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Esa explicación tuvo sentido entonces y, curiosamente, volvió a tener sentido la noche en que, despierto por el estímulo del festín narrativo, permanecí en el exterior hasta el amanecer, pensando en que Ira estaba muerto, Eve estaba muerta, que tal vez con la excepción de Sylphid en su finca de la Riviera francesa, una mujer rica de setenta y dos años, todas las personas que habían jugado un papel en el relato que me hizo Murray de la destrucción del Hombre de Hierro ya no estaban sujetas a su momento, sino muertas y libres de las trampas que les había puesto su época. Tampoco las ideas de su época ni las expectativas de nuestra especie determinaban el destino: sólo el hidrógeno lo determinaba. Ya no existen errores para que Eve o Ira los cometan. No hay traición. No hay idealismo. No hay falsedades. No existe ni la conciencia ni su ausencia. No hay madres e hijas, ni padres y padrastros. No hay actores. No hay lucha de clases. No hay discriminación ni linchamiento ni segregación racial ni los ha habido jamás. No hay injusticia ni justicia. No hay utopías. No hay palas. Al contrario de lo que afirma el folklore, excepto la constelación de Lira, que estaba muy alta, en el cielo oriental, un poco al oeste de la Vía Láctea y al sudeste de las dos Osas, no hay arpas. No hay más que el horno de Ira y el horno de Eve que arden a veinte millones de grados. Está el horno de la novelista Katrina Van Tassel Grant, el horno del congresista Bryden Grant, el horno del taxidermista Horace Bixton y del minero Tommy Minarek, de la flautista Pamela Solomon, de la masajista estonia Helgi Párn, de la técnica de laboratorio Doris Ringold y de Lorraine, la hija de Doris que quería a su tío. Está el horno de Karl Marx, de Josif Stalin, de León Trotsky, de Paul Robeson y de Johnny O'Day. Está el horno del artillero de cola Joe McCarthy. Lo que ves desde esta tribuna silenciosa en mi montaña, en una noche tan espléndidamente clara como aquella en la que Murray me dejó para siempre, pues el mejor de los hermanos leales, el as de los profesores de inglés, murió en Phoenix al cabo de dos meses, es ese universo en el que no se entromete el error. Ves lo inconcebible: el colosal espectáculo de la falta de hostilidad. Ves con tus propios ojos el vasto cerebro del tiempo, una galaxia de fuego que no ha encendido ninguna mano humana.

Philip Roth

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