– Eh, Maggie!
A punto estuvo de dejar caer el cubo y de escurrir tejado abajo por el susto. Era Colin. Su sobrino había visto la escalera y había subido a ver qué pasaba. Tenía una sonrisa endiablada, los ojos verdes muy parecidos a los suyos, y con el sol dándole en la cara, se podía ver los cinco pelos que lucía en la barbilla y de los que estaba demasiado orgulloso como para afeitarlos.
– Me has dado un susto de muerte, monstruo.
– Y tú a mí al verte aquí arriba. ¿Cuántas veces me has dicho que no debo hacer esto mismo yo solo?
– Eso es distinto. Yo soy la tía y tú el sobrino. Es uno de esos casos en los que se supone que debes hacer lo que digo y no lo que hago -tragó saliva al mirar hacia abajo-. Tengo que hacer esto hoy sin falta, pero si necesitas algo…
– No, nada. He venido a preguntarte qué puedo comprarle a mi madre para Navidad. Así aprovechaba para desaparecer de casa una hora o dos…
– ¿Tiene un mal día tu madre?
– Más o menos. Primero ha empezado con Rog, y luego ha seguido conmigo. En fin…, de todas formas, no he venido para hablar de eso. Voy a ayudarte.
– No, Colin! -saber que su hermana no estaba bien ya era una preocupación, pero palideció al ver a su sobrino hacer ademán de encaramarse al tejado-. No subas. En serio, además, he cambiado de opinión y yo también voy a bajarme. Me pareció una buena idea arreglar hoy la gotera porque sé exactamente dónde está, pero está demasiado resbaladizo…
– No te preocupes. Llevo buenas botas, así que yo lo haré. Me servirá para sentirme mejor, porque no te creas que me he olvidado de lo mucho que te debo, Mags. Deberías haberme llamado para que te echara una mano. Habría estado aquí en un abrir y cerrar de ojos.
El color que había teñido de repente sus mejillas no tenía nada que ver con el frío, y Maggie no tenía ni idea de qué quería decir con lo de que le debía mucho.
– No, Colin! En serio, no subas, que esto está muy peligroso. Ay, Dios mío…
Como cualquier otro adolescente, saltó al tejado con una elasticidad sorprendente. Pero la torpeza también es característica de la adolescencia, así que la bota de Colin se enganchó en el último peldaño, y Maggie vio la escalera ladearse y desaparecer. Menos mal que Colin tuvo el buen sentido de, al perder contacto con la escalera, tirarse boca abajo sobre el tejado.
– Vaya…
– No te muevas, no mires, no hagas nada -dijo Maggie con serenidad-. No se te ocurra hacer ninguna tontería. Los dos estamos bien y no va a pasar nada. Encontraré la forma de bajar de aquí.
Pero al mirar hacia abajo, no tuvo ni idea de cómo iban a conseguirlo. Las crisis nunca la asustaban y era una mujer de recursos, pero era imposible alcanzar la escalera y el salto de dos pisos, aun contando con que la nieve amortiguase la caída, era francamente peligroso.
– Encontraré la forma de bajar -dijo-. Tú no te pongas nervioso.
Estar atrapados en el tejado era un problema, pero evitar que Colin hiciese alguna locura era su prioridad. Media hora más tarde, Maggie había solventado una crisis, pero no la segunda… cuando vio el coche del sheriff pararse delante de su casa con un chirriar de neumáticos.
Capítulo 7
– ¿Qué demonios estáis haciendo?
Con una pregunta tan tonta, ya que Andy podía ver perfectamente lo que estaban haciendo, Maggie contestó con lo evidente.
– Arreglando el tejado. Ya hemos terminado. Hola, Andy.
– Hola, secuestradora, y hola… Colin, ¿verdad?
– Sí. Hola, sheriff Gautier.
Maggie se dio cuenta de que su sobrino se ponía rojo y nervioso en presencia del sheriff; ella también, pero no por las mismas razones, claro. Ya que estaban atrapados en el tejado, habían arreglado la gotera. ¿Por qué no? No tenían nada mejor que hacer hasta que encontrase la forma de bajar de allí.
