– ¿Y tú, Tommy? ¿Estás contento? -le preguntó-. Ya me has dicho que sí, pero ¿qué otra cosa podías decir? Esposo, caballero, parte implicada en el proceso, no creo que te fueras a subir por las paredes. Pero últimamente he tenido la sensación de que las cosas no iban muy bien entre nosotros. Nunca la había tenido antes de quedarme embarazada y, por lo tanto, pensé que tal vez no estabas tan preparado como te creías.
– No -replicó-. Todo va bien, Helen. Y estoy contento. Mucho más de lo que te pueda expresar en palabras.
– Supongo que nos habría ido bien pasar juntos el período de adaptación -remarcó Helen.
Lynley pensó en lo que Deborah le había dicho, en que la felicidad procedía de lo que ya teníamos.
– Tenemos el resto de nuestras vidas para adaptarnos -le dijo a su mujer-. Si no disfrutamos del momento, el momento desaparece.
Dejó la novela sobre la mesita de noche. Se agachó, la besó en la frente y le dijo:
– Te quiero, cariño.
Helen acercó su boca a la suya, juntó los labios con los de él, y sugirió:
– Hablando de disfrutar del momento… -Se dio cuenta de que le devolvió el beso de un modo que los unía como no lo habían estado desde que le comunicara que estaba embarazada.
Entonces sintió una gran deseo hacia ella, esa mezcla de sensualidad y amor que siempre le dejaba débil y resuelto, empeñado en dominarla, pero estando a la vez dominado por el poder de su esposa. Le dejó un rastro de besos desde el cuello hasta los hombros, y sintió cómo se estremecía mientras le bajaba las tiras del camisón poco a poco y las dejaba caer sobre los hombros. Mientras le rodeaba los pechos desnudos con las manos y se inclinaba hacia ellos, sus dedos empezaron a desanudarle la corbata y a desabrocharle los botones de la camisa.
Entonces la miró, la pasión de repente mitigada por la preocupación.
– ¿Qué pasa con el bebé? -preguntó-. ¿Es seguro?
Sonrió, le estrechó entre sus brazos y respondió:
– El bebé, querido Tommy, estará perfectamente.
Capítulo 29
Winston Nkata salió del cuarto de baño y se encontró a su madre sentada bajo una lámpara de pie; le había quitado la pantalla para poder trabajar con mejor luz. Estaba haciendo trabajos de encaje. Había ido a clases de ese tipo de labores con un grupo de mujeres de la iglesia, y estaba empeñada en perfeccionar ese arte. Nkata no sabía por qué. Cuando le había preguntado la razón por la que había empezado a entretenerse con bobinas de hilo de coser, lanzaderas y lazos, su madre le había respondido: «Me mantiene las manos ocupadas, cariño. Y sólo porque algo se haya dejado de hacer, no quiere decir que no valga la pena probarlo».
Nkata pensó que de hecho tendría algo que ver con su padre. Benjamin Nkata roncaba con tal intensidad que era imposible que nadie pudiera dormir en la misma habitación que él, a no ser que consiguiera dormirse antes y que tuviera un sueño muy profundo. Si Alice Nkata estaba despierta después de las once menos cuarto, que era la hora en que acostumbraba a irse a dormir, era evidente que estaba realizando sus labores para no tener que aguantar los ronquidos y los rugidos de su marido mientras ella se frustraba por su insomnio.
Nkata se dio cuenta de que esa noche se trataba de eso. En el preciso instante en que salió del cuarto de baño, le dio la bienvenida no sólo su madre con sus encajes, sino también los ronquidos de su padre en sueños. Parecía como si alguien estuviera atormentando un grupo de osos dentro del dormitorio de sus padres.
Alice Nkata levantó la mirada de su trabajo, por encima de sus gafas de media luna. Llevaba su vieja bata de felpa amarilla, y su hijo frunció el ceño con desaprobación al verlo.
– ¿Dónde está la que te regalé para el Día de la Madre? -le preguntó.
– ¿Dónde está el qué? -inquirió su madre.
– Ya sabes a qué me refiero. A la bata nueva.
– Es demasiado bonita para llevarla por casa, cariño -contestó. Y antes de que pudiera protestar y decirle que las batas no se tenían que guardar por si a uno le invitaban a tomar el té con la reina, y de preguntarle por qué no se la ponía, ya que se había gastado el salario de dos semanas para poder comprársela en Liberty’s, ella le preguntó:
– ¿Adónde vas a estas horas?
