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– ¿Qué importancia tiene?

– Ya lo sabes. Estoy intentando recordar. Ya sabes lo que ella, la doctora Rose, quiere que haga.

– Así pues, dime, ¿qué relación guarda este recuerdo en particular con tu música?

– Intento recordar todo lo que puedo. En el orden que puedo. Cuando puedo. Un recuerdo parece llevarme a otro, y si consigo relacionar unos cuantos, existe una posibilidad de que recuerde lo que me está impidiendo tocar.

– No hay nada que te impida tocar. Sencillamente no lo estás haciendo.

– ¿Por qué no me respondes? ¿Por qué te niegas a ayudarme? Limítate a decirme con quién estaba Katja…

– ¿Qué te hace pensar que lo sé? -me preguntó-. ¿O es que me estás preguntando si yo era el hombre que estaba en el jardín con Katja Wolff? Es obvio que mi relación con Jill indica que prefiero a las mujeres jóvenes, ¿no es verdad? Y si las prefiero ahora, ¿por qué no las podía preferir entonces?

– ¿Vas a responderme?

– Debes saber que mis preferencias actuales son recientes y sólo conciernen a Jill.

– Por lo tanto, no eras el hombre que estaba con Katja Wolff en el jardín.

– No.

Lo observé. Me pregunté si me estaría diciendo la verdad. Pensé en la fotografía de Katja y de mi hermana, en la forma en que ella sonreía a quienquiera que fuera que estaba haciendo la fotografía, y en lo que esa sonrisa podría significar.

Con un gesto cansado que indicaba las hileras de CDs junto a la silla, comentó:

– Mientras te esperaba, Gideon, tuve la oportunidad de echar un vistazo a tu colección de CDs.

Esperé, cansado de esa forma de conversar.

– Tienes una colección bastante buena. ¿Cuántos tienes? ¿Trescientos? ¿Cuatrocientos?

No hice ningún comentario.

– Además tienes versiones diferentes de las mismas piezas musicales.

– Estoy seguro de que esto tiene su importancia -apunté al cabo de un rato.

– Pero no tienes ni un solo disco de El Archiduque. ¿A qué será debido? Me pregunto.

– Nunca me he sentido especialmente atraído por esa obra en particular.

– Entonces, ¿por qué querías tocarla en Wigmore Hall?

– Lo sugirió Beth. Sherrill estuvo de acuerdo. Y yo no puse ninguna objeción…

– ¿Al hecho de no tocar una obra que no te gusta especialmente? -me preguntó-. ¿En qué demonios estabas pensando? El famoso eres tú, Gideon. Ni Beth ni Sherrill lo son. El que manda eres tú, no ellos.

– No quiero hablar del concierto.

– Lo comprendo. De verdad que lo comprendo. Te has negado a hacerlo desde el principio. De hecho, vas a ver a esa maldita psiquiatra porque no quieres hablar sobre el concierto.

– Eso no es verdad.

– Hoy han llamado a Joanne desde Filadelfia. Querían saber si serás capaz de hacer el concierto acordado. Los rumores han llegado a los Estados Unidos, Gideon. ¿Cuánto tiempo crees que podrás seguir engañando al mundo?

– Estoy intentando llegar al fondo de todo esto de la única manera que sé.

– Intentando llegar al fondo de todo esto -se burló-. No estás haciendo nada salvo optar por la cobardía, y nunca lo hubiera creído posible. Sólo doy gracias a Dios por el hecho de que tu abuelo no haya podido presenciar este momento.

– ¿Das gracias por mí o por ti mismo?

Inspiró aire poco a poco. Apretó una de las manos y con la otra la acarició.

– ¿Qué quieres decir exactamente?

No podía continuar. Habíamos llegado a uno de esos momentos en los que pensaba que si continuábamos el daño sería irreparable. Además, ¿qué sentido tenía continuar? ¿Qué provecho sacaría de forzar a mi padre a que examinara su propia niñez? ¿O su vida de adulto? ¿O todo lo que había hecho, sido o intentado hacer con el propósito de ser aceptado por el hombre que lo adoptó?

«Monstruos, monstruos, monstruos», le había gritado el abuelo al hijo que había traído tres de ellos al mundo. Porque yo también soy un monstruo de la naturaleza, doctora Rose. En el fondo, siempre lo he sido.

