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Yasmin no se movió del sofá cuando Katja se quitó el abrigo y exclamó:

– ¡Mein Gott! ¡Estoy agotada! -Y después, al verla-: ¿Qué haces a oscuras, Yas?

Cruzó la sala y encendió la lámpara de la mesita, y se fue derechita, como siempre hacía, a los cigarrillos que la señora Crushley nunca le dejaba fumar cerca de la lavandería. Lo encendió con una caja de cerillas que se sacó del bolsillo y que dejó en la mesita junto al paquete de Dunhills del que había cogido el cigarrillo. Yasmin se inclinó hacia delante y cogió la caja de cerillas. BAR RESTAURANTE FRÈRE JACQUES eran las palabras que había impresas.

– ¿Dónde está Daniel? -le preguntó a medida que echaba un vistazo al piso. Entró en la cocina y se debió de percatar de que la mesa sólo estaba puesta para dos, ya que lo siguiente que le preguntó fue-: ¿Ha ido a cenar a casa de algún amigo, Yas?

– No -contestó Yasmin-. Volverá pronto. -La había puesto así para asegurarse de que no iba a ceder a la cobardía en el último momento.

– Entonces, ¿por qué has puesto la mesa…? -Se detuvo. Era una mujer que tenía la disciplina de no traicionarse a sí misma, y Yasmin se dio cuenta de que estaba usando esa disciplina en ese momento, silenciando su propia pregunta.

Yasmin sonrió con amargura. «De acuerdo -le dijo a su amante en silencio-. No imaginabas que la muñequita iba a abrir los ojos, ¿verdad, Kat? Y tampoco esperabas que si los abría, o ya los tenía abiertos, que hiciera ningún movimiento, el primer movimiento, que ella, sola y asustada, se pusiera en esa situación, ¿verdad, Kat? Porque tuviste cinco años para pensar cómo meterte en su piel y hacerle creer que tenía un futuro contigo. Porque incluso entonces sabías que si alguien le empezaba a hacer ver a esa pobre tonta que tenía alguna posibilidad, aunque no pudiera salir bien, ella se entregaría a esa vaca estúpida y haría cualquier cosa por hacerla feliz. Y eso era lo que necesitabas, ¿no es verdad, Kat? Eso era con lo que contabas.»

– He estado en el número cincuenta y cinco -le informó.

Katja, con cautela, le preguntó:

– ¿Dónde? -Y ese acento alemán apareció de nuevo en su voz, ese rasgo diferenciador que antes le había parecido tan encantador.

– En el número cincuenta y cinco de Galveston Road. Wandsworth. Sur de Londres -contestó Yasmin.

Katja no respondió, pero Yasmin se dio cuenta de que estaba pensando, a pesar del rostro inexpresivo que había aprendido a poner cuando alguien la miraba en la cárcel. Su expresión decía: «No estoy pensando nada», pero sus ojos estaban demasiado pendientes de los de Yasmin.

Por primera vez. Yasmin se percató de que Katja iba sucia: tenía la cara grasienta y mechones de pelo rubio pegados a la cabeza. «Esta noche no ha ido a su casa -pensó sin alterarse-. Supongo que ha decidido ducharse aquí.»

Katja se le acercó. Aspiró con fuerza el cigarrillo, y Yasmin se dio cuenta de que seguía pensando. Pensaba que podría ser un truco para hacerle admitir algo que quizá Yasmin sólo imaginara.

– Yas -le dijo mientras alargaba la mano y le acariciaba la hilera de trenzas que se había apartado de la cara y que se había atado tras la nuca con un pañuelo. Yasmin se apartó con brusquedad.

– Supongo que esta noche no te hacía falta ducharte allí -espetó Yasmin-. Esta noche no tienes el rostro impregnado de flujos femeninos, ¿no es verdad?

– Yasmin, ¿de qué estás hablando?

– Estoy hablando del número cincuenta y cinco, Katja, de Galveston Road. Estoy hablando de lo que haces cuando vas allí.

– Voy allí para reunirme con mi abogada -replicó Yasmin-. Ya me has oído cómo se lo decía a ese detective esta misma mañana. ¿Crees que miento? ¿Qué razón podía tener para hacerlo? Si deseas llamar a Harriet y preguntarle si ella y yo fuimos juntas…

– He ido hasta allí -le anunció Yasmin con decisión-. He ido hasta allí, Katja. ¿Me estás escuchando?

