– Ya -contestó, y los ojos le brillaban divertidos-. Debería haberme imaginado que podrías comprenderme.
– ¿Te refieres a la necesidad de aceptar desafíos y ponerte en el límite de vez en cuando? ¿A saber de qué madera estás hecha? ¿Incluso para correr algo de peligro? -Andy sonrió-. Yo también he estado en todos esos sitios y he pagado todos esos precios. Pero volviendo al tema que nos ocupa, hay dos pecados más en esa lista que tú no has mencionado.
– ¿Cuáles?
– No sé su nombre, pero la lujuria tiene que ser uno. ¿Quieres hablar de eso?
– Mm… creo que no.
Ni él. Hablar no era ni la mitad de divertido que hacer, y ella ya le rodeaba el cuello con la mano para tumbarlo a su lado.
Capítulo 6
Como Maggie parecía decidida a confesarle todos los terribles pecados que había cometido en su vida, y demostrarle de una vez por todas que no era una buena mujer, Andy no pudo identificar qué había provocado aquel repentino cambio de humor, pero cuando ella le rodeó el cuello con un brazo y lo besó en los labios, él prefirió no hacer preguntas. Era demasiado caballero.
Pero como aquel primer beso sólo pareció frustrarla, decidió ir por otro, y su mirada se volvió brillante y vulnerable, aferrada como estaba a él, casi como si temiera verlo desaparecer.
Pero no iba a ir a ninguna parte.
El tronco que habían estado utilizando como respaldo les estorbaba, así que tiró suavemente de ella para quedar ambos tumbados sobre el aislante y poder profundizar en un beso que ya les estaba trayendo problemas. Pero eso era precisamente lo que él deseaba darle, más problemas de los que pudiera manejar una tarea improbable, teniendo en cuenta que ambos iban forrados de ropa y que la cara era la única parte del cuerpo que quedaba al descubierto.
Pero todo era culpa de Maggie. Ella le había provocado. Aunque el que estaba ya metido en un buen lío era él. Todo lo de ella lo atraía, su deseo de independencia, su espíritu, su integridad. Menos mal que había descubierto también algunas debilidades. Le parecía admirable la lealtad que de mostraba hacia su familia, pero por su propio bien, creía que la llevaba demasiado lejos. No tenía paciencia con las tareas que no le gustaban, como ir a comprarse un coche, por ejemplo, y con tal de terminarlas pronto era capaz de cualquier cosa. Corría riesgos excesivos, como eso de cruzar los Apalaches sola. Precisamente esa era una de las razones, su fortaleza y su independencia, por las que era lógico que Maggie no necesitara tener un hombre en su vida. De hecho, semanas antes, él mismo habría estado dispuesto a ratificarlo, porque nunca había sentido la necesidad de una compañera. Hasta aquel momento, claro. La necesidad de amar nunca lo había dominado hasta conocerla a ella. Jamás había sentido tanto y en tan poco tiempo. No podía creer que algo fuese tan perfecto, y sin embargo el mundo entero cambiaba de color cuando estaba con ella, y dos veces más rápido si la tocaba.
Temía estar solo en aquella isla, que Maggie no estuviese en su misma situación… pero la duda sólo perduró hasta volver a besarla.
Quizás hubiera amado antes, pero no era sólo él quien estaba al borde del precipicio. Maggie era pura dinamita. Ninguna mujer lo había mirado de la forma en que lo hacía ella. Ninguna mujer le había respondido con aquella vulnerabilidad terrenal, pura, honesta, sensual. No tenía miedo. Era más como si la sorpresa la hubiera dejado sin defensas. No estaba acostumbrada a que dos personas pudieran generar un cataclismo con tan sólo besarse. Y él, tampoco. Además, tenía la sensación de que para ella, la antesala del sexo era importante. Quizás ningún hombre de los que habían estado con ella le había dado la misma importancia. Maggie era demasiado fuerte para dejar el control en manos de otra persona, y el sexo era mucho más fácil si se reducía a un picor que había que saciar. Pero a él lo empujaba el amor y no sólo el sexo, y quería conseguir su confianza, algo que no podía conseguirse con rapidez. Tenía que conseguir que deseara más, despertar en ella la frustración y quizás, de ese modo, consiguiera abrir la puerta a la confianza.
