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– Lo sabía -respondió-. No hay ninguna posibilidad. Sabía que te harías la amniocentesis. Y una vez que supimos que Cara estaba bien, ¿qué sentido habría tenido darte un motivo de preocupación?

– Pero cuando decidimos tener un bebé, tenía el derecho… Porque si las pruebas hubieran indicado que algo iba mal, tendría que haber decidido… ¿No te das cuenta de que necesitaba saberlo desde el principio? Necesitaba conocer el riesgo para tener tiempo para pensarlo, en caso de que tuviera que decidir… Richard, no me puedo creer que me hayas ocultado una cosa así.

– Arranca el coche, Jill -sugirió-. Quiero irme a casa.

– No creas que me podrás hacer cambiar de tema con tanta facilidad.

Richard soltó un suspiro, levantó la cabeza hacia el techo, respiró profundamente y repuso:

– Jill, me acaba de atropellar un autobús. La policía cree que alguien me empujó de modo deliberado. Eso quiere decir que alguien intentó matarme. Bien, entiendo que estés enfadada. Estás empeñada en que tenías derecho a saberlo, y de momento lo acepto. Pero si fueras capaz de olvidarte de tus preocupaciones por un momento, te darías cuenta de que necesito ir a casa. Me duele la cara, me pica el tobillo y se me está hinchando el brazo. Podemos dejar todo esto en el coche y volver a urgencias para que me vea un médico o podemos volver a casa y hablar de todo esto mañana por la mañana. Tú eliges.

Jill se le quedó mirando hasta que Richard se volvió hacia ella y le miró a los ojos.

– Que no me lo hayas dicho es lo mismo que si me hubieras mentido.

Arrancó el coche antes de que él pudiera responder, y cambió de marcha con una violenta sacudida.

Richard se estremeció y dijo:

– Si hubiera sabido que ibas a reaccionar de esta manera, te lo habría dicho. ¿De verdad piensas que quiero discutir contigo? ¿Ahora precisamente? ¿Con el bebé a punto de nacer? ¿De verdad piensas que eso es lo que quiero? Por el amor de Dios, hemos estado a punto de perdernos uno al otro esta misma tarde.

Jill avanzó con el coche hasta Grafton Way. Su intuición le decía que algo iba mal, pero lo que su intuición no le decía era si tenía que ver con ella o con el hombre que amaba.

Richard no pronunció palabra hasta que hubieron atravesado Portland Place y hasta que empezaron a dirigirse hacia Cavendish Square bajo la lluvia. Entonces espetó:

– Debo hablar con Gideon lo antes posible. También podría estar en peligro. Si le sucediera algo… después de todo lo que ha pasado…

Ese «también» se lo dijo todo a Jill. Le preguntó:

– Eso guarda relación con lo que le sucedió a Eugenie, ¿no es verdad?

Su silencio fue una respuesta muy elocuente. El miedo empezó a corroerla de nuevo.

Jill se percató demasiado tarde de que el camino que había escogido les llevaría directamente a Wigmore Hall. Y lo peor de todo era que, según parecía, esa noche había un concierto, ya que un exceso de taxis llenaba la calle, y todos se empeñaban en dejar a sus pasajeros justo delante de la marquesina de cristal. Jill vio que Richard giraba la cara para no verlo.

– Ha salido de la cárcel -le anunció-. Y doce días después de que saliera, Eugenie fue asesinada.

– ¿Crees que la mujer alemana…? ¿La misma mujer que mató…? -Y entonces lo volvió a ver todo negro, lo que le imposibilitó tener otra discusión con éclass="underline" la imagen de ese lastimoso bebé y el hecho de que le hubiera ocultado su enfermedad, precisamente a ella, a Jill Foster, que había tenido un interés serio y personal en conocer todo lo posible con respecto a Richard Davies y a sus hijos.

– ¿Tenías miedo de decírmelo? -le preguntó-. ¿Es eso?

– Ya sabías que Katja Wolff había salido de la cárcel. Incluso hablamos de ello con el detective el otro día.

