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A pesar de la hora, la lluvia hacía que hubiera mucho movimiento en la sección de urgencias. Alguien gritó: «¡Viene otra ambulancia de Earl's Court!», lo que les sugirió cómo iban a ser los próximos cinco minutos; en consecuencia, Hillier cogió a Lynley del brazo, lo condujo más allá de la sección de urgencias, a través de varios pasillos y de unos cuantos rellanos de escaleras. No pronunció palabra hasta que se encontraron en una sala de espera privada, designada especialmente para los familiares de la gente que estaba siendo operada. No había nadie.

– ¿Dónde está Frances? -preguntó Lynley-. No está…

– Nos llamó Randie -le interrumpió Hillier-. A eso de la una y cuarto.

– ¿Miranda? ¿Qué ha sucedido?

– Frances la llamó a Cambridge. Malcolm no estaba en casa. Frances ya se había ido a dormir y se despertó al oír los ladridos enloquecidos del perro. Se lo encontró en el jardín delantero con la correa atada al collar, pero Malcolm no estaba con él. Le entró un ataque de pánico y llamó a Randie. Randie nos llamó a nosotros. Cuando conseguimos hablar con Frances, Malcolm ya estaba en urgencias y el hospital ya se había puesto en contacto con ella. Frances pensó que le había dado un ataque al corazón mientras paseaba al perro. Todavía no sabe… -Hillier expiró aire-. No conseguimos hacerla salir de casa. La llevamos hasta la puerta, incluso la abrimos, Laura asiéndola de un brazo y yo del otro. Pero cuando sintió el aire de la noche, se echó atrás. Se puso histérica. El maldito perro se puso como loco. -Hillier sacó un pañuelo y se lo pasó por encima de la cara. Lynley reparó que era la primera vez que veía al subjefe de policía ligeramente descompuesto.

– ¿Es muy grave? -le pregunté.

– Le están operando el cerebro para ver si pueden quitarle el coágulo de debajo de la fractura craneal. Tiene una gran tumefacción, y también se están ocupando de eso. Están haciendo algo con un monitor… no me acuerdo muy bien. Tiene que ver con la presión. Hacen algo con un monitor para hacer un seguimiento de la presión. ¿Se lo ponen en el cerebro? No lo sé. -Se guardó el pañuelo y se aclaró la garganta-. ¡Santo Cielo! -Se quedó mirando fijamente al frente.

– Señor… ¿le traigo un café? -se ofreció Lynley, notando lo extraña que era la situación mientras se lo decía. Siempre habían sentido una gran antipatía el uno por el otro. Hillier nunca había hecho ningún esfuerzo por ocultar esa antipatía hacia Lynley, y éste tampoco había hecho nada por ocultar el desprecio que sentía por el rapaz deseo de promocionarse de Hillier. Sin embargo, al verle de ese modo, en un momento de vulnerabilidad a medida que Hillier se enfrentaba con lo que le había sucedido a su cuñado y amigo durante más de veinticinco años, vio a Hillier con otros ojos. Pero Lynley no estaba muy seguro de lo que debía hacer con esa nueva opinión.

– Me han dicho que seguramente tendrán que extraerle casi todo el bazo -continuó Hillier-. Creen que podrán salvarle el hígado, quizá la mitad. Pero todavía no lo saben.

– ¿Aún está…?

– ¡Tío David!

La llegada de Miranda Webberly interrumpió la pregunta de Lynley. Pasó por la puerta de la sala de espera a toda prisa. Llevaba un chándal muy holgado, y el pelo, rizado, lo llevaba hacia atrás y recogido con un pañuelo atado. Iba descalza y estaba muy pálida. Asía las llaves del coche con una mano. Salió disparada hacia los brazos de su tío.

– ¿Has conseguido que alguien te trajera? -le preguntó.

– Una de mis amigas me ha prestado su coche. He conducido yo misma.

– Randie, te dije que…

– ¡Tío David! -Después se volvió hacia Lynley-. ¿Le ha visto, inspector? -Luego se volvió hacia su tío sin siquiera esperar una respuesta-. ¿Cómo está? ¿Dónde está mamá? ¿No está…? ¡Dios! Ha sido incapaz de venir, ¿verdad? -Miranda tenía los ojos vidriosos a medida que proseguía con amargura y un tono de desesperación-: ¡Claro que lo ha sido! ¡Claro que ha sido incapaz!

