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– ¡Dan! -exclamó, y su hijo se dirigió hacia la cocina, pasando por delante de Katja, quien, mientras se hacía a un lado, le dijo:

– Hay zumo en la nevera, Daniel.

Nadie dijo nada hasta que los sonidos sordos de la cocina les indicaron que Daniel como mínimo estaba haciendo un esfuerzo por comerse el desayuno a pesar de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Los tres mantenían las mismas posiciones que habían adoptado cuando el policía entró en el piso, formando un triángulo representado por la puerta principal, la cocina y el televisor. Yasmin deseaba abandonar su posición y unirse a su amante, pero en el preciso instante en que iba a hacerlo, el detective empezó a hablar, y sus palabras la detuvieron.

– Las cosas se complican cuando las historias no son coherentes, señorita Wolff. ¿Está segura de que la otra noche estaba mirando la televisión? ¿Cree que Daniel responderá lo mismo si se lo pregunto?

– ¡Deje a mi hijo en paz! -gritó Yasmin-. ¡No se atreva a dirigirle la palabra!

– Yas -dijo Katja con un tono de voz tranquilo pero insistente-. Ve a desayunar, ¿de acuerdo? Por lo que parece el detective quiere hablar conmigo.

– No te dejaré sola hablando con ese tipo. Ya sabes lo que hacen los policías. Ya sabes cómo son. No puedes confiar en ellos para nada y…

– Los hechos -le interrumpió Nkata-. Pueden confiarnos los hechos. Así pues, respecto a la otra noche…

– No tengo nada que añadir.

– De acuerdo. Pero ¿qué puede contarme sobre ayer por la noche, señorita Wolff?

Yasmin vio cómo el rostro de Katja se alteraba al oír esa pregunta, sobre todo alrededor de los ojos, que se entrecerraron perceptiblemente.

– ¿Qué quiere que le cuente? -preguntó.

– ¿Se quedó en casa mirando la tele como la otra noche?

– ¿Por qué quiere saberlo? -le preguntó Yasmin-. Katja, no le cuentes nada hasta que te explique por qué te lo pregunta. No conseguirá engañarnos. Si no nos dice por qué te lo pregunta, tendrá que sacar su enorme culo negro y su graciosa cara de mi casa. ¿Le ha quedado claro, señor?

– Tenemos otro caso de atropellamiento y fuga -le dijo Nkata a Katja-. ¿Sería tan amable de decirme dónde estaba ayer por la noche?

La alarma se disparó en la cabeza de Yasmin y, en consecuencia, apenas oyó cómo Katja respondía:

– Aquí.

– ¿A eso de las once y media?

– Aquí -repitió.

– ¡Entendido! -respondió, y entonces añadió lo que Yasmin sabía que había querido decir desde el primer momento que entrara por la puerta-. Así pues, no pasó toda la noche con ella. Quedaron, se la folló y después se marchó. ¿Fue así cómo sucedió?

Se produjo un silencio horrible, interrumpido nada más por la voz interna de Yasmin que gritaba: «¡No!». Deseó que su compañera respondiera de algún modo, que no se quedara callada y que tampoco se marchara.

Katja miraba a Yasmin cuando le respondió al policía:

– No sé de lo que me está hablando.

– Le estoy hablando del viaje en autobús por el sur de Londres ayer por la noche después del trabajo -le respondió el detective-. Le estoy hablando sobre el trayecto que se acabó en el bar Frère Jacques de Putney. Le estoy hablando del paseo que hizo a través de Wandsworth hasta el número cincuenta y cinco de Galveston Road. Le estoy hablando de lo que pasó dentro y con quién pasó. ¿Empieza a sonarle familiar? ¿O aún insiste en que ayer por la noche estaba mirando la tele? Porque si tengo que guiarme por lo que vi, por mucho que la tele estuviera en marcha, usted tenía los ojos puestos en otra parte.

– Veo que me siguió -declaró Katja con tranquilidad.

– Sí, a usted y a la dama de negro. A la dama blanca vestida de negro -añadió como medida de precaución, y le lanzó una mirada rápida a Yasmin mientras lo decía-. La próxima vez que haga algo interesante delante de una ventana, señorita Wolff, apague la luz.