– No estoy hablando de Katja Wolff. Te estoy hablando de… Ya sabes a lo que me refiero. -Giró hacia Portman Square y desde allí cruzó Park Lane-. Tenías miedo de que, si lo sabía, quizá no quisiera tener un hijo contigo. Me habría sentido demasiado asustada. Tenías miedo de eso y, por lo tanto, no me lo contaste porque no confiabas en mí.

– ¿Cómo esperabas que te diera esa información? -le preguntó Richard-. ¿Se suponía que debía decirte: «A propósito, mi ex mujer parió un hijo disminuido»? No era importante.

– ¿Cómo puedes decir eso?

– Tú y yo no íbamos a por un bebé. Teníamos relaciones sexuales. Muy buenas. Las mejores. Y estábamos enamorados. Pero no íbamos…

– No tomaba ninguna clase de precaución. Y tú lo sabías.

– Pero lo que yo no sabía era que tú no estabas al corriente de que Sonia… ¡Santo Cielo! Cuando murió, apareció en todos los periódicos: que fue asesinada, que tenía síndrome de Down, que la ahogaron. Nunca se me pasó por la cabeza que tendría que decírtelo yo mismo.

– ¡No lo sabía! Murió hace más de veinte años, Richard. Yo sólo tenía dieciséis años. ¿A qué adolescente de dieciséis años conoces que sea capaz de recordar lo que leyó en el periódico veinte años atrás?

– No soy responsable de lo que tú puedas o no recordar.

– Pero tenías la responsabilidad de explicarme algo que podría afectar mi futuro y el futuro de nuestro bebé.

– Lo hacías sin precauciones. Supuse que ya tenías el futuro planeado.

– ¿Estás intentando decirme que crees que te tendí una trampa? -Habían llegado al semáforo del final de Park Lane, y Jill se giró de una forma extraña en el asiento para quedar de cara a él-. ¿Es eso lo que estás insinuando? ¿Estás intentando decirme que yo estaba tan desesperada por conseguirte como marido que me quedé embarazada a propósito para asegurarme que me llevaras al altar? Bien, las cosas no han salido precisamente así, ¿verdad? He tenido que transigir con muchas cosas para llegar a un acuerdo.

Un taxi tocó la bocina a su espalda. Primero, Jill miró por el espejo retrovisor, y luego se dio cuenta de que el semáforo ya estaba en verde. Avanzaron poco a poco alrededor de Wellington Arch, y Jill se sintió agradecida por el tamaño del Humber, ya que la hacía mucho más visible a los autobuses y mucho más amedrentadora a los coches más pequeños.

– Lo que intento decirte -prosiguió Richard imperturbable-es que no quiero discutir sobre esto. No te lo conté porque pensaba que ya lo sabías. Es posible que nunca lo mencionara, pero no hice nada por ocultártelo.

– ¿Cómo puedes decir eso si no tienes a la vista ni una sola fotografía de ella?

– Lo he hecho por Gideon. ¿Crees que quería que Gideon se pasara la vida contemplando a su hermana asesinada? ¿No crees que eso hubiera afectado su música? Cuando Sonia murió, fue un infierno para todos nosotros. Para todos, Jill, Gideon incluido. Necesitábamos olvidar, y quitar todas las fotografías de Sonia nos pareció una forma de hacerlo. Bien, si eres incapaz de entenderlo o de perdonarme, si quieres poner fin a nuestra relación por eso… -La voz empezó a temblarle. Se colocó la mano sobre el rostro, estirándose la piel de la mandíbula, estirándola con violencia, sin pronunciar palabra.

Y Jill tampoco dijo nada en lo que les quedaba de trayecto hasta Cornwall Gardens. Pasó por Kensington Gore. Siete minutos más tarde ya estaban aparcando en un lugar del centro de la plaza cubierta de hojas secas.

En silencio, Jill ayudó a su prometido a salir del coche, levantó el asiento para coger los paquetes de la parte trasera. Por una parte, como eran para Catherine, le parecía más lógico dejarlos donde estaban; por otra, como el futuro de los padres de Catherine había dejado de verse claro tan de repente, tenía la impresión, sutil pero inconfundible, que debería llevarlos al piso de Richard. Jill los recogió con rapidez. También cogió la fotografía que había sido la causa de su discusión.

– A ver, déjame que coja algo -le sugirió Richard a la par que le ofrecía la mano buena.