El cuerpo de Steph pareció convulsionarse.
– ¿Cómo lo has descubierto? ¿Quién te lo ha contado? ¿Ha sido él? -dijo, moviendo la cabeza en dirección a Gibbs.
– ¿Es cierto?
– No.
– Acabas de preguntar cómo lo descubrí. Nadie dice «descubrir» si se refiere a algo que no es cierto. Me preguntaste: «¿Qué te hace pensar eso?». ¿O estás demasiado espesa para comprender la diferencia?
– Mi marido sólo quería follarte por el trabajo que haces -dijo Steph, con voz envenenada-. Nunca le gustaste. Pero le pone correr riesgos, eso es todo. Como el hecho de dejarte usar su ordenador la otra noche, a pesar de que sabía que eras poli. Si te hubieras molestado en buscar habrías encontrado un motón de cosas. Le dije que era un estúpido por dejar que lo hicieras, pero no puede evitarlo. Le ponías…, eso fue lo que dijo. -A Steph le dio la risa tonta-. ¿Sabes cómo te llama? «El Palo con Tetas». Estás muy delgada y tus tetas son demasiado grandes.
«No pienses en ello. No pienses en Graham. Ni en Simón.»
– ¿Qué hay en el ordenador que tu marido no querría que yo encontrara? -preguntó Charlie-. Pensaba que habías dicho que todas esas mujeres eran actrices, que todo estaba en regla y se hacía con su consentimiento. Si eso fuera verdad, Graham no tendría nada que temer de la policía, ¿verdad? Será mejor que lo asumas, Steph. No eres lo bastante inteligente para mentirme de una forma convincente. Ya te has contradicho dos veces en menos de un minuto. Y yo no soy la única persona más aguda que tú y que quiere jugártela. Piensa en Graham. ¿No te das cuenta de que intenta colgarte el mochuelo? ¿No crees que él podría inventarse una historia que fuera… mil veces mejor que cualquier cosa que a ti se te pudiera ocurrir? Fue el primero de su curso en Oxford y tú sólo eres su burra de carga.
Steph parecía acorralada. Sus ojos, incómodos, recorrían toda la habitación, y se posaban en los objetos sin motivo aparente.
Sus ojos. La piel, alrededor de ellos, no era de color naranja, porque Steph se ponía un antifaz cuando usaba la cama solar; un antifaz como los que obligaban a ponerse a las víctimas de las violaciones. A diferencia del subinspector Sam Kombothekra, que afirmaba no haber ido nunca a Boots, Steph sí sabía dónde comprar antifaces al por mayor. ¿La mandaría Graham a comprarlos de vez en cuando para tener una buena provisión de ellos? Charlie lanzó el rollo de papel higiénico y el quitaesmalte al suelo.
– Te lo voy a preguntar otra vez -dijo, fríamente-. ¿Vuestro pequeño negocio consiste en organizar despedidas de soltero?
– Sí -dijo Steph tras un momento de silencio-. Y Graham no podría colgarme el mochuelo. No soy un hombre. No puedo violar a nadie, ¿verdad?
– Podría decir que tú eras el cerebro que estaba detrás de toda la operación. Incluso podría decir que le obligaste a hacerlo. Él dirá esas dos cosas. Y será su palabra contra la tuya. Apuesto a que tú te ocupabas de toda la administración, de archivarlo todo, como haces con los chalets.
– Pero…, no sería justo que él dijera eso -protestó Steph.
A lo largo de todos los años que llevaba en la policía, Charlie había observado que todo el mundo pensaba que tenía derecho a un trato justo, incluso los más despiadados y depravados sociópatas. Al igual que muchos criminales con los que se había topado, a Steph le horrorizaba la idea de ser tratada injustamente. Era mucho más fácil romper las normas -éticas y legales-si el resto de la gente seguía respetándolas.
– Entonces, ¿de qué iba… el negocio? Despedidas de soltero con violaciones en vivo. Muy original, por cierto. Una idea excelente. Me imagino que vuestros pequeños espectáculos eran muy populares.
– Todo fue idea de Graham.
– ¿No fue idea de Robert Haworth? -preguntó Gibbs. Steph negó con la cabeza.
– A mí nunca me gustó -dijo-. Sabía que no era una buena idea.
– Entonces, sabías que esas mujeres no eran actrices -dijo Charlie-. Sabías que las violaban de verdad.
– No, pensaba que eran actrices.
– Entonces, ¿por qué no era una buena idea?