Y Maggie tenía un plan. Mientras arreglaban el tejado, había tenido tiempo de valorar la situación y determinar que no había ninguna solución brillante al problema. Iba a tener que saltar. La parte oeste de la casa tenía arbustos y los montones más grandes de nieve, de modo que serían los mejores cojines para amortiguar la caída. La posibilidad de hacerse daño no le hacía ninguna gracia, pero no podía contar con que la policía montada fuese a rescatarla.
Y aquel policía que acababa de bajarse del coche, los miraba a ambos con el ceño fruncido.
Era mortificante que la hubiese encontrado en aquella situación, pero nada más verlo, se olvidó de la noche sin dormir, de su mal humor, de todo.
Aquella mandíbula cuadrada y aquellos ojos tan negros y tan sexys le aceleraron sin remedio el pulso.
– Colin, ¿sueles dejar que tu tía haga esta clase de tonterías? No sé cómo se le ocurrió subirse a un tejado helado y resbaladizo en pleno invierno. ¿No podrías darle un capón de vez en cuando para que no pierda el sentido común?
– Ni se te ocurra gritarle a Colin -intervino Maggie cuando su sobrino iba a contestar-. Todo iba bien hasta que me tropecé accidentalmente con la escalera. Además, él también pensó que arreglar la gotera no era buena idea, pero se decidió a subir porque se sentía obligado a ayudarme.
– Ya, pues yo me siento obligado a retorceros el pescuezo a los dos -Andy levantó la escalera y la colocó contra el alero-. Colin, tú y yo vamos a tener una pequeña charla sobre los pájaros y las abejas, empezando por cuándo uno no debe escuchar a una mujer.
– Oye, que te iba a hacer una taza de chocolate caliente para darte las gracias por ser nuestro héroe, pero voy a tener que retirar el ofrecimiento. Tu actitud no es lo bastante buena para…
– ¿Qué te parece, Colin? Hace una de las mayores idioteces de la historia y al final somos mi actitud y yo quien tiene la culpa. ¿Tú crees que un hombre razonaría con esa lógica?
– Mm… no, señor.
– Ni se te ocurra hacer frente común con él -le advirtió Maggie, pero su sobrino ya se estaba riendo y Andy siguió con la broma.
– Es que ya estamos del mismo lado, los dos estamos intentando evitar que te partas el cuello. Si el sol se hubiese nublado por un instante, la diferencia de temperatura habría convertido ese tejado en una pista de patinaje. Colin, ni se te ocurra volver a hacer caso a esta descerebrada…
– ¡Descerebrada! ¡Ya te puedes ir olvidando del chocolate! Colin, ni se te ocurra hablarle así a una chica.
– Colin, ni se te ocurra hablarle así a una chica, a menos que se lo merezca. Y ese es el caso de tu tía; es más, de no estar tú delante, el tono de mi lenguaje habría subido un par de grados.
Mientras descendía por la escalera, sintió las manos de Andy en las caderas. Fue sólo durante unos segundos; la estaba ayudando a no perder el equilibrio, nada más, pero cuando llegó abajo, la miró de arriba bajo buscando posibles daños.
– Estás muerta de frío -murmuró, y la besó. Estaba segura de que no había sido más que un gesto impulsivo que expresaba alivio por encontrarla bien, pero en cuanto levantó la cabeza, su expresión dejó de reflejar preocupación, alivio o enfado. Aquel beso que apenas duró una décima de segundo lo cambió todo. Sus ojos conectaron y de pronto estuvieron solos, a pesar de que Colin estaba delante, de que seguía teniendo la nariz y los pies congelados y de que nada había cambiado en aquel paisaje cubierto de nieve e iluminado por el sol. Andy era la única cosa en Technicolor. De pronto, se sentía más suave que un amanecer, y el pulso le tarareaba canciones de amor con sólo ser consciente de cómo la miraba.
Colin bajó de la escalera, se dio la vuelta y dejó caer el cubo de la brea al ver cómo se miraban.