Yasmin sintió cómo unos pájaros salvajes empezaban a revolotear delante de ella. Quería agitar los brazos para asustarles, pero sus brazos no se movían. Lo único que alcanzaba a oír era: «Dama blanca vestida de negro. La próxima vez apague la luz».

– Ya entiendo -respondió Katja-. Ha hecho un buen trabajo. Me siguió, mis felicitaciones. Después nos siguió a las dos, felicitaciones de nuevo. Pero si se hubiera quedado más tiempo, lo que es obvio que no hizo, se habría dado cuenta de que nos marchamos a los quince minutos. Y aunque seguro que usted no dedicaría más tiempo a hacer eso tan interesante, como usted lo designa, agente, Yasmin podrá confirmarle que soy una mujer que se toma mucho más tiempo cuando se trata de dar placer a los demás.

Nkata parecía perplejo, y Yasmin se deleitó en esa mirada y en el hecho de que Katja le cogiera ventaja al decir:

– Si hubiera hecho bien los deberes, se habría enterado de que la mujer con la que me reuní en Frère Jacques era mi abogada, agente Nkata. Se llama Harriet Lewis, y si quiere su número de teléfono para que le confirme mi historia, no tendré ningún problema en dárselo.

– ¿Y qué pasa con el número cincuenta y cinco de Galveston Road? -le preguntó.

– ¿Qué pasa?

– ¿Quién vive allí y a quién fueron a visitar usted y su… -su vacilación y el énfasis con el que pronunció la palabra les indicó que corroboraría su historia-abogada, señorita Wolff?

– Su socia. Y si me pregunta qué les estaba consultando, tendré que responderle que es un asunto privado, y eso mismo le contestará Harriet Lewis cuando la llame para que le confirme mi historia.

Katja cruzó la pequeña sala de estar en dirección al sofá, donde su bolso descansaba sobre un almohadón descolorido. Encendió una luz y disipó la penumbra de la mañana. Sacó un paquete de cigarrillos y se encendió uno a medida que seguía rebuscando en el bolso. Extrajo una tarjeta de visita, la llevó hasta Nkata y se la entregó. Era la personificación de la calma, aspirando el aire del cigarrillo y mandando un penacho de humo hacia el techo mientras decía:

– Llámela. Y si ya no quiere averiguar nada más de nosotras esta mañana, nuestro desayuno nos está esperando.

Nkata cogió la tarjeta y, con los ojos clavados en Katja como si así pudiera evitar que ésta se moviera, respondió:

– Rece para que sus historias coincidan, por que si no…

– ¿Es todo lo que quería saber? -le interrumpió Yasmin-. Porque si es así, ha llegado la hora de que ponga los pies en polvorosa.

Nkata, volviéndose hacia ella, le recordó:

– Ya sabe dónde puede encontrarme.

– ¡Como si tuviera algún interés en hacerlo! -Yasmin se rió.

Abrió la puerta de par en par y ni siquiera lo miró mientras se marchaba. Cerró la puerta de golpe a sus espaldas mientras Daniel gritaba desde la cocina:

– ¡Mamá!

– Voy enseguida, cariño -le respondió-. Sigue comiéndote los creps.

– ¡Y no te olvides de las lonchas de tocino! -añadió Katja.

Pero mientras le hablaban a Daniel, se miraban a los ojos. Se observaron larga y fijamente mientras esperaban que la otra dijera lo que tenía que ser dicho.

– ¡No me dijiste que habías quedado con Harriet Lewis! -protestó Yasmin.

Katja se llevó el cigarrillo a la boca e inspiró con calma. Al cabo de un rato contestó:

– Tengo que resolver algunos asuntos. Asuntos de estos últimos veinte años. Nos llevará bastante tiempo.

– ¿Qué quieres decir? ¿Qué tipo de asuntos? Katja, ¿tienes problemas o algo así?

– Sí, hay algún problema, pero no me concierne a mí. Sólo es una cuestión que debe ser solucionada.

– ¿Qué cuestión? ¿Qué se ha de…?