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Libby se preguntaba por qué demonios no lo dejaban en paz. ¿Por qué creían que empezaría a tocar de nuevo si insistían lo suficiente? Por lo que respectaba a ella, ya estaban empezando a fastidiarla. «Él es mucho más que esa estúpida música», gruñó en dirección al techo.

Salió de la cocina y se encaminó hacia su propio aparato de música. Escogió un CD que, sin lugar a dudas, haría que Raphael Robson se subiera por las paredes. Era pop puro y duro, y lo puso muy alto. Asimismo, abrió la ventana. A los pocos minutos ya se oían golpes procedentes del piso de arriba. Lo puso al máximo volumen. Pensó que había llegado el momento de tomarse un baño relajante. La música pop era… perfecta para estar dentro del agua, enjabonarse y cantar.

Treinta minutos más tarde, bañada y vestida, y con la sensación de haber conseguido lo que quería, Libby apagó el aparato de música y escuchó con atención para ver si oía algún ruido procedente del piso de arriba. Silencio. Lo había conseguido.

Salió del piso y asomó la cabeza para ver si el coche de Rafe aún estaba en la plaza. El Renault ya no estaba, lo que quería decir que Gideon podría estar dispuesto a recibir una visita de alguien que se interesara por él como persona y no como músico. Subió la escalera al trote desde su puerta a la de Gideon y llamó con convicción.

Al no recibir ninguna respuesta, se dio la vuelta hacia la plaza y vio el Mitsubishi de Gideon aparcado junto a cinco coches con sistema de posicionamiento global. Libby frunció el ceño, llamó otra vez y gritó:

– ¡Gideon! ¿Aún estás ahí? Soy yo.

Eso le animó. El cerrojo de seguridad se abrió al otro lado de la puerta, y ésta se abrió de golpe.

– Siento lo de la música -se excusó Libby-. Perdí el control y… -interrumpió. Tenía un aspecto horrible. Cierto, hacía semanas que no sacaba muy buena cara, pero en ese momento estaba pálido como una hoja. Lo primero que pensó Libby es que Rafe Robson lo había dejado exhausto al obligarle a escuchar sus propias grabaciones. «¡Vaya cabrón!», pensó.

– ¿Adónde se ha ido el bueno de Raphael? ¿A pasarle el informe a tu padre?

Gideon se limitó a apartarse de la puerta y a dejarla entrar. Se fue escaleras arriba y ella lo siguió. Se dirigían a donde él se encontraba cuando ella llamó a la puerta: a su dormitorio. Las huellas de su cabeza en la almohada y de su cuerpo en la cama parecían bastante recientes.

Una tenue luz estaba encendida sobre la mesita de noche, y las sombras no disipadas por su brillo se proyectaban en el rostro de Gideon y le hacían parecer cadavérico. Había estado rodeado de un halo de ansiedad y de derrota desde el fracaso de Wigmore, pero Libby cayó en la cuenta que había algo más alrededor de ese halo, algo que parecía… ¿qué? Un dolor atroz.

– Gideon, ¿qué te pasa?

– Han asesinado a mi madre -fue su única respuesta.

Libby parpadeó, dejó caer la mandíbula y cerró la boca de golpe:

– ¿A tu mamá? ¿A tu madre? ¡Oh, no! ¿Cuándo? ¿Cómo? ¡Mierda! ¡Siéntate! -Le instó a que se fuera a la cama y se sentara, y cuando lo hizo las manos le colgaban lánguidamente entre las piernas-. ¿Qué ha sucedido?

Gideon le contó lo poco que se sabía. Concluyó diciendo:

– A papá le pidieron que identificara el cadáver. Desde entonces, la policía ha ido a verle varias veces. Un detective, me dijo papá. Me llamó hace un rato. -Gideon se estrechó el cuerpo con los brazos, se inclinó hacia delante y empezó a balancearse como un niño-. Así pues, se acabó.

– ¿El qué? -le preguntó Libby.

– No tengo esperanza después de esto.

– No digas eso, Gideon.

– Bien podría estar muerto, también.

– ¡Ostras! Eso ni lo digas.

– Es la pura verdad.

Tembló al decirlo y empezó a mirar alrededor de la habitación, como si buscara algo mientras se balanceaba.

Libby consideró lo que implicaba que su madre estuviera muerta.

