porque cree que va a llegar el fin del mundo si se presenta un segundo tarde? -preguntó-. ¿Alguien que llama por teléfono si va a llegar cinco minutos antes para disculparse por llegar «casi con retraso»?

«La madre de Simón», pensó Charlie. Por la forma en que se encorvó sobre sus notas, Charlie sabía que él estaba pensando lo mismo.