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– Creo que no, pero podría hacerlo.

– ¿Son pruebas?

– Preferiría no hablar de ello.

Nkata no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

– ¡Entonces debe contarlo! Tiene que comunicarlo. No puede guardarse el secreto sólo porque piense… ¿Qué piensa?

– Que los dos casos de atropellamiento y fuga seguramente están relacionados, y que necesito ver de qué manera antes de dar un paso que pueda destrozar la vida de una persona. O lo que queda de ella. Es una decisión personal. Winnie. Y con el fin de protegerle a usted, le sugiero que no siga haciendo más preguntas.

Nkata observó al inspector, incapaz de creer que precisamente Lynley estuviera actuando por cuenta propia. Sabía que podía insistir y acabar en la misma situación que él -y que Barbara-, pero era lo bastante ambicioso para tener en cuenta la sabiduría que había en las palabras del inspector. Con todo, no pudo evitar decirle:

– ¡Ojalá no siguiera por ese camino!

– Objeción anotada -respondió Lynley.

Capítulo 17

Libby Neale decidió llamar al trabajo para decir que tenía la gripe. Sabía que a Rock Peters le daría un síncope y que la amenazaría con retirarle la paga de la semana -aunque eso en sí no quería decir nada, ya que aún le debía las tres últimas semanas-, pero no le importaba. Cuando se había despedido de Gideon la noche anterior, había abrigado la esperanza de que pasaría por su casa después de que se marchara el policía, pero no lo había hecho, y había dormido tan mal que en realidad se sentía enferma; en consecuencia, llamar diciendo que tenía la gripe no le parecía una mentira tan grave.

Preocupada, anduvo por el piso durante las tres primeras horas después de levantarse, dedicándose en su mayor parte a frotarse las palmas de las manos y a esforzarse por oír cualquier sonido del piso de arriba que le indicara que Gideon ya estaba despierto. Sus esfuerzos no le dieron ningún resultado. Finalmente, desistió del intento de escuchar a escondidas -aunque en realidad no estaba haciendo nada malo, ya que lo único que quería era asegurarse de que no le había pasado nada- y decidió ir a ver en persona si Gideon se encontraba bien. El día anterior, antes de que el policía fuera a verle, se encontraba muy mal. ¿Quién podía saber en qué estado se encontraría después de que el policía se marchara?

Se dijo a sí misma que debería haber ido a verlo entonces. Y mientras hacía un gran esfuerzo por no pensar en el motivo que le había llevado a no ir a verlo después de que el policía se marchara, el hecho de pensar en lo que debería haber hecho en primer lugar le hizo pensar inexorablemente en el porqué de su comportamiento. La había asustado. Se había comportado de una forma muy impropia de él. Ella le había hablado en el cobertizo de cometas y después en la cocina y él le había contestado -más o menos-pero, con todo, él se había mostrado tan ausente que Libby no había podido dejar de preguntarse si deberían internarlo o algo así. Sólo durante una temporada. Y después, el hecho de haberse preguntado eso la había hecho sentir tan desleal que se había sentido incapaz de enfrentarse con él, o, como mínimo, eso era lo que se había repetido a sí misma mientras se pasaba la noche mirando películas antiguas en Sky TV y comiéndose dos grandes bolsas de palomitas con sabor a queso de las que bien podría haber podido prescindir, gracias por recordármelo, y finalmente yéndose a dormir sola, y luchando con las sábanas y las mantas toda la noche al ver que era incapaz de conciliar el sueño.

Por lo tanto, después de dar muchas vueltas y de pasearse preocupada por el piso, de curiosear en la nevera en busca de la bolsa de apio que en teoría tendría que hacerle sentir menos culpable por haberse comido las palomitas con sabor a queso, y después de ver como Kilroy parloteaba con mujeres que se habían casado con hombres que eran tan jóvenes que podían ser sus hijos y -en dos casos-sus malditos nietos, se fue al piso de arriba en busca de Gideon.

Lo encontró sentado en el suelo de la sala de música, apoyado contra la pared de debajo de la ventana. Tenía las piernas junto al pecho y la barbilla apoyada sobre la rodilla como si fuera un niño al que sus padres acabaran de regañar. A su alrededor había papeles esparcidos por el suelo, que resultaron ser fotocopias de artículos de periódicos que trataban sobre el mismo tema. Había ido otra vez a la biblioteca de la Asociación de Prensa.