– Era una mala idea, aunque las mujeres lo hicieran con su consentimiento.
– ¿En serio? ¿Por qué?
Steph iba a decir algo. Charlie casi podía ver los engranajes moviéndose dentro de su cabeza, rotando lenta y ruidosamente.
– Los hombres que venían aquí…, los que asistían a los espectáculos que nosotros…, a los espectáculos que montaba Graham…, podían hacerse una idea equivocada. Es posible que creyeran que era justo tratar así a esas mujeres.
– ¡Cuéntame la maldita verdad! -gritó Charlie, agarrando a Steph por el pelo-. Tú lo sabías, ¿no es así, zorra? ¡Sabías que esas mujeres eran violadas!
– ¡Ay! Suéltame, estás… ¡De acuerdo, lo sabía!
Charlie sintió que su presa se le escapaba de las manos: le había arrancado un mechón de pelo a Steph, lo que le había dejado unas gotas de sangre en el cuero cabelludo. Gibbs lo observaba todo, impasible; por su comportamiento y su expresión, podría haberse pensado que estaba viendo un aburrido partido de rugby por televisión.
Steph empezó a lloriquear.
– Yo no tengo nada que ver con todo esto; también soy una víctima -dijo, frotándose la cabeza-. No quería hacerlo, pero Graham me obligó. Decía que era demasiado arriesgado traer siempre a mujeres de la calle; la mayoría de las veces era yo quien interpretaba a la víctima. Lo que les hizo a aquellas mujeres una o dos veces me lo hizo a mí en cientos y miles de ocasiones. Algunos días me dolía tanto que apenas podía sentarme. No te imaginas cómo se siente una, ¿verdad? No tienes ni idea de lo que significa estar en mi lugar, de modo que no…
– Hace poco has dicho que actuabas -dijo Charlie-. Graham es tu marido. Si de todas formas te acostabas con él, ¿por qué no hacerlo delante de un público y ganar un poco de dinero? Un montón de dinero, seguramente.
– Graham me violaba, como a las demás -insistió Steph.
– Antes, al referirte a tu papel en todo esto, dijiste que era «agotador» -dijo Charlie-. No dijiste que fuera traumático, horrible, aterrador o humillante. Dijiste que era «agotador». Curiosa forma de referirse al hecho de ser violada continuamente ante un público, ¿no? Sonaría mucho más convincente para describir a quien participa en espectáculos de sexo en vivo voluntariamente, noche tras noche. Eso sí me imagino que debe de ser agotador.
– No lo hacía voluntariamente. ¡Lo odiaba! Le dije a Graham que preferiría limpiar una letrina todos los días que hacer eso.
– Entonces, ¿por qué no llamaste a la policía? Podrías haber puesto fin a todo esto con una sola llamada.
Steph parpadeó varias veces ante una idea tan descabellada.
– No quería que Graham se metiera en un lío.
– ¿En serio? La mayoría de las mujeres se alegrarían de que un hombre que las hubiera violado una sola vez se metiera en un lío, de modo que si fueron cientos…
– ¡No, no se alegrarían si se tratara de su marido! -dijo Steph, secándose las lágrimas del rostro con las palmas de las manos.
Charlie tuvo que admitir que tenía algo de razón. ¿Era posible que Steph hubiera sido cómplice de todo a su pesar? ¿Y qué hubiera ocurrido lo mismo con Robert Haworth? ¿Era posible que Graham hubiera obligado a su hermano a secuestrar y violar a Prue Kelvey?
– Graham no es una mala persona -dijo Steph-. Lo único que pasa es que… ve el mundo de otra manera. A su manera. Hay muchas mujeres que fantasean con una violación, ¿no? Eso es lo que dice él. No sería lo mismo si las agrediera físicamente.
– ¿De verdad crees que una violación no es una agresión física, estúpida zorra? -exclamó Gibbs.
– No, no creo que lo sea -respondió Steph, indignada-. No necesariamente. Se trata sólo de sexo, ¿no? Graham nunca golpearía a nadie ni le mandaría a un hospital. -Steph levantó los ojos y miró a Charlie con resentimiento-. Graham tuvo una infancia terrible. Su madre era una puta borracha y su padre pasaba de todo. Eran la familia más pobre del pueblo. Pero Graham siempre dice que ésa fue su escuela de vida: según él, la gente a la que nunca le ha ocurrido nada malo son los desafortunados; porque no saben de qué están hechos ni qué serían capaces de hacer.