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– ¿Qué quiere decir?

– Que había recibido algunos sacramentos, pero otros no. Que aceptaba algunas creencias, pero no todas.

– Cuando uno se convierte al catolicismo, ¿no se supone que debe jurar por la Biblia o por algo que obrará de acuerdo con las normas? Ambas sabemos que no fue criada en el catolicismo, por lo tanto, ¿la Iglesia acepta nuevos miembros que sólo se atienen a unas cuantas normas?

– Debe recordar que la Iglesia no tiene policía secreta para asegurarse de que sus feligreses sigan el largo y tortuoso camino, agente -contestó la monja. Mordisqueó la galleta y empezó a masticar-. Dios nos ha dado una conciencia a cada uno de nosotros para que podamos observar nuestro propio comportamiento. Sin embargo, es verdad que hay muchos tópicos sobre el hecho de que algunos individuos católicos no acaban de estar de acuerdo sobre la Santa Madre Iglesia, pero sólo Dios sabe si eso pone su salvación eterna en peligro.

– Aun así, si la señora Davies pensaba que Virginia era un castigo por la forma de vivir de Lynn y Richard, entonces debería de creer que Dios hacía justicia con ellos cuando aún estaban vivos.

– Mucha gente lo interpreta de ese modo cuando le acontece alguna desgracia. Pero piense en Job. ¿Qué pecado debió de cometer para ser tan mortificado por Dios?

– ¿Por haber engendrado un hijo en el lado erróneo de la cama? -preguntó Barbara-. No lo recuerdo.

– No lo recuerda porque nunca pecó. Tan sólo eran pruebas terribles para que pudiera demostrar su fe en el Todopoderoso. -Sor Cecilia cogió la taza de té y se limpió las migas de galleta que tenía entre los dedos con un trozo de falda.

– Entonces, ¿eso mismo fue lo que le explicó a la señora Davies?

– Le remarqué que si Dios hubiera querido castigarla, Él nunca le habría dado un hijo como Gideon, un niño completamente sano, como el primer fruto de su matrimonio con Richard.

– ¿Y en lo que se refiere a Sonia?

– ¿Que si creía que su hija era un castigo de Dios por sus pecados? -aclaró sor Cecilia-. Nunca me lo confesó. Pero por la forma en la que reaccionó cuando se enteró de la deficiencia de su pequeña… Y después, cuando dejó de asistir a la Iglesia tras la muerte de la niña… -La monja soltó un suspiro, se llevó la taza a los labios y la sostuvo allí mientras pensaba lo que debía responder. Al cabo de un rato, contestó-: Sólo podemos hacer conjeturas, agente. Sólo tenemos las preguntas que se hizo con respecto a Lynn y Virginia y deducir cómo podría haberse sentido y qué podría haber pensado cuando se vio obligada a enfrentarse con una prueba similar.

– ¿Y el resto de la familia?

– ¿El resto?

– Sí, los demás miembros de la familia. ¿Le contó alguna vez cómo se sentían? Respecto a Sonia, cuando se enteraron de que…

– Nunca me lo contó.

– Lynn me explicó que en parte se marchó por el padre de Richard Davies. Me dijo que la cabeza no le acababa de funcionar del todo, pero que la parte que le funcionaba era tan desagradable que estaba contenta de ver que sólo le funcionaba a medias. Si es que se puede decir que una cabeza no funciona bien. Me imagino que entiende lo que le quiero decir.

– Eugenie no acostumbraba a hablar de los miembros de la casa.

– ¿Nunca le comentó que alguien deseaba librase de Sonia? ¿Como Richard? ¿O su padre? ¿O cualquier otra persona?

Los ojos azules de sor Cecilia se agrandaron por encima de la galleta que se acababa de llevar a la boca. Luego exclamó:

– ¡Por todos los santos! No. No. No era una casa de gente mala. De gente con problemas, quizá sí, al igual que todo el mundo. Pero querer librarse de un bebé de un modo tan desesperado como para ser capaz de… No. No puedo creer que ninguno de ellos fuera capaz de hacerlo.

– Pero alguien la mató, y ayer me dijo que no creía que lo hubiera hecho Katja Wolff.

– Ni lo creía ni lo creo -corroboró la monja.

– No obstante, alguien tuvo que cometer esa fechoría, a no ser que crea que la mano de Dios la cogió y la mantuvo debajo del agua. Por lo tanto, ¿quién lo hizo? ¿La misma Eugenie? ¿Richard? ¿El abuelo? ¿El inquilino? ¿Gideon?

