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Steph cruzó los brazos. A Charlie no le pareció que estuviera fingiendo.

– Entonces, ¿no está aquí?

– Que yo sepa, está en tu casa. Por cierto, ¿qué quieres?

Charlie sintió que la horrorizada mirada de Naomi se le clavaba en la piel. No podía mirarla y por eso fijó los ojos en Steph. Debería haberle contado a Naomi lo suyo con Graham; debería haber sabido que Steph lo dejaría caer. Pero eso habría implicado ser precavida, y ni siquiera Charlie era lo bastante autodestructiva como para hacer eso en aquel momento.

Charlie abrió la puerta del coche y bajó. Hacía mucho frío. Había dejado de llover, pero el césped y los coches que había en el aparcamiento estaban mojados. Las paredes de los chalets tenían manchas oscuras. Incluso el aire parecía estar lleno de humedad.

– Hablemos en tu despacho -dijo Charlie-. Por el bien de los huéspedes.

– ¿De qué? No tengo nada que decirte.

Naomi se bajó del coche; tenía el semblante pálido y serio. Charlie se fijó en cómo cambió la expresión del rostro de Steph: pasó del enfado a la conmoción.

– ¿Reconoces a Naomi? -le preguntó.

– No.

La respuesta de Steph fue demasiado rápida, automática.

– Sí, claro que la reconoces. Graham la violó, en ese chalet -dijo Charlie, señalándolo-. Había un público formado por varios hombres, cenando. Apuesto a que fuiste tú quien preparó esa cena, ¿verdad? Una de tus famosas comidas caseras.

– No sé qué pretendes.

Steph se puso roja como un pimiento. No mentía muy bien. Menos mal. Charlie pensó que no le llevaría demasiado tiempo conseguir que se viniera abajo.

– Ella no me vio -dijo Naomi-. Y yo tampoco la vi a ella. ¿Cómo podría reconocerme?

– Por las fotografías que Graham le sacó con su teléfono móvil y luego envió al suyo -dijo Charlie. Vio que Naomi se estremecía y pensó que tal vez había intentado olvidar ese detalle-. No es así, ¿Steph? Apuesto a que encontraría un montón de fotos si echara un vistazo. Seguro que eres lo bastante estúpida y Graham lo bastante arrogante para conservar algún recuerdo. ¿Dónde están las fotos de Naomi y de todas las demás mujeres? ¿En el despacho? ¿Entramos y echamos una ojeada?

– ¡No puedes echar una ojeada a ningún sitio! No tienes ninguna orden de registro, o sea, que eso va contra la ley. Piérdete, ¿de acuerdo? ¡No pienso malgastar el tiempo con una de las muchas fulanas de mi marido!

El brazo de Charlie salió disparado y la lanzó al suelo. Steph se arrastró de rodillas y trató de decir algo, pero Charlie la agarró por el cuello.

– Podría haberla matado -dijo Naomi en voz baja.

Probablemente lo había dicho como una advertencia y no como la excelente idea que en realidad era.

– Tú sabes lo que hace tu marido, ¿verdad? -le espetó Charlie a Steph-. Tú estás al corriente de las violaciones. Eras tú quien preparaba las cenas. Seguramente vendías las entradas y te ocupabas de todo, como haces con los chalets, la parte legal del negocio.

– No -dijo Steph, jadeando.

– ¿A qué se debió lo del cambio de sitio? ¿Por qué cambiasteis uno de los chalets por el camión de Robert? ¿Temíais que alguien reconociera el lugar? ¿O es que alguno de los huéspedes oyó gritos en plena noche y empezó a hacer preguntas?

Charlie disfrutaba clavando las uñas en la piel de Steph.

– ¡Suéltame, por favor! ¡Me estás haciendo daño! No sé de qué me estás hablando.

– ¿Sabías que Robert se cambió el apellido de Angilley por el de Haworth? -Charlie se movió, de tal modo que su boca quedó junto al oído de Steph-. ¿Lo sabías? -dijo, gritando tanto como pudo. Le sentó bien, lo necesitaba para liberar su tensión.

– Sí. ¡No puedo respirar…!

– ¿Por qué se cambió de apellido?

– ¡Charlie, por el amor de Dios! La está estrangulando. Si no tiene cuidado la matará.

Charlie ignoró a Naomi. No quería saber cómo debía comportarse. Era demasiado tarde para eso.

