Al cabo de un rato, habló:
– Lo que pensabas es que había vuelto con Rock, y que estaba haciendo lo que Rock quiere que haga. Básicamente, follar con él siempre que él así lo desee. Y teniendo que soportarle, ya que él se folla todo lo que se le pone delante. ¿No es verdad?
– Ya sé que tiene la sartén por el mango, Libby, pero desde que te fuiste he estado pensando que si lo consultaras con un abogado especializado en leyes de inmigración…
– ¡Y una mierda has estado pensando eso! -se burló.
– Escucha. Si tu marido sigue amenazándote con ir al Ministerio del Interior, podemos…
– Eso es lo que crees, ¿verdad, Gideon? -Dejó el tenedor-. No estaba con Rock Peters, Gideon. Seguro que te parece muy difícil de creer. Quiero decir, ¿por qué no iba a volver con un completo estúpido, si ésa es, en realidad, mi manera de actuar? De hecho, ¿por qué no me voy a vivir con él y aguanto toda su mierda de nuevo? He soportado la tuya durante mucho tiempo sin ningún problema.
– Veo que todavía estás enfadada. -Solté un suspiro, frustrado por la incapacidad que parecía tener para comunicarme con la otra gente. Deseaba mucho salir de esa situación, pero no sabía a qué situación quería llegar. Era incapaz de ofrecerle a Libby lo que me había estado pidiendo a gritos durante meses, y en realidad no sabía qué más podía ofrecerle que le pareciera satisfactorio, no sólo en ese momento, sino también en el futuro. Sin embargo, deseaba ofrecerle algo-. Libby, no estoy bien. Lo has visto. Lo sabes. Todavía no hemos hablado de mis problemas más graves, pero te los imaginas porque has experimentado… Has visto… Has estado conmigo por la noche… -¡Dios! Era horrible intentar decirlo de una forma directa.
No había tomado asiento cuando ella lo había hecho; por lo tanto, atravesé la sala de estar hasta la cocina y regresé a la sala de nuevo. Esperaba a que ella me rescatara.
«¿Las otras solían hacerlo?», me pregunta.
«¿El qué?»
«Rescatarte, Gideon. Porque a menudo esperamos de la gente aquello a lo que nos han acostumbrado. Abrigamos esperanzas de que una persona nos dé lo que normalmente nos han dado los demás.»
«Dios sabe que ha habido muy pocas, doctora Rose. Tuve una relación con Beth, claro está. Pero ella expresó su dolor a través del silencio, y desde luego yo no quería que Libby reaccionara así.»
«¿Qué quería de Libby?»
«Comprensión, supongo. Que me aceptara tal y como soy, y así no tener que seguir con la conversación y evitar una confesión detallada. Pero me dejó muy claro que no me iba a dar nada de eso.»
– No eres lo único que hay en la vida, Gideon -me dijo.
– Nunca he dicho eso -le respondí.
– Sí que lo has hecho. Desaparezco durante tres días y presupones que me he vuelto loca porque no podemos tener una relación normal. Das por sentado que he vuelto con Rock, y que nos pasamos el día en la cama por ti.
– Nunca habría pensado que te habías metido en la cama con él por mi culpa. Pero debes admitir que no te habrías ido a su casa si nosotros no hubiéramos… Si las cosas nos hubieran ido de otro modo. A ti y a mí.
– ¡Ostras! ¿Estás sordo, o qué? ¿Me has escuchado? Pero ¿por qué ibas a hacerlo si no estamos hablando de ti?
– ¡No es justo! Además, sí que te he escuchado.
– ¿De verdad? Pues te acabo de decir que no estaba con Rock. Le vi, claro está. Iba a trabajar todos los días y, por lo tanto, no me quedaba más remedio que verlo. Y podría haber vuelto con él si así lo hubiera deseado, pero no quería hacerlo. Y si quiere llamar a la policía, o a quienquiera que sea que se llame en estos casos, lo hará y lo único que tendré que hacer será comprarme un billete de ida a San Francisco. Y no puedo hacer nada por evitarlo. Final de la historia.
– Tenéis que llegar a un acuerdo. Si te ama tanto como parece, tal vez puedas conseguir cierto asesoramiento que te permita…
– ¿Te has vuelto completamente loco, o qué? ¿O tienes miedo de que empiece a pedirte cosas?