Cuando Libby entró en la sala, ni siquiera la miró. Estaba concentrado en las historias que le rodeaban, y Libby se preguntó si la habría oído. Pronunció su nombre, pero él ni se movió, a excepción de un suave balanceo.

«Es una crisis nerviosa -pensó alarmada-. Ha sufrido un colapso nervioso.» Parecía haber perdido la cabeza. Llevaba la misma ropa que el día anterior y, en consecuencia, se imaginó que tampoco habría dormido en toda la noche.

– ¡Hola! -exclamó en voz baja-. ¿Qué te pasa, Gideon? ¿Has vuelto a ir a Victoria? ¿Por qué no me lo has dicho? Habría ido contigo.

Examinó los papeles que le rodeaban, grandes hojas de papel en las que habían sido fotocopiados los artículos de periódico de todas las formas posibles. Se percató de que los periódicos británicos -en consonancia con la tendencia general del país hacia la xenofobia- habían ido a por la niñera con un hacha oxidada. Si no se referían a ella como «la alemana», la llamaban «la ex comunista cuya familia vivía especialmente bien» -«por no decir sospechosamente bien», pensó Libby con sarcasmo-«bajo la dominación rusa». Un periódico había desenterrado la historia de que su abuelo había sido miembro del partido nazi, mientras que otro había encontrado una fotografía de su padre de uniforme y gritando el saludo nazi, así que sin lugar a dudas había sido miembro de las juventudes de Hitler y seguro que tenía el carné del partido.

La incansable habilidad de la prensa para exprimir una historia hasta la última gota era realmente sorprendente. Libby tuvo la sensación de que los periódicos sensacionalistas se habían dedicado a diseccionar a cualquier persona que se hubiera visto involucrada de una forma u otra con la muerte de Sonia Davies o con el juicio y la condena de su asesina. En consecuencia, habían puesto bajo el microscopio a la maestra de Gideon, al inquilino, a Raphael Robson, a los padres de Gideon, y también a sus abuelos. Además, después del veredicto, parecía que cualquier persona interesada por ganar algo de dinero había contado su versión de la historia a los periódicos.

De ese modo, la gente había salido de debajo de las piedras para comentar cómo era su vida cuando trabajaba de niñera: LECTOR, YO TAMBIÉN TRABAJÉ DE NIÑERA Y FUE UN INFIERNO, rezaba un titular. Y todos aquellos que no tenían experiencia como niñeras, tenían experiencias por contar con alemanes: UNA RAZA APARTE, DICE UN ANTIGUO SOLDADO EN BERLÍN, rezaba otro. Pero lo que más le llamó la atención a Libby era la gran cantidad de historias que trataban sobre el hecho de que la familia de Gideon hubiera contratado a una niñera para cuidar de su hermana.

Trataban el tema desde diferentes ángulos. Había un grupo que prefería explayarse en lo que cobraba la niñera alemana (una miseria, y por lo tanto no era de extrañar que al final decidiera librarse de la pobre niña, en un ataque de codicia o algo así) en comparación con lo que cobraba lo que la gente denominaba «una niñera Norland bien cualificada» (una fortuna, lo que hizo que Libby considerara seriamente cambiar de profesión), escribiendo sus articulillos de tal modo que sugerían que la familia Davies no había podido ser más tacaña con lo que le pagaba. Después había otro grupo que prefería especular sobre los motivos que podía tener una madre así para decidir que tenía que «trabajar fuera de casa». Y aún había otro grupo que especulaba sobre cómo el hecho de tener un hijo disminuido afectaba a las expectativas, a las responsabilidades y dedicación de una familia. En todos los artículos se hablaba del tema de cómo hacer frente al nacimiento de un hijo con síndrome de Down, y ventilaron muy bien todas las opciones que los padres con hijos así habían elegido: darlos en adopción, llevarlos a un centro para que el gobierno corriera con los gastos, dedicar la vida entera a ellos, aprender a hacer frente a la situación con la ayuda de gente especializada, unirse a un grupo de ayuda, seguir luchando con la cara bien alta, tratar al niño como a cualquier otro, y así sucesivamente.