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Confusa, Maggie abrió los ojos. El la miraba con sus ojos de ébano, graves por su intensidad. El humor había desaparecido por completo de su expresión, pero su voz de tenor era más suave que un susurro de terciopelo.

– Desde el instante mismo en que te vi, supe que me ibas a causar problemas, Maggie.

– ¿Me estás culpando a mí por estos problemas?

Su sonrisa le pareció la de un gato.

– Esto no ha sido más que un primer asalto. Todavía no hemos experimentado el verdadero fuego.

Puede que él no, pero ella…

– La única tarde que tengo libre esta semana es la del jueves -le dijo, mientras recogía la chaqueta-. ¿Te apetece probar algo agradable, seguro… y muy frío, como practicar un poco el esquí de fondo?

Maggie lo observó con los brazos cruzados y apretados sobre el pecho. Lo que había hecho no estaba nada bien…, no podía despertarla con aquellos besos y después cortarlo todo dejándola mordiéndose las uñas. Claro que lo extraño era que no se sentía mal, sino halagada de alguna forma. No conocía a un solo hombre que no hubiera insistido en seguir adelante, teniendo en cuenta a dónde habían llegado, de no ser que Andy hubiera pensado que podía haber entre ellos algo que mereciese la pena, algo que podía ser más valioso que el sexo rápido.

Cuando las luces de su coche desaparecieron, dio media vuelta. Parecía haber unas cien bombillas que apagar, contraventanas que cerrar, y la nariz de Cleopatra apareció contra las puertas de cristal de la terraza. Estaba esperando su ración diaria de zanahorias y restos de ensalada. Y mientras Maggie hacía todo aquello, se decía con toda la firmeza de que era capaz, que no se estaba enamorando de él. Puede que sus besos la hiciesen rayar en ¡a locura. Puede que le pareciera un hombre muy especial. Pero ella era demasiado realista como para creer que alguien pudiera enamorarse, enamorarse seriamente, con tanta rapidez.

Capítulo 5

Dos días después, Maggie habría jurado que el mundo era un lecho de rosas. Por primera vez desde el accidente, se había levantado de la cama descansada, y no llena de dolores de los golpes y las magulladuras. La agenda del día era pura diversión: primero de compras con su hermana y después, esquí con Andy. Brillaba el sol, el aire era tan fresco que le quemaba los pulmones y Joanna y ella habían encontrado un sitio en el que aparcar, auténtico milagro con la cantidad de gente que había haciendo compras en Main Street.

Mientras abría la puerta de Mulliker, su hermana seguía hablando de lo bien que les estaba yendo el día. Dentro de la tienda se estaba maravillosamente bien. La habían decorado con todos los adornos propios de la Navidad y estaba todo precioso, pero de pronto Maggie sintió una especie de ansiedad, un escalofrío que le recorrió la espalda.

Joanna se estaba bajando la cremallera de la cazadora.

– ¿Qué pasa, Maggie?

– No, nada -le aseguró ella con una rápida sonrisa, pero en el fondo, deseaba poder darse una patada en el trasero. Todo iba bien. No había excusa para aquella tensión en el estómago. No podía haber nada en aquella tienda que la hiciese sentirse culpable una vez más, y estaba decidida a que su hermana disfrutase de aquella mañana. A Joanna le encantaba ir de compras, y por primera vez desde hacía mucho tiempo, parecía animada e incluso tenía buen color-. ¿Dónde quieres que vayamos primero, Jo? ¿A la ropa de los chicos?

– Sí, aunque no estoy segura de que vaya a comprar algo. Quizás deberíamos irnos a Boulder. Mulliker es demasiado caro.

– Podemos acercarnos a Boulder la semana que viene si quieres, pero mejor mirar primero lo que nos queda más cerca.

Mulliker era la mejor tienda de White Branch. En ella podía encontrar las marcas y modelos que más les gustaban a los adolescentes y no le importaba gastarse el dinero. Escogió un jersey de uno de los mostradores y se lo enseñó a su hermana-. ¿Crees que a Rog le gustaría?

Joanna asintió, hasta que vio la etiqueta del precio.

– Olvídalo. Es demasiado caro.