– Tan sólo estoy sugiriendo una solución al problema de la inmigración. No quieres que te deporten. Yo tampoco quiero que lo hagan. Y, sin lugar a dudas, Rock tampoco lo quiere, porque si lo quisiera ya habría hecho algo para alertar a las autoridades, a propósito, el que se ocupa de esto es el Ministerio del Interior, y ya habrían venido a por ti.
Estaba cortando el pollo de nuevo y se había llevado el tenedor a la boca. Pero no se había metido el trozo de pollo en la boca. Se limitaba a sostener el tenedor en el aire mientras yo hablaba, y cuando acabé, dejó el tenedor en el plato y se me quedó mirando durante unos quince segundos antes de pronunciar palabra. No obstante, lo que dijo no tenía ningún sentido. «Claqué», fueron sus palabras.
– ¿Qué?
– Claqué, Gideon. Allí es donde fui cuando me marché de aquí. Eso es lo que hago: claqué. No lo hago muy bien, pero no me importa, porque no lo hago para sobresalir en ello. Lo hago porque me acaloro, sudo, porque me divierto y porque cuando acabo me siento muy bien.
– Sí, ya lo veo -respondí, aunque en realidad no lo veía. Estábamos hablando de su matrimonio, de su situación legal en el Reino Unido, de nuestras propias dificultades, como mínimo, lo estábamos intentando, y no llegaba a entender qué tenía que ver el claqué con todo eso.
– En mi clase de claqué hay una chica muy maja: una chica india que asiste a clase en secreto. Me invitó a su casa para que conociera a su familia. Y allí es donde he estado. Con ella. Con la familia. No estaba con Rock. Ni siquiera se me pasó por la cabeza ir a su casa. Lo único que pensé fue en lo que sería mejor para mí. Y eso es lo que hice, Gid. Así de simple.
– Sí, bien. Ya entiendo. -Me sentía como un disco roto. Percibía su enfado, pero no sabía qué hacer con él.
– No, no entiendes nada. Toda la gente de tu diminuto mundo vive, muere y respira por ti, y eso siempre ha sido de esa forma. Por lo tanto, supones que las cosas funcionan del mismo modo conmigo. No se te levanta cuando estamos juntos y, por lo tanto, yo me siento tan desgraciada que me voy a toda prisa a buscar al mayor gilipollas de todo Londres y me lo monto con él, y todo por tu culpa. Debiste de pensar que dije: «Gid no me quiere, pero el bueno de Rock seguro que sí, y si ese gilipollas integral me desea, yo me siento bien, me hace real, me hace existir».
– Libby, yo no he dicho nada de eso.
– No es necesario. Es tu forma de vivir y, por lo tanto, piensas que todo el mundo también vive así. Solo en tu mundo, vives para ese estúpido violín en vez de vivir para otra persona, y si el violín te rechaza o algo similar, ya no sabes quién eres. Y eso es lo que te pasa, Gideon. Pero mi vida no gira a tu alrededor. Y la tuya no debería girar en torno al violín.
Permanecí allí de pie, preguntándome cómo habíamos llegado a esa situación. No se me ocurría ninguna respuesta clara. Y en mi cabeza sólo podía oír a mi padre diciéndome: «Eso te pasa por ir con americanos; y de éstos, los de California son los peores. No conversan. Psicoanalizan».
– Soy músico, Libby -espeté.
– No, eres una persona. Igual que yo.
– La gente no existe si no es por lo que hace.
– ¡Claro que existe! La mayoría de la gente no tiene ningún problema en existir. Sólo la gente que no tiene un interior verdadero, la gente que nunca se ha tomado la molestia de averiguar quién es en realidad, se desmorona cuando las cosas no le salen como desea.
– Es imposible que sepas cómo… se acabará esta situación. Te he dicho que estoy pasando una mala época, pero estoy empezando a superarla. Cada día hago algo por salir de ella.
– ¡No me estás escuchando! -Lanzó el tenedor sobre la mesa. No se había comido ni la mitad, pero llevó el plato hasta la cocina, metió el pollo y el brócoli en una bolsa de plástico y tiró la bolsa dentro de la nevera-. No tienes nada a lo que recurrir si la música no va bien. Y, por lo tanto, piensas que yo tampoco tengo nada si mi relación contigo, o mi relación con Rock, o mi relación con quien sea no funciona. Pero yo no soy como tú. Tengo una vida. Quien no la tiene eres tú.