– ¡Tenía ocho años!

– ¿No estaba celoso porque otra persona había hecho que dejara de ser el centro de atención?

– Sería incapaz de hacer una cosa así.

– No obstante, Sonia le quitaba protagonismo. Con ella, no podían dedicarle tanto tiempo a él. Seguro que su hermana se llevaba la mayor parte del dinero. Podía vaciar el pozo hasta dejarlo seco. Y si se secaba, ¿en qué situación quedaría Gideon?

– No hay ningún niño de ocho años que pueda planear el futuro de ese modo.

– Pero cualquier otra persona, sí; alguien que tuviera un interés personal en que Gideon siguiera siendo el centro de la casa.

– Sí, de acuerdo. Pero no se me ocurre quién podría ser esa persona.

Barbara observó cómo la monja colocaba la mitad de la galleta sobre el platillo. La siguió observando mientras se dirigía hacia la tetera y la ponía en marcha para prepararse una segunda taza de té. Pensó en las ideas preconcebidas que tenía sobre las monjas, en la información que sor Cecilia le había dado y la forma en que lo había hecho. Llegó a la conclusión de que la monja le estaba contando todo lo que sabía. En el primer interrogatorio, sor Cecilia le había dicho que Eugenie había dejado de asistir a la iglesia tras la muerte de Sonia. En consecuencia, ella, sor Cecilia, no habría tenido la oportunidad de seguir manteniendo esas conversaciones íntimas en las que se solía obtener información de máxima importancia.

– ¿Qué pasó con el otro bebé? -le preguntó.

– ¿El otro…? Ah. ¿Se refiere al hijo de Katja?

– El comisario quiere que averigüe su paradero.

– Está en Australia, agente. Vive allí desde los doce años. Y tal y como le dije la primera vez que hablamos, si Katja hubiera querido encontrarle, habría venido a verme tan pronto como hubiera salido de la cárcel. Debe creerme. Las condiciones de la adopción requerían que los padres mandaran información una vez al año sobre el niño y, en consecuencia, siempre he sabido dónde estaba, y le habría dado esa información a Katja si me la hubiera pedido.

– ¿Y no lo hizo?

– No. -Sor Cecilia se encaminó hacia la puerta-. Si me excusa un momento, le traeré algo que quizá le interese.

La monja salió de la sala en el preciso instante en que el agua empezaba a hervir y la tetera se apagaba. Barbara se levantó y preparó una segunda taza de Earl Grey para sor Cecilia; luego cogió un paquete de galletas para sí misma. Cuando la monja regresó, con un sobre manila en la mano, ya había engullido las dos galletas y ya había añadido los tres terrones de azúcar al té.

Se sentó, con las piernas y los tobillos juntos, y extendió el contenido del sobre encima de su regazo. Barbara se percató de que había cartas y fotografías, tanto instantáneas como de estudio.

– El hijo de Katja se llama Jeremy -le informó sor Cecilia-. Cumplirá veinte años en febrero. Fue adoptado por una familia llamada Watts que ya tenía otros tres hijos. Ahora están todos en Adelaida. Creo que se parece a su madre.

Barbara cogió las fotografías que sor Cecilia le ofreció. Se percató de que la monja había mantenido un historial fotográfico de la vida del chico. Jeremy era rubio con ojos azules, pero el color rubio de su niñez se había vuelto de color pino durante su adolescencia. Tenía una apariencia desgarbada en la época en que su familia le había llevado, junto con el resto de sus hermanos, a Australia, pero una vez pasada esa fase, parecía bastante atractivo. Nariz recta, mandíbula cuadrada, orejas pegadas a la cabeza; «podría pasar por un ario», pensó Barbara.

– ¿Sabe Katja Wolff que tiene estas fotografías? -le preguntó.

– Tal y como ya le dicho, no quería verme -respondió sor Cecilia-. Ni siquiera habló conmigo cuando llegó el momento de preparar el papeleo para la adopción de Jeremy. La cárcel actuó de intermediaria: la guardiana de la cárcel me dijo que Katja quería dar al niño en adopción, y esa misma guardiana me avisó cuando llegó el momento. Ni siquiera sé si Katja llegó a ver al bebé. Todo lo que sé es que quería que una familia lo adoptara de inmediato, y que quería que yo me encargara de ello tan pronto como diera a luz.