– ¡Vamos, Joanna! Eso es lo que una tía tiene que hacer en Navidad, comprar ropa que los chicos no se pueden permitir normalmente. Y a ser posible, algo que sus padres no quieran que tenga.

– Sí, todavía no me he olvidado de la batería que les regalaste cuando eran pequeños. Tienes suerte de que no te asesinara entonces.

Maggie se echó a reír.

– ¿Todavía me lo guardas?

– No, mujer; lo que pasa es que me gusta la filosofa de Ivana: no te vuelvas loca, sino mala, lo que significa que, en cuanto tengas niños, lo primero que les voy a comprar van a ser instrumentos de percusión.

– ¿Serías capaz de hacerme algo así? -se lamentó-. Anda, olvídate de eso. ¿Qué tienes que comprar?

– Vaqueros, ropa interior, calcetines, calzoncillos largos… -Joanna había estado tan feliz como una niña, pero de pronto su expresión se ensombreció-. Hay que estar comprándoles cosas constantemente. Crecen como la mala hierba… y haz el favor de no mirarme así, porque no pienso aceptar más dinero tuyo, así que no te molestes en ofrecérmelo. Todavía no te he devuelto lo que me prestaste la última vez.

– Eso no era un préstamo, tonta. Ya estoy cansada de decirte que tengo un sueldo generoso y que no puedo gastármelo todo en mí misma. Quiero comprarles un ordenador a los chicos. El trasto ese que están usando…

– No -Joanna se plantó delante de una estantería con jerseys en oferta-. Necesito un trabajo. Volver a poner en marcha mi vida. Ojalá tuviera yo un ápice de tu fuerza.

– Tú eres fuerte también, Joanna. Lo que pasa es que has tenido que pasar por una experiencia muy traumática -mientras su hermana estaba distraída, Maggie escogió dos camisas de la estantería y colocó el jersey debajo-. Nadie puede ser fuerte siempre.

– Tú sí lo eres. Y no quiero que te gastes dinero en nosotros ahora. Acabas de comprarte un coche.

– Pero he cobrado también del seguro por el accidente. Casi he salido ganando.

No era cierto del todo, pero Joanna no iba a enterarse.

– Hablando de colisiones… no me has contado qué tal te fue con el sheriff. ¿Vas a volver a verlo?

– Sí. Esta tarde hemos quedado para hacer esquí de fondo.

Cuando su hermana dejó otra camisa por el precio, Maggie la escamoteó bajo las cosas que llevaba en los brazos.

– Linda me ha dicho que todas las casamenteras de la ciudad han intentado buscarle pareja desde que se divorció.

– ¿Linda la peluquera, o Linda la que trabaja en el banco?

– La peluquera, por supuesto. Sabe todo lo que pasa en White Branch. La ex mujer del sheriff se llamaba Dianne. Era preciosa, según dicen.

– ¿Ah, sí? ¿Crees que le gustaría esta a Rog? -preguntó, mostrándole una camiseta de los Broncos de Denver?

– ¿Cómo no? Se conocieron en un viaje de esquí, y estuvieron casados cinco años. Parece ser que ella lo conquistó con el típico numerito, le decía que le gustaba todo lo que le gustaba a él y esas cosas… Se casaron, y resultó que todos los deportes al aire libre que le gustaban a él, ella los odiaba. Le había dicho que le encantaban las ciudades pequeñas, y cuando se vino a vivir aquí no dejaba de quejarse de que era un aburrimiento. Linda me dijo que cuando ella lo dejó, empezó a beber un poco.

– Si la historia es como la cuentas, ya habría empezado a beber cuando ella aún estaba aquí -replicó Maggie.

– Pero lo dejó pronto. Empezó a salir. Dice Linda que ha debido salir con todas las mujeres en un radio de diez kilómetros a la redonda.

– ¿Hay alguna razón por la que Linda te ofreciera toda esa información así, de pronto?

Maggie añadió calcetines y camisetas a la pila que cada vez crecía más en sus brazos.

– Claro, que yo se lo pregunté. Si estás pensando en tener algo serio con ese hombre, quiero tener toda la información posible. Nadie ha conseguido cazarlo, Mags, y lo han intentado muchas. Puede que sea alérgico al compromiso después de su primer matrimonio.