– ¿Y bien? -le preguntó Katja.

«Todavía tan tranquila -pensó Yasmin-, tan segura de sí misma o, como mínimo, tan capaz de parecerlo.» ¿Y por qué? Porque sabía que no había nadie en casa durante el día. Porque creía que cualquier persona que llamara al timbre no podría averiguar quién vivía dentro. O tal vez sólo estuviera haciendo tiempo para pensar cómo iba a explicárselo todo.

– No había nadie en casa -dijo Yasmin.

– Ya veo.

– Por lo tanto, fui a casa de una vecina y le pregunté quién vivía allí. -Sentía cómo la traición se ensanchaba en su interior, como si fuera un globo demasiado hinchado que le subía hasta la garganta. Se esforzó por decir-: Noreen McKay.

Esperó a oír la respuesta de su amante. «¿Qué será? -pensó-. ¿Una excusa? ¿Un malentendido? ¿Un intento de darle una explicación razonable?»

– Yas -dijo Katja. Después murmuró-: ¡Maldita sea!

Esa expresión le pareció tan extraña viniendo de ella que Yasmin, aunque sólo fuera por un momento, sintió que hablaba con una persona totalmente diferente de la Katja Wolff que había amado durante los últimos tres años de cárcel y los otros cinco que los habían seguido.

– No sé qué decir -dijo entre suspiros.

Rodeó la mesilla y se sentó junto a Yasmin en el sofá. Yasmin se apartó al ver que se le acercaba. Katja se levantó.

– He empaquetado tus cosas -le informó Yasmin-. Están en el dormitorio. No quería que Daniel viera… Se lo contaré mañana. De todas maneras, ya está acostumbrado a no verte en casa algunas noches.

– Yas, no siempre fue…

Yasmin podía darse cuenta de que estaba subiendo el tono de voz mientras le decía:

– Tienes ropa sucia. Te la he puesto en una bolsa de plástico de Sainsbury's. Puedes lavarla mañana, o pedir que alguien te deje usar la lavadora esta noche, o ir a una lavandería o…

– Yasmin, debes oírme, No siempre estuvimos… Noreen y yo no siempre estuvimos juntas, tal y como crees. Es algo que… -Katja se le acercó de nuevo. Le puso la mano sobre el muslo, y Yasmin sintió cómo el cuerpo se le ponía rígido, cómo tensaba los músculos, cómo se le endurecían las articulaciones, cómo le hacía recordar, cómo todo le volvía a la memoria, cómo la lanzaba al pasado, donde los rostros pendían sobre ella…

Se puso en pie de un salto. Se tapó las orejas. Luego gritó:

– ¡Basta ya! ¡Ojalá ardas en el infierno!

Katja alargó la mano pero no se levantó del sofá. Se limitó a decir:

– Yasmin, escúchame. Es algo que no puedo explicar. Es algo que llevo dentro y que siempre he llevado. No me lo puedo sacar. Lo intento. Se desvanece. Pero luego aparece de nuevo. Contigo, Yasmin, debes escucharme. Contigo, pensé… esperé que…

– Me has utilizado -replicó Yasmin-. Ni has pensado ni has esperado nada. Me has utilizado, Katja. Lo que pensaste es que si las cosas parecían ir bien con ella, entonces tendría que dar un paso y decir quién era. Pero no lo hizo cuando estabas dentro. Ni tampoco lo hizo cuando saliste. Pero seguiste pensando que lo haría y, por lo tanto, te viniste a vivir conmigo para forzarla. Sólo que las cosas no han salido como tú esperabas, a no ser que sepa lo que estás tramando y con quién, ¿no es verdad? Y seguro que las cosas no funcionarán si no le das a probar de vez en cuando lo que se está perdiendo.

– No es verdad.

– ¿Me estás diciendo que no lo habéis hecho? ¿Que no has estado con ella desde que saliste de la cárcel? ¿Que no has ido a su casa después del trabajo, después de cenar, incluso después de haber estado conmigo cuando me decías que no podías dormir y que necesitabas salir un rato para estirar las piernas, porque sabías que yo dormiría hasta la mañana siguiente? Ahora me doy cuenta de todo, Katja. Quiero que te marches.

– Yas, no tengo ningún sitio adonde ir.

Yasmin se rió y añadió: