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– ¿Conoce a la señora Edwards?

Pareció sorprenderse de nuevo. Vio cómo se le tensaba la mandíbula.

– Sí, sí, conozco a Yasmin Edwards. Cumplió casi toda su condena en Holloway.

– ¿Sabe que ella y Katja…?

– Sí.

– Entonces, ¿por qué interfiere con su relación? -le preguntó con brusquedad, renunciando a las repuestas previas de sí o no con una repentina necesidad de atacarla, con una necesidad personal que apenas era capaz de reconocer y mucho menos de comprender-. ¿Usted y Katja tienen alguna especie de plan? ¿La están utilizando a ella y a su hijo por algún motivo?

Lo miró pero no respondió.

– Son personas, señorita McKay -añadió-. Tienen sus propias vidas y sus sentimientos. Si usted y Katja tienen intención de perjudicar a Yasmin, como por ejemplo, dejar pistas falsas en su puerta, hacer que parezca culpable, ponerla en peligro…

Noreen se inclinó hacia delante de golpe, contestándole en un susurro:

– ¿No es obvio que ha sucedido precisamente lo contrario? Soy yo la que tiene problemas. Soy yo la que está en peligro. ¿Y por qué? Porque la amo, agente. Ése es mi pecado. Cree que se trata de sexo eventual, ¿no es verdad? De abuso de poder. Se imagina que la he pervertido por la fuerza, y que entre rejas se producen escenas repugnantes de mujeres desesperadas, con consoladores colgándoles de las caderas, que se tiran a mujeres igualmente desesperadas. Pero lo que no comprende es que esto es muy complicado, que tiene que ver con el hecho de amar a alguien, pero de no poder hacerlo abiertamente y que, por lo tanto, sólo puedo hacerlo de la única manera que puedo, y aceptando que las noches en que estamos separadas, y créame, son muchas más de las que estamos juntas, esté con otra persona, amando a otra persona, o, como mínimo, haciéndolo ver porque eso es lo que yo quiero. Y ninguna discusión tiene solución, porque las dos tenemos lo que hemos elegido. No puedo darle lo que ella quiere de mí, y yo no puedo aceptar lo que quiere darme. Por lo tanto, se lo da a otra persona, y yo me quedo con los restos y ella se queda con lo que puede, y así son las cosas, al margen de lo que ella diga sobre cómo, cuándo y para quién cambiarán las cosas. -Se recostó en la silla después del discurso, respirando con agitación a medida que se intentaba poner el abrigo azul marino. Se puso en pie y se dirigió hacia la puerta.

Nkata la siguió. En la calle, el viento arreciaba con fuerza, y Noreen McKay lo soportaba. Respiraba como un corredor bajo la luz de una farola, con una mano alrededor del poste. Contemplaba la prisión de Holloway al otro lado de la calle.

En vez de ver a Nkata, pareció sentir su presencia. No lo miró mientras le decía:

– Al principio, sólo sentía curiosidad por ella. Después del juicio la pusieron en la unidad médica, que es donde yo estaba asignada por aquel entonces. La vigilaban para que no intentara suicidarse. Pero yo sabía que no tenía ninguna intención de lastimarse a sí misma. Emanaba una gran determinación, la certeza de que sabía quién era. Eso me pareció atractivo, irresistible de hecho, porque aunque yo también sabía quién era, nunca había sido capaz de reconocerlo. Después la trasladaron a la unidad de embarazadas, y después de que el bebé naciera podría haber ido a la unidad de maternidad, pero no quiso hacerlo, no quería al bebé, y me di cuenta de que yo necesitaba saber lo que Katja quería y de lo que estaba hecha para poder existir sintiéndose tan segura y tan sola.

Nkata no dijo nada. La protegió del aire con la espalda mientras se colocaba delante de ella.

– Por lo tanto, me limité a observarla. Cuando salió de la unidad médica, estaba en peligro, claro está. Hay cierto honor entre las presas, y las peor consideradas son las asesinas de bebés; en consecuencia, no estaba a salvo a no ser que estuviera con otras delincuentes que también fueran consideradas peligrosas. Pero el hecho de no estar a salvo no le importaba, y eso me fascinaba. Al principio pensaba que era así porque consideraba su vida como acabada, y quería hablar con ella de eso. Creía que era mi deber y, además, por aquel entonces me ocupaba de las Samaritanas…

– ¿Samaritanas? -preguntó Nkata.