– Pensaba pasar por el hospital para ver cómo está mi superior -le respondió-. El caso ya está solucionado, el inspector arrestó al tipo que había hecho los atropellamientos, pero mi superior todavía está… -Se encogió de hombros-. No sé. Creo que es lo que tengo que hacer.
– ¿A estas horas? -preguntó Alice Nkata, echando un vistazo al diminuto reloj Wedgwood que descansaba sobre la mesilla: era el regalo que su hijo le había hecho por Navidades-. No conozco ningún hospital de por aquí que le guste recibir visitas a medianoche.
– No es medianoche, mamá.
– Ya sabes lo que quiero decir.
– De todos modos, no puedo dormir. Estoy demasiado nervioso. Ya que no puedo echarle una mano a la familia… No sé, creo que es lo correcto.
Lo miró de arriba abajo y comentó con ironía:
– Por lo bien vestido que vas, cualquiera diría que vas a su boda.
«O, si nos ponemos así, a su funeral», pensó Nkata. Pero ni siquiera quería pensar en nada que tuviera que ver con el estado de Webberly y, por lo tanto, se esforzó por pensar en otra cosa: como las razones por las que había creído que Katja Wolff era la asesina de Eugenie Davies, así como la conductora que le había ocasionado esas graves lesiones al comisario jefe; también pensó en lo que de hecho significaba que Katja Wolff no fuera culpable de ninguno de esos delitos.
– Se debe mostrar respeto en las situaciones que lo requieren. Has criado a un hijo que sabe lo que se debe hacer, mamá.
– ¡Humm! -exclamó su madre, pero se dio cuenta de que estaba satisfecha-. Entonces, ve con cuidado. Si te encuentras con algún chico blanco con el pelo rapado y botas militares, evita cruzarte con él. Ve por la otra acera. Te lo digo en serio.
– De acuerdo, mamá.
– No me respondas «de acuerdo, mamá» como si no supiera de lo que estoy hablando.
– No te preocupes -le contestó-. Ya sé que lo sabes.
La besó en la cabeza y salió del piso. Sintió una punzada de remordimiento por haberle mentido -no lo había hecho desde la adolescencia-, pero se dijo a sí mismo que era por una buena causa. Era tarde y habría tenido que darle demasiadas explicaciones; tenía que ponerse en camino.
Fuera, la lluvia estaba causando los daños habituales en el edificio en el que vivían los Nkata. Se habían formado charcos de agua a lo largo de los pasillos exteriores que había entre los pisos, y se habían quedado estancados en el desprotegido nivel superior a causa del viento; se filtraban hasta los otros niveles a través de las grietas de los pasillos y del edificio en sí, que hacía tiempo que había sido construido pero que nunca había sido reformado. En consecuencia, la escalera estaba resbaladiza y era peligrosa, también como de costumbre, porque las bandas de goma de los escalones se habían desgastado -a veces las arrancaban los niños que tenían demasiado tiempo libre y demasiadas pocas cosas que hacer para llenarlo- y el hormigón que los revestía quedaba al descubierto. Y abajo, en lo que se consideraba el jardín, la hierba y los parterres de flores de tiempos remotos se habían convertido en una extensión de barro cubierta de latas de cerveza, envoltorios de comida para llevar, pañales de usar y tirar y otros detritos humanos que indicaban con elocuencia el nivel de frustración y desesperación en el que la gente caía cuando pensaba -o sabían por experiencia-que sus opciones eran limitadas a causa del color de su piel.
Nkata les había sugerido a sus padres más de una vez que se cambiaran de casa; de hecho, les había insistido en que él les ayudaría a hacerlo. Pero habían rechazado todas sus ofertas. Si la gente empezaba a arrancar las raíces en la primera oportunidad que se le presentara, le había explicado Alice Nkata a su hijo, la planta entera moriría. Además, quedándose donde estaban y teniendo un hijo que había podido escapar de lo que en verdad podría haberle arruinado la vida para siempre, servían de ejemplo para el resto de vecinos. No había necesidad de pensar que sus propias vidas estaban limitadas, si entre ellos vivía alguien que les había mostrado que eso no era así.