– Gideon, lo superarás. Te repondrás.- E intentó hacer ver que en realidad sentía esas palabras, como si el hecho de que volviera a tocar fuera tan importante para ella como lo era para él.

Reparó en que su estremecimiento se había convertido en un temblor imparable. Al pie de la cama había una manta de punto y la dejó caer sobre sus delgados hombros.

– ¿Quieres hablar de ello? -le preguntó-. ¿De tu madre? ¿De… no lo sé… de cualquier cosa?

Se sentó junto a él y le rodeó con un brazo. Usó la otra mano para cubrirle el cuello con la manta hasta que él mismo la asiera.

– Se disponía a ver a James el Inquilino -le dijo.

– ¿A quién?

– A James Pitchford. Vivía con nosotros cuando mi hermana fue… cuando murió. Y es extraño, porque llevo cierto tiempo pensando en él, a pesar de que durante años ni siquiera lo había recordado. -Entonces Gideon hizo una mueca, y Libby se dio cuenta de que apretaba la mano que le quedaba libre contra el estómago, como si hubiera algo en su interior que le revolviera las tripas-. Alguien la atropello en la calle de James Pitchford. Más de una vez, Libby. Y como iba a ver a James, papá cree que la policía querrá averiguar el paradero de toda la gente que estuvo involucrada… por aquel entonces.

– ¿Por qué?

– Supongo que por el tipo de preguntas que le hicieron.

– No me refería al porqué tu padre piensa eso, sino a los motivos que puede tener la policía para hacerlo. ¿Hay alguna conexión entre aquella época y ésta? Si tu madre iba a ver a James Pitchford, entonces es obvio que debe haberla. Pero si la mató alguien de hace más de veinte años, ¿por qué esperar hasta ahora?

Gideon se inclinó aún más, el rostro retorcido por el dolor.

– ¡Dios mío! Me siento como si un carbón ardiendo me estuviera atravesando el cuerpo.

– ¡A ver, ven!

Libby le obligó a tumbarse en la cama. Se acurrucó de lado, con las piernas alzadas hasta el pecho. Libby le quitó los zapatos. Gideon no llevaba calcetines y tenía los pies tan blancos como la leche, Libby se los frotó de modo espasmódico, como si la fricción pudiera borrarle el dolor de la mente.

Libby se tumbó junto a él y apretó su cuerpo contra el de Gideon bajo la manta. Le pasó la mano por debajo del brazo y le acarició el estómago. Podía sentir su columna vertebral curvada junto a ella, cada protuberancia más rígida que el mármol. Se había adelgazado tanto que Libby se preguntaba cómo podía ser que los huesos no le atravesaran su piel de papel.

– Estoy convencida de que tienes un bloqueo mental a causa de todo esto, ¿no es verdad? Bien, olvídate de todo. No para siempre. Sólo durante un momento. Permanece echado junto a mí y olvídate de todo.

– No puedo -le respondió al tiempo que le dedicaba una amarga sonrisa-. Mi deber es recordarlo todo. -Sus pies se rozaron. Gideon aún se acurrucó más, y Libby se le siguió acercando-. Ha salido de la cárcel, Libby. Papá lo sabía, pero no me lo dijo. Ésa es la razón por la que la policía quiere investigar un caso de hace veinte años. Ha salido de la cárcel.

– ¿Quién? ¿Qué quieres decir?

– Katja Wolff.

– ¿Creen que podría haber atropellado a tu madre?

– No lo sé.

– ¿Qué motivo podía tener para hacerlo? Me parecería más lógico que tu madre deseara atropellada a ella.

– En circunstancias normales, sí -contestó Gideon-. Salvo que nada en mi vida ha sido normal; por lo tanto, no hay ninguna razón para pensar que la muerte de mi madre lo sea.

– Quizá tu madre testificara contra ella -añadió Libby- y se pasara todo el tiempo que estuvo encerrada en prisión planeando vengarse de cualquier persona que hubiera contribuido a su encarcelamiento. Pero si ése era el caso, ¿cómo encontró a tu madre, Gideon? Ni siquiera tú sabías dónde vivía. ¿Cómo pudo la mujer esa, Wolff, averiguar su paradero? Y si en verdad lo averiguó y la mató, ¿por qué lo hizo en la calle del Pitchford ese?