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Y la verdad era, como Jill sabía muy bien, que ambos tenían pasado. No eran ningunos adolescentes; por lo tanto, no podían esperar que el otro entrara en su nueva vida sin traumas. Al fin y al cabo, el futuro era lo único que importaba. Su futuro y el futuro del bebé. Catherine Ann.

Era muy fácil acceder a Henley-on-Thames desde Londres, especialmente cuando el tráfico de la mañana sólo creaba atascos en la autopista en dirección contraria. Así pues, el inspector Lynley y la agente Barbara Havers salían de Marlow en dirección sur, camino a Henley, tan sólo una hora después de haber abandonado el centro de coordinación de Eric Leach en Hampstead.

El comisario Leach, que luchaba por no sucumbir ante un resfriado o una gripe, les había presentado a una brigada de detectives que, aunque un poco reticentes a tener gente del Nuevo Departamento de Scotland Yard entre ellos, también parecían dispuestos a aceptar su colaboración en un trabajo que, de hecho, incluía una serie de violaciones en Hampstead Heath y un incendio provocado en la magnífica casa de campo de una actriz ya entrada en años que ostentaba un título y una buena reputación.

Primero Leach les dio todos los detalles de los resultados preliminares de la autopsia, análisis de restos de sangre, tejidos y órganos, que sumaban una gran cantidad de heridas en un cuerpo que finalmente fue identificado, gracias al informe de la dentadura, como perteneciente a una tal Eugenie Davies, de sesenta y dos años de edad. Al principio les dijeron las fracturas que había sufrido: cuarta y quinta vértebra cervical, fémur izquierdo, cubito, radio, clavícula derecha y las costillas quinta y sexta. Después comentaron las rupturas internas: hígado, bazo y riñones. Se había determinado que la muerte había sido producida por una hemorragia interna masiva y por los golpes, y que había muerto entre las diez y las doce de la noche. Se estaba realizando un análisis de los indicios de pruebas que se habían encontrado en el cuerpo.

– Debieron de arrastrarla unos quince metros -dijo Leach a los detectives que estaban reunidos en el centro de coordinación entre ordenadores, pizarras, archivadores, fotocopiadoras y fotografías-. Según el médico forense la atropellaron, como mínimo, dos veces, quizá tres, tal y como indican las contusiones del cuerpo y las marcas del impermeable.

El comentario fue acogido con un murmullo general. Alguien dijo: «Un barrio estupendo», con cierta dosis de ironía.

Leach corrigió el malentendido del agente:

– McKnight, tenemos motivos para pensar que el daño lo hizo un único coche, no tres. Actuaremos según esa teoría hasta que Lambeth nos diga lo contrario. El primer golpe la hizo caer al suelo. Cuando ya estaba sobre ella, la atropello en marcha atrás, y luego volvió a pasarle por encima.

Antes de continuar, Leach señaló varias fotografías que colgaban de una pizarra. Mostraban cómo estaba la calle tras el caso de atropellamiento y fuga. Señaló una en particular que mostraba un trozo de asfalto fotografiado entre dos conos de tráfico color naranja, y una hilera de coches aparcados al fondo.

– Según parece, el primer impacto se produjo aquí. Y el cuerpo fue a parar a ese cuadrado que señala el centro de la calle. -Había otra serie de conos de tráfico, además de un gran trozo de calle tapado con celo-. La lluvia se encargó de borrar los rastros de sangre que habría habido donde aterrizó el cuerpo. Pero no llovía lo bastante para borrar toda la sangre del lugar, del tejido y de los fragmentos de huesos. Sin embargo, el cuerpo no se encuentra en el mismo sitio que el tejido y los huesos, sino que se halla junto al Vauxhall que está aparcado en la acera. ¿Se dan cuenta de que el cuerpo está un poco metido bajo el coche? Creemos que nuestro conductor, después de haberla derribado y atropellado dos veces, salió del coche, arrastró la mujer a un lado y se alejó.

– ¿No cabe la posibilidad de que la arrastrara con las ruedas del coche? ¿O con las de un camión? -La pregunta la hizo un agente que comía fideos ruidosamente de una taza de plástico-. ¿Por qué descartamos esa posibilidad?

