Выбрать главу

«Asimismo -había proseguido Alice Nkata-, la Estación de Brixton nos queda muy cerca. Y también Loughborough Junction. Para mí está muy bien, cariño. Y para tu padre también.»

Así pues, sus padres seguían allí. Y él vivía con ellos. Tener su propio piso aún le resultaba demasiado caro, y aunque no fuera así, quería quedarse en casa de sus padres. Les proporcionaba una sensación de orgullo que necesitaban, y él necesitaba dárselo.

Su coche relucía bajo una farola, recién lavado por la lluvia. Entró y se abrochó el cinturón.

Era un trayecto corto. Después de unas cuantas vueltas ya se encontraba en Brixton Road, desde donde empezó a dirigirse hacia el norte, rumbo a Kennington. Aparcó delante del centro de jardinería, donde permaneció sentado durante un momento, mirando al otro lado de la calle a través de las ráfagas de lluvia que el viento agitaba entre su coche y el piso de Yasmin Edwards.

En parte se había sentido obligado a ir hasta Kennington por la certeza de que había actuado mal. Se había dicho a sí mismo que lo había hecho mal pero por buenas razones, y creía que eso era bien cierto. Estaba casi seguro de que el inspector Lynley habría usado las mismas tácticas con Yasmin Edwards y su amante, y estaba convencido de que Barbara Havers habría hecho lo mismo, o más. Pero, evidentemente, sus intenciones habrían sido mucho más nobles que las suyas, y por debajo de su comportamiento no habría pasado una fuerte corriente de una agresión que era incoherente con la invasión que había perpetrado en la vida de esas mujeres.

Nkata no estaba muy seguro de dónde procedía esa agresión, o de lo que indicaba de él como agente de policía. Sólo sabía que la sentía y que necesitaba librarse de ella para poder volver a sentirse cómodo en su trabajo.

Abrió la puerta del coche de golpe, la cerró con cuidado después de salir, y cruzó la calle en dirección al bloque de pisos. La puerta del ascensor estaba cerrada. Cuando estaba a punto de llamar al timbre del piso de Yasmin Edwards, se detuvo, y se quedó con el dedo cerniéndose sobre el timbre adecuado. Sin embargo, llamó al piso de abajo, y cuando una voz de hombre preguntó quién era, le dio su nombre y le informó que alguien le había llamado por ciertos actos de gamberrismo que se habían producido en el aparcamiento. ¿Sería tan amable el señor -miró la lista de nombre con rapidez-el señor Houghton de mirar unas cuantas fotografías para ver si reconocía alguna cara entre el grupo de jóvenes que habían arrestado en la vecindad? El señor Houghton consintió en hacerlo y le abrió la puerta del ascensor. Nkata subió hasta el piso de Yasmin Edwards con cierto remordimiento por la forma en que había entrado, pero se dijo a sí mismo que después pasaría un momento por el piso de abajo y que se disculparía por la táctica que había usado.

Las cortinas estaban corridas en las ventanas de Yasmin Edwards, pero por la parte de abajo, y por detrás de la puerta, se filtraba un halo de luz; se oía el sonido de las voces del televisor. Cuando llamó a la puerta, ella acertadamente le preguntó quién era, y cuando él le respondió, se vio obligado a esperar durante treinta segundos eternos mientras ella decidía si le dejaba entrar.

Cuando se hubo decidido, se limitó a abrir la puerta unos diez centímetros, lo suficiente para que viera que llevaba unas mallas y un jersey muy holgado. Era rojo, del color de las amapolas. Yasmin no dijo nada, pero lo miró sin pestañear y sin la más mínima expresión en el rostro; sin darse cuenta eso le recordó quién era y lo que siempre sería.

– ¿Puedo pasar? -le preguntó.

– ¿Para qué?

– Para hablar.

– ¿De qué?

– ¿Está aquí?

– ¿Usted qué cree?

Oyó cómo se abría la puerta en el piso de abajo, y supo que el señor Houghton debía de estar preguntándose dónde estaba el policía que iba a mostrarle esas fotografías.