– Dentro de la cárcel tenemos un programa de visitas para ellas. Si una presa desea participar, sólo tiene que decírselo a la funcionaría responsable del tema.

– ¿Katja quiso participar?

– No. Nunca. Pero yo lo utilicé como una excusa para hablar con ella. -Observó el rostro de Nkata y debió de leer algo en su expresión, ya que siguió hablando-: Hago bien mi trabajo. Ya tenemos doce programas diferentes. Cada vez participa más gente. Disponemos de mejor rehabilitación y hemos conseguido que las familias puedan visitar más a menudo a las madres que cumplen condena. Hago bien mi trabajo. -Apartó los ojos de él y observó la calle, donde el tráfico de la noche avanzaba en tropel hacia los barrios del norte-. No quería que nadie la ayudara, pero yo no entendía por qué. No había querido que la deportaran a Alemania, y yo tampoco lo entendía. No hablaba con nadie a no ser que alguien le hablara primero. Pero no cesaba de observar. Y, de ese modo, al cabo de un tiempo se dio cuenta de que estaba pendiente de ella. Cuando me asignaron a su sección, eso sucedió después, empezamos a hablar. Fue ella quien tomó la iniciativa, lo que me sorprendió. Me preguntó: «¿Por qué me miras tanto?». Lo recuerdo. Y lo que siguió. También me acuerdo de eso.

– Katja tiene la sartén cogida por el mango, señorita McKay -apuntó Nkata.

– No me hará chantaje, agente. Katja podría destrozarme, pero sé que no lo hará.

– ¿Por qué?

– Hay cosas que simplemente se saben.

– Estamos hablando de una ex presidiaría.

– Estamos hablando de Katja. -La guardiana suplente se apartó de la farola y se acercó al semáforo que le permitiría cruzar la calle para regresar a la cárcel. Nkata anduvo junto a ella-. Sabía lo que era desde una edad muy temprana. Supongo que mis padres se dieron cuenta de que solía disfrazarme de soldado, de pirata o de bombero. Pero nunca me disfrazaba de princesa, de enfermera o de mamá. Y eso no es normal, pero cuando uno consigue llegar a los quince, lo único que quiere es ser normal. En consecuencia, lo intenté: minifaldas, zapatos de tacón, jerséis escotados, todo eso. Perseguía a los hombres y me tiraba a todos los chicos que podía. Pero un día vi en el periódico un anuncio de mujeres que buscaban a otras mujeres; por lo tanto, llamé. «Como si fuera una broma», me dije a mí misma. Para reírme. Nos encontramos en un gimnasio, nadamos un poco, nos tomamos un café y me llevó a su casa. Ella tenía veinticuatro años. Yo tenía diecinueve. Estuvimos juntas cinco años, hasta que empecé a trabajar en la cárcel. Pero después… No podía llevar esa vida. Me parecía demasiado arriesgado. Y luego mi hermana contrajo la enfermedad de Hodgkin, me tuve que hacer cargo de sus hijos, y durante un buen tiempo eso fue más que suficiente.

– Hasta que apareció Katja.

– Me he acostado con un montón de hombres, pero sólo he tenido dos relaciones serias: ambas con mujeres. Katja es una de ellas.

– ¿Cuánto tiempo hace que dura?

– Diecisiete años, con pequeñas interrupciones.

– ¿Piensa seguir así para siempre?

– ¿Con Yasmin en medio, quiere decir? -Observó a Nkata, como si quisiera leer una respuesta en su silencio-. Si se pudiera decir que escogemos a la gente que amamos, entonces le diría que la escogí por dos motivos: Nunca hablaba de lo que la llevó a la cárcel; por lo tanto, sabía que podría guardar mi secreto. Y ella misma también tenía un gran secreto: por aquel entonces yo creía que tenía una amante fuera de la cárcel. «Estaré a salvo si me lío con ella», pensaba. Cuando salga de la cárcel, se irá con ella o con él, y yo habré tenido la oportunidad de sacarme esto del cuerpo y podré vivir célibe el resto de mi vida, pero, como mínimo, sabré que he tenido algo… -El semáforo de Parkhust Road cambió de color, y el pequeño peatón andante pasó del rojo al verde. Noreen bajó de la acera, pero lo miró por encima del hombro mientras hacía el último comentario-: Han pasado diecisiete años, agente. Es la única presa que jamás haya tocado… de esa forma. Es la única mujer que jamás haya amado… de esa manera.