– Es lo que hemos deducido a partir de las pocas huellas de neumático que hemos podido conseguir -le informó Leach mientras cogía la taza de café que había dejado sobre una mesa cercana repleta de archivos y de hojas impresas. Se le veía un poco más tenso de lo que Lynley se había imaginado cuando se dio a conocer en su oficina cuarenta minutos antes. Lynley lo interpretó como una buena señal de lo que iba a ser trabajar con el comisario.

– Sin embargo, ¿por qué no pudieron ser tres coches diferentes? -preguntó otro agente-. El primer conductor la tumba al suelo y se marcha porque está asustado. Como va vestida de negro, los otros dos conductores no ven que está echada en la calle y la atropellan antes de poder darse cuenta de lo que ha sucedido.

Leach tomó un sorbo de café, negó con la cabeza y respondió:

– No creo que encuentre mucha gente dispuesta a creer que en este barrio pueda haber tres ciudadanos desalmados capaces de atropellar a la misma persona, la misma noche, y sin que ninguno de ellos avise a la policía. En el lugar del crimen no hay nada que justifique cómo demonios la mitad del cuerpo fue a parar debajo de ese Vauxhall. Eso sólo tiene una explicación posible, Potashnik, y esa razón es la que explica nuestra presencia aquí.

Hubo un murmullo de aprobación.

– Me apostaría cualquier cosa a que el tipo que estamos buscando es el mismísimo conductor que llamó a la policía -gritó alguien desde el final de la sala.

– Pitchley no nos dijo casi nada y enseguida solicitó la presencia de su abogado -asintió Leach-, y eso es muy sospechoso, tiene razón. Pero creo que aún tiene que contarnos muchas cosas y que el coche será lo que le hará hablar, no se equivoque.

– A cualquiera que le confiscaran un Boxter sería capaz de cantar Dios salve a la reina si se lo pidieran -remarcó un agente de la fila de delante.

– En eso confío -admitió Leach-. No estoy diciendo que fuera el conductor que la atropelló por primera vez, pero tampoco he dicho que no lo fuera. Pero al margen de lo que sucediera, no recuperará su Porsche hasta que no nos diga por qué esa mujer tenía apuntada su dirección. Si para conseguir que nos dé esa información tenemos que requisarle el coche, pues bien, eso es lo que haremos durante el tiempo que haga falta. Bien…

A continuación, Leach les indicó lo que tenían que hacer; por lo tanto, casi todos sus hombres tuvieron que ir a la calle en la que había acontecido el caso de atropellamiento y fuga. La calle constaba de una hilera de casas -algunas eran antiguas industrias modernizadas y otras casas particulares-y los agentes tenían que conseguir que la gente de esa zona les contara todo lo que habían visto, oído, olido o soñado la noche anterior. A otros agentes se les ordenó que fueran al laboratorio forense: tenían que averiguar los progresos que se habían llevado a cabo en el examen del coche de Eugenie Davies, a otros se les asignó que reunieran toda la información posible con respecto a las pruebas encontradas en el cadáver, y aún había otro equipo encargado de contrastar las pruebas del cuerpo con el Boxter que la policía había confiscado. Ese mismo grupo sería el responsable de examinar todas las marcas de neumáticos de esa calle de West Hampstead, del cuerpo y de la ropa de Eugenie Davies. A otro grupo de agentes -el más numeroso- se le asignó la tarea de buscar un coche que tuviera la parte delantera abollada. «Garajes, aparcamientos, empresas de alquiler de coches, calles, antiguas caballerizas, áreas de descanso de la autopista…», les había dicho Leach. Es imposible atropellar a una mujer en la calle y que el coche quede intacto.

– Eso excluye al Boxter de la lista -apuntó una mujer policía.

– El hecho de tener el Boxter confiscado nos ayudará a sacarle información a nuestro hombre -contestó Leach-. Lo que no sabemos es si ese Pitchley tiene algún otro coche. Y eso no deberíamos olvidarlo.