La teoría seguro que era la correcta, pero había un pequeño problema en la aplicación.
El aislante se había enredado en ellos y Maggie tenía la cabeza en la nieve, así que Andy rodó para colocarla sobre él. No iba a permitir que pillara una pulmonía.
– Andy…
Tan explosivo resultó para ella estar arriba como había resultado estar abajo. La cordura estaba desapareciendo a manos llenas y Andy tuvo que recordarse que él siempre había tenido montañas de paciencia, especialmente como amante. Siempre. Sin excepciones.
– Andy… -susurró de nuevo, enmarcando su rostro con las manos, aceptando sus besos, aprisionándolo con su peso como si estuviera saboreando la tortura-. Tenemos que ponerle fin a esto -dijo con voz ahogada-. Los dos sabemos que es una locura. Es tarde. El fuego casi se ha apagado. Nos estamos congelando.
– Bueno… siento tener que decírtelo, Mags, pero eres tú quien me está besando.
– Cállate y ábrete la chaqueta, Gautier.
Andy obedeció. Bajó primero la cremallera de su chaqueta y después la de ella. Aún quedaban unas quinientas capas de ropa entre ellos, pero la situación había mejorado. Había suficiente calor en sus pechos para derretir una avalancha, O dos.
La cordura lo abandonó un poco más. Incluso podría decirse que cayó a un pozo sin fondo. Ganarse su confianza era algo serio, importante, pero algo en lo que podría pensar al día siguiente. En aquel momento sólo podía pensar en tenerla desnuda, en la cama, con la puerta del dormitorio cerrada. Sentía la curva de sus pechos, pero no podía tocarlos. Sentía la curva de sus nalgas a través de los pantalones de esquí, pero no podía acariciar su piel. Quería sentir su carne. La quería a ella. Y el deseo se apoderó de él y lo abrasó.
– Andy, podríamos…
– Maldita sea, Maggie, no me digas eso.
A la escasa luz del fuego, su pelo era de color coñac, los labios le temblaban y sus ojos verdes reflejaban a un tiempo deseo y sinceridad.
– No sé si estamos haciendo bien. Tengo miedo de que sea demasiado pronto, pero Andy… nunca me había sentido así. Con nadie. Y me cuesta creer que nos estemos equivocando con un sentimiento tan fuerte como este…
Un ruido discordante les llegó de quién sabe dónde. Todos los sonidos que los rodeaban, el crujir de los pinos, el silbido del viento, el crepitar del fuego… todos ellos eran sonidos naturales, pero no aquel.
Maggie levantó la cabeza como si alguien la hubiese abofeteado.
– ¿No es tu teléfono móvil?
– Sí -murmuró él, aderezando la respuesta con una amplia variedad de maldiciones, pero la besó una vez más antes de separarse de ella para sacar el maldito teléfono de la maldita mochila. La única voz que quería oír era la de Maggie, y deseaba de verdad saber a dónde quería llegar con aquella conversación, aunque sus hormonas le estuviesen ya gritando la respuesta.
Maggie quería hacer el amor con él. No de una forma convencional o fácil, pero parecía más que dispuesta a una aventura salvaje sobre la nieve. Igual que él.
Pero la ley, desgraciadamente, era su vida y su trabajo. La calidad de la comunicación era bastante mala, pero pudo descifrar el mensaje. Paul Shonefeid estaba destrozando el bar; no es que fuera la primera vez, pero las navajas acababan de aparecer en la pelea, y su ayudante sabía que lo estrangularía si intentaba enfrentarse a esa clase de problemas solo.
Maggie sólo necesitó oír el final de la conversación para ponerse rápidamente en pie, y para cuando Andy colgó, ya había apagado el fuego y estaba doblando el aislante.
En cuestión de minutos, llegaron esquiando hasta su casa. La bajada con el viento helado debería haber apagado sus hormonas, pero no fue así. Maggie lo había recogido todo y no había dicho una palabra. Su mujer le habría hecho pagar con dos semanas de disculpas y lo habría vuelto loco con que su trabajo era más importante que ella, pero Maggie parecía aceptar y comprender que su trabajo no encajaba en un horario de ocho a cinco.