– ¿Por qué Robert se cambió de apellido? -volvió a preguntar Charlie, sintiendo cómo el cuello de Steph se estremecía bajo la palma de su mano.

– Él y Graham tuvieron una pelea. No se hablan desde entonces. Robert… ¡No puedo respirar! -Charlie apretó con menos fuerza, aunque sólo ligeramente-. Robert no quería tener nada que ver con Graham ni con el resto de su familia. Ni siquiera con su apellido.

– ¿Qué provocó la pelea?

– No lo sé. -Steph tosió para poder hablar-. Eso es asunto de Graham. Yo no tengo nada que ver.

Charlie le dio un puñetazo en el estómago.

– ¡Y una mierda! ¿Qué te parecería si te propinaran una paliza mortal frente a un montón de gente? ¿A cuánto cobrarías la entrada por ver eso, eh? ¿Qué me dices de Sandy Freeguard? Te suena ese nombre, ¿verdad? ¿Juliet Heslehurst? ¿Prue Kelvey? Aunque a ella no la violó Graham, sino Robert. ¿Por qué? ¿A qué se debió el cambio, después de que Graham violó a todas las demás?

– No voy a decir nada hasta que hable con Graham -dijo Steph, sollozando. Se hizo un ovillo sobre el césped, agarrándose el estómago.

– No vas a hablar con él, zorra. Ni hoy ni durante muchísimo tiempo. ¿O qué crees, que os van a encerrar a los dos en una bonita celda amueblada para que juguéis a las casitas?

– Yo no he hecho nada. No sé de qué me estás hablando. No he hecho nada malo, ¡nada en absoluto!

Charlie sacó su bolso del coche y encendió un cigarrillo.

– Ésa debe de ser una sensación muy agradable -dijo-. No haber hecho nada malo.

Steph no hizo intención de levantarse.

– ¿Qué me va a pasar? -preguntó-. ¿Qué piensas hacer? Nada de lo ocurrido es culpa mía. Ya has visto cómo me trata Graham.

– ¿Que nada de lo ocurrido es culpa tuya? -preguntó Charlie, sintiéndose mejor gracias a la nicotina.

Steph se cubrió el rostro con las manos. Charlie tenía ganas de volver a golpearla, y lo hizo.

– Si quieres pasarte el resto de tu vida en la cárcel es cosa tuya. Tú sigue negándolo todo. Pero si quieres evitar acabar en prisión, tienes varias opciones.

Sí. Steph era idiota si creía que había alguna forma de salir indemne de todo aquello. Si estaba implicada en la organización de las violaciones y sacaba provecho de ellas, estaría a la sombra durante mucho tiempo. Charlie no tenía ninguna duda de que en el despacho y en casa de Steph y Graham habría un montón de pruebas gráficas de sus delitos. Ni en sus peores pesadillas se habrían imaginado que iban a cogerlos. Charlie lo dedujo por la mirada de Steph y por su actitud. Graham debía haberle prometido que no había ningún peligro, que lo tenía todo bajo control.

¿Qué clase de estúpida zorra creería a un hombre como Graham Angilley?

Steph levantó los ojos.

– ¿Qué opciones? -preguntó, mientras las lágrimas y los mocos resbalaban por sus mejillas.

– Dame una fotografía de Graham. Todo lo que necesito son las llaves de ese chalet -dijo, señalando la puerta de color pistacho-. Naomi debe identificar a ese hombre y ese lugar. Una vez que lo haya hecho, iremos al despacho y me contarás todo lo que quiero saber. Si me mientes en el más mínimo detalle, lo descubriré y me aseguraré de que te pudras en la cárcel más cochambrosa que pueda encontrar. -Charlie mintió con seguridad. En realidad, la policía no tenía ningún control sobre el lugar en el que los reos cumplían sus condenas. Puede que Steph acabara en el nuevo y acogedor complejo turístico de categoría D de Combingham. Toda la gente del Departamento de Investigación Criminal lo conocía como «el complejo turístico», porque tenía habitaciones en lugar de celdas y se decía que la comida que les daban a las presas era bastante decente.

Steph se tambaleó por el sendero que conducía hasta el despacho. La parte de atrás de su falda estaba mojada. Aunque había estado tumbada en el césped, Charlie estaba casi segura de que se había meado encima: el olor no engañaba. «Tendría que compadecerme de ella», pensó Charlie. Sin embargo, no lo hizo. En su interior no sentía ni un atisbo de la más mínima compasión por Steph.