– Cresswell-White me ha contado que toda la gente de la casa testificó contra Katja Wolff- declaré.

Papá me observó con los ojos entornados antes de hacer un comentario, y no podía saber si su indecisión guardaba relación con mi pregunta o con el hecho de no haber respondido a la suya. Al cabo de un rato, contestó:

– No creo que sea una cosa tan extraña en un juicio por asesinato.

– También me dijo que a mí no me llamaron a declarar.

– Sí, es verdad.

– No obstante, recuerdo haber hablado con la policía. También te recuerdo a ti y a mamá discutiendo por el hecho de que yo hablara con la policía. También he recordado que había una gran cantidad de preguntas relacionadas con Sarah-Jane Beckett y James el Inquilino.

– Pitchford. -La voz de papá sonaba más grave, más cansada-. Se llamaba James Pitchford.

– Sí, de acuerdo. James Pitchford. -Había permanecido en pie todo ese rato, y en ese momento acerqué una silla y la llevé hacia donde papá estaba sentado. La coloqué delante de él-. En el juicio, alguien dijo que tú y mamá tuvisteis una discusión con Katja unos días antes de… lo que le sucedió a Sonia.

– Estaba embarazada, Gideon. Había descuidado sus responsabilidades. Tu hermana ya era lo bastante difícil de cuidar y…

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? -Se frotó las cejas como si quisiera refrescar su propia memoria. Cuando bajó la mano, miró al techo en vez de a mí, pero tuve suficiente tiempo para ver que los ojos se le habían puesto rojos. Sentí una punzada de dolor, pero no lo detuve cuando prosiguió-. Gideon, ya te he recitado la letanía de las enfermedades de tu hermana. El hecho de que tuviera síndrome de Down tan sólo era la punta del iceberg. Estuvo constantemente en el hospital durante los dos años que vivió, y cuando no estaba allí, necesitaba que alguien la cuidara las veinticuatro horas del día. Ese alguien era Katja.

– ¿Por qué no contratasteis a una enfermera profesional?

Se rió de buen humor y contestó:

– No teníamos suficiente dinero.

– El gobierno…

– ¿Ayudas estatales? Impensable.

Algo se desató en mi interior, y oí los bramidos de mi abuelo en la mesa que decían: «¡No vamos a rebajarnos a pedir caridad, maldita sea! Un hombre de verdad mantiene a su familia, y si no puede hacerlo, en primer lugar, no debería haber formado una familia. Si eres incapaz de hacer frente a las consecuencias, Dick, no saques a relucir los trapos sucios. ¿Me oyes, hijo?».

Y a eso, papá añadió:

– Además, aunque hubiéramos intentado conseguir ayuda del estado, ¿qué habríamos conseguido una vez que hubieran averiguado el dinero que estábamos gastando en emplear a Raphael Robson y a Sarah-Jane Beckett? Podríamos habernos apretado el cinturón. En un principio, escogimos no hacerlo.

– ¿Qué hay de la discusión que tuvisteis con Katja?

– ¿Qué quieres saber? Sarah-Jane nos contó que Katja estaba descuidando sus obligaciones. Hablamos con la chica y durante la conversación nos enteramos de que tenía mareos matinales. Fue muy fácil adivinar que estaba embarazada. No lo negó.

– Así pues, la despedisteis.

– ¿Qué más podíamos hacer?

– ¿Quién la dejó embarazada?

– No nos lo quiso decir. Y no la despedimos porque no nos lo quisiera decir, ¿de acuerdo? Eso no tenía ninguna importancia. La despedimos porque era incapaz de cuidar de tu hermana como era debido. Además, había otros problemas, problemas anteriores que habíamos pasado por alto porque nos parecía que era muy cariñosa con Sonia, y eso nos complacía.

– ¿Qué tipo de problemas?

– Nunca llevaba la ropa apropiada. Le habíamos pedido que llevara uniforme o bien una simple falda y una blusa. Por mucho que insistiéramos, se negaba. Nos dijo que necesitaba expresar su personalidad. Asimismo, tenía muchas visitas que entraban y salían a cualquier hora del día o de la noche, a pesar de que le advertimos que no debería visitarla tanta gente.