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Pereira, desde la acera, entre los curiosos, ve cómo Belaunzarán llega, de jaquet y en lando, a la Cámara de Diputados; cómo sale de allí envuelto en la bandera; sigue al lando, entre la pelotera, por la calle de Tres Cruces, hasta la Plaza Mayor; ve cómo Belaunzarán entra en Palacio, aparece un poco después en el balcón, y dice un discurso al que no pone atención.

Más tarde, desde una mesa del Café del Vapor, lo ve pasar en su coche nuevo. Pereira regresa a su casa a las cinco, decepcionado, y encuentra una noticia que le levanta el ánimo.

—Vino el profesor Quiroz a buscarte —le dice Esperanza, con la cara llena de reproches no formulados—, la orquesta toca en el Casino mañana en una cena que le dan al Presidente.

Pereira sonríe.

Los moderados, encabezados por don Carlitos, don Bartolomé González y Barrientos le dan a Belaunzarán una cena, para celebrar el triunfo de su candidato, su ascensión a la Presidencia Vitalicia y la concordia que ahora reina.

A la mesa se sientan, entreverados, ricos con pretensiones de distinción y políticos patanes. Catorce meseros, traídos del Hotel de Inglaterra, sirven los hors d'oeuvres, la sopa a la cressoniere, el pámpano en mantequilla, el pollo en salsa de almendra, el boeuf bourguignon y el queso de Flandes; todo esto rociado con vinos agrios llegados en la Navarra, y amenizado con las melodías tocadas por la orquesta de cuerdas del Profesor Quiroz.

En realidad, ni el boeuf bourguignon, ni el queso de Flandes llegaron a servirse, porque cuando Belaunzarán estaba a la mitad de la pechuga, se le ocurrió pedir:

—Que me toquen “Estrellita”.

Quiso el destino que Quiroz, el primer violín, no la supiera. Pereira, previo permiso del director, pasó al frente de la orquesta, a tocar el primer solo de su vida, que había de ser también el último. Dicen que nunca tocó tan bien. Tocó con tanto sentimiento, que al Presidente se le salieron las lágrimas. Tanto le gustó la pieza, que al terminar ésta, metió la mano en la bolsa del chaleco, sacó un billete de veinte pesos y le hizo al ejecutante seña de que se acercara.

Pereira, con el violín y el arco en la izquierda, llega junto a Belaunzarán, recibe, haciendo una venia y con dos dedos de la izquierda, el billete, al tiempo que pone la derecha en el pecho, saca la pistola, la coloca, casi verticalmente, sobre la cabeza de Belaunzarán, y cuidadosamente, como quien exprime un gotero y cuenta las gotas que salen, dispara los seis tiros que tiene adentro en el señor que acaba de darle propina.

Belaunzarán se fue de bruces sobre su plato, y manchó el mantel.

Los ricos, que se asustaron tanto aquella noche, tardaron más de veinticuatro horas en comprender que iba a ser más fácil arreglarse con Cardona, el nuevo Presidente Vitalicio.

Desde la partida de Cussirat, Ángela se dedicó en cuerpo y alma a obras pías, invirtiendo en ellas gran parte del capital, cada vez más gordo, de don Carlitos. Por las tardes, en vez de tocar música, se sienta en su cuarto a discutir nuevos planes con la Parmesano y el Padre Inastrillas. En la pared, cerca del lugar en donde falleció Pepita Jiménez, hay, enmarcada, una foto que le tomaron a Pereira frente al paredón, momentos antes de morir, y que ahora se vende, en Arepa, como tarjeta postal.