– Tu tía Laura está con ella -contestó Hillier-. Ven aquí, Randie. Siéntate. ¿Dónde tienes los zapatos?

Miranda se miró los pies sin comprender.

– ¡Cielo Santo! He venido sin zapatos, tío David. ¿Cómo está?

Hillier le contó lo mismo que le acababa de contar a Lynley; todo, a excepción de que el accidente había sido una caso de atropellamiento y fuga. Cuando estaba a punto de contarle la parte de que quizá conseguirían salvarle el hígado, un médico ataviado con una bata empujó la puerta y preguntó:

– ¿Webberly?

Los contempló a los tres con la característica mirada de un hombre que no es portador de buenas noticias.

Hillier se identificó, presentó a Randie y a Lynley, rodeó la espalda de su sobrina con el brazo y preguntó:

– ¿Qué ha sucedido?

El cirujano les respondió que Webberly estaba en proceso de recuperación y que le llevarían directamente a la Unidad de Cuidados Intensivos, donde lo mantendrían en un estado de coma químicamente inducido para que el cerebro pudiera descansar. Usarían esteroides para aliviar la tumefacción y barbitúricos para mantenerlo inconsciente. Asimismo, lo mantendrían inmóvil con anestésicos musculares hasta que el cerebro se recuperara.

Randie se fijó en la última palabra y le preguntó:

– ¿Se salvará? ¿Papá se salvará?

El cirujano le respondió que todavía no lo sabían. Su estado era crítico. Nunca podían estar seguros del todo en los casos de edema cerebral. No podían dejar de observar la tumefacción y tenían que evitar que hubiera una hemorragia en el cerebro.

– ¿Qué ha pasado con el hígado y el bazo? -le preguntó Hillier.

– Hemos salvado lo que hemos podido. También tiene varias fracturas, pero son de menor importancia comparadas con el resto.

– ¿Puedo verle? -preguntó Randie.

– ¿Usted es…?

– Su hija. Es mi padre. ¿Puedo verle?

– ¿No hay ningún pariente más próximo? -le preguntó el doctor a Hillier.

– Su mujer está enferma -contestó.

– ¡Qué mala suerte! -respondió. El cirujano le hizo un gesto de asentimiento a Randie y añadió-: La avisaremos cuando pueda verle. Aunque todavía pasarán unas cuantas horas. Debería intentar descansar un poco.

Cuando el médico se marchó, Randie se volvió hacia su tío y hacia Lynley, y exclamó:

– No se morirá. Eso quiere decir que no se morirá. Eso es lo que quiere decir.

– Aún está vivo, y eso es lo que cuenta -le contestó su tío, pero no le dijo lo que Lynley sabía que estaba pensando: quizá Webberly no muriera, pero tal vez tampoco se recuperara, o como mínimo de tal modo que le permitiera llevar una vida que no fuera la de un simple inválido.

Sin desearlo, Lynley se encontró pensando en otra lesión cerebral, en otro problema relacionado con el cerebro. Había dejado a su amigo Simon St. James en el estado en el que se encontraba en ese momento, y los años que habían pasado desde su larga convalecencia no le habían devuelto lo que le había quitado la negligencia de Lynley.

Hillier hizo que Randie se sentara en un sofá de polivinilo, donde una manta de hospital indicaba que alguien más había pasado la noche esperando con ansiedad noticias de un familiar.

– Voy a buscarte un poco de té -anunció Hillier, haciéndole un gesto a Lynley para que le siguiera. Una vez en el pasillo, Hillier se detuvo-: Hasta nueva orden, se encargará de este caso. Reúna a un equipo para recorrer la ciudad en busca del hijo de puta que lo atropello.

– Estoy trabajando en ese caso que…

– ¿Tiene problemas de oído? -le interrumpió Hillier-. Deje ese caso. Quiero que se encargue de éste. Utilice todos los recursos que necesite. Infórmeme cada mañana. ¿Queda claro? Los agentes uniformados del piso de abajo le pondrán al corriente de lo que tenemos hasta ahora, que es muy poco. Un conductor que iba en dirección contraria vislumbró el coche, pero sólo consiguió percatarse de que era un automóvil grande, parecido a una limusina o a un taxi. Le pareció que el techo era gris, pero eso ya lo puede descartar. El reflejo de las farolas podría haberlo hecho parecer de ese color. Además, ¿cuándo fue la última vez que vio un coche de dos tonalidades diferentes?