– Está lloviendo -le advirtió-. La humedad y el frío me están calando los huesos. Si me deja entrar, sólo me quedaré un minuto. Cinco, como máximo. Se lo prometo.

– Dan está durmiendo y no quiero que se despierte. Tiene que ir a la escuela y…

– De acuerdo, hablaré en voz baja.

Tardó otro momento en decidirse, pero al final se hizo a un lado. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el lugar donde se encontraba antes de que él llamara a la puerta, dejando que él la acabara de abrir y que la cerrara con cuidado tras él.

Vio que estaba mirando una película en la que Peter Sellers empezaba a andar sobre el agua. Era una ilusión óptica, claro está, ese tipo de cosas simuladas pero que, sin embargo, sugerían muchas posibilidades.

Cogió el mando a distancia pero no apagó el televisor. Se limitó a bajar el sonido y a seguir mirando la película.

Captó el mensaje y no la culpó por ello. Aún lo trataría peor cuando le dijera lo que había venido a decirle.

– Hemos arrestado al conductor -le informó-. No fue… no fue Katja Wolff. Resultó ser que tenía una coartada perfecta.

– Sé lo de su coartada -contestó Yasmin-. Número cincuenta y cinco.

– ¡Ah! -Miró al televisor y luego la miró a ella.

Estaba sentada con la espalda recta. Parecía una modelo. Tenía el cuerpo perfecto para serlo, y ataviada con ropa moderna, habría quedado perfecta en las fotografías, salvo por su cara y por la cicatriz de la boca que le hacía parecer cruel, utilizada y enfadada.

– Seguir las pistas es parte del trabajo, señora Edwards -añadió-. Guardaba relación con la víctima y, por lo tanto, no podía pasarlo por alto.

– Supongo que hizo lo que tenía que hacer.

– Usted también -le contestó-. Eso es lo que he venido a decirle.

– Seguro que sí -replicó-. Chivarse es siempre lo más correcto, ¿no es verdad?

– No le dio elección cuando me mintió sobre dónde estaba la noche que esa mujer fue atropellada. O confirmaba su historia poniendo su vida -y la de su hijo-en peligro o decía la verdad. Si no estaba aquí, podría haber estado en cualquier otra parte, y por lo que sabíamos entonces, bien podría haber estado en West Hampstead. No podía permitirse el lujo de seguirle la corriente, mantener la boca cerrada y aceptar las graves consecuencias.

– Sí, bien. Katja no se encontraba en West Hampstead, ¿no es así? Y ahora que ambos sabemos dónde estaba y por qué, ya podemos dormir tranquilos. Ya no tendré problemas con la policía, ya no perderé a Dan, y usted ya no tendrá que dar vueltas en la cama mientras se pregunta cómo demonios puede acusar de algo a Katja Wolff, cuando a ella ni siquiera se le pasó por la cabeza hacerlo.

A Nkata le costaba comprender que Yasmin siguiera defendiendo a Katja a pesar de su traición. Pero se obligó a pensar antes de responder, y se dio cuenta de que lo que la mujer estaba haciendo tenía cierto sentido. A los ojos de Yasmin Edwards, seguía siendo el enemigo. No sólo era policía, lo que siempre le haría sentir incómoda, sino que también era la persona que le había obligado a percatarse de que estaba viviendo una farsa, participando en una relación que sólo existía en lugar de otra, otra que era mucho más importante para Katja, más deseada y simplemente inalcanzable.

– No -replicó-. Eso no me hacía perder el sueño.

– Yo creo que sí -fue su desdeñosa respuesta.

– Lo que quiero decirle -prosiguió- es que si no pudiera dormir no sería por ese motivo.

– Lo que usted diga -contestó. Volvió a coger el mando a distancia-. ¿Eso es todo lo que me quería decir? ¿Que hice lo correcto y que debería estar contenta porque nunca podrán acusarme de ser cómplice de una persona que no hizo nada?