– Mm… Mags, mira, tengo que irme a casa ahora mismo y…
– Tonterías -reaccionó Maggie-. Lo primero que tienes que hacer es entrar en casa y calentarte. Díselo, Andy.
Maggie sujetó a su sobrino por un brazo y Andy por el otro, y aparentemente él no se dio cuenta de que ambos adultos pretendían que les sirviera de carabina. Andy preparó el chocolate y siguió con el sermón de cómo manejar a las mujeres mientras Maggie se ponía unos pantalones secos y un grueso jersey rojo. Cuando volvió a unirse a ellos, los nervios de Colin casi habían desaparecido, y ambos se reían de unos horribles chistes sobre rubias tontas.
Los puso a trabajar encargándoles que encendieran el fuego, maravillada por el tacto con que Andy trataba a su sobrino. Exceptuando unos cuantos profesores, Colin no había estado expuesto a la influencia de un hombre adulto desde la muerte de su padre. Le era imposible imaginar por qué inicialmente habría respondido con tanta incomodidad ante la presencia de Andy, pero el buen humor y la sencillez de éste parecían habérselo ganado. Cuando terminaron de encender el fuego, los dos parecían llevarse de maravilla, al menos hasta que Andy sugirió que pidieran una pizza.
Colin se levantó inmediatamente y los miró a ambos.
– Es que… bueno, no sé… no creo que queráis tener una tercera persona dando la lata aquí…
No solo la querían, sino que les encantaría tenerla.
– Has estado a punto de congelarte el trasero por mi culpa, así que al menos quédate a tomar una pizza con nosotros.
– Es que mamá estará preocupada porque no sabe dónde estoy, cuando se supone que debería estar en casa echándole una mano…
– Llámala -dijo Andy-. No le importará que cenes con el sheriff, aunque no hayas hecho tu parte de trabajo de la casa. Confía en mí. Tengo una mano increíble con las madres.
Lo convencieron para que se quedara a cenar y dispusieron el mantel en el suelo, delante de la chimenea, y durante un buen rato, los chicos siguieron con su retahíla de chistes sobre mujeres, hasta que Maggie los interrumpió.
– Ahora me toca a mí. ¿Cuántos hombres se necesitan para poner un rollo de papel higiénico en el cuarto de baño?
– Está bien, voy a morder el anzuelo -contestó Andy, guiñándole un ojo a Colin-. ¿Cuántos?
– Pues la respuesta es ¿quién lo sabe? Es algo que no ha ocurrido jamás en la historia del universo.
Los dos la miraron con los ojos abiertos de par en par, y después Andy le dio unas palmadas en la espalda porque con tanta risa se estaba atragantando.
– Es otro de los problemas a los que hay que enfrentarse con las mujeres, Colin creen que sus chistes son graciosos.
Maggie le dio un puñetazo a cada uno, y sirvió lo que quedaba de pizza.
– He aprendido mucho esta noche, señor -dijo Colin en cuanto se terminó lo que le habían puesto en el plato, y tras recoger la cazadora, se despidió y se marchó.
En cuanto Colin salió, la atmósfera cambió. Andy llevó los restos de la pizza a la cocina y como Cleopatra estaba dando con las patas en la puerta, Maggie salió a darle los restos de la ensalada. No es que hubiera entre ellos un repentino silencio. No es que, de pronto, no tuvieran nada que hacer. Pero es que la presencia de Colin había sido lo mismo que contar con la de un sacerdote que garantizase la pureza de sus pensamientos.
Cuando volvió a entrar en el salón, Maggie se levantó a echar un tronco más al fuego.
– Has sido maravilloso con Colin.
– Me parece un chaval estupendo, aunque tengo la impresión de que hay algo que lo preocupa, Maggie. ¿Sabes si le ronda algo por la cabeza?
Ella arqueó las cejas.
– La verdad es que yo diría casi lo contrario. Ha tenido un año difícil, pero desde el día de Acción de Gracias, todo parece irle mucho mejor. De hecho, el otro día le decía a mi hermana que parece haberse transformado en un ángel.
– Puede que estuviera nervioso por mi culpa. Les pasa a muchos adolescentes cuando están con un hombre que lleva placa -Andy se rascó la barbilla-. De hecho, cuando yo tenía quince años, se me pasaban un montón de cosas por la cabeza, la mayoría inducidas por las hormonas, que no hubiera querido que mis padres ni la ley supieran nunca. ¿Y dices que ha tenido problemas?
– Problemas, no. Problemillas -Maggie se levantó y se limpió las manos-. No hay un hombre adulto en su vida, Andy, y echa mucho de menos a su padre.
– De todas formas, me ha gustado conocerlo, principalmente porque es familia tuya y alguien importante para ti, pero también… bueno, porque si surge algo, espero que piense que puede hablar conmigo.
– Lo que yo espero es que no ocurra nada. Mi hermana es tan frágil en este momento que creo que sufriría un ataque si le ocurriera algo a cualquiera de los chicos.
Andy colocó el atizador del fuego en su sitio.
– A veces esa presión es demasiado fuerte para un chico. Todo el mundo comete errores. El truco consiste en asegurarse de que aprende de esos errores en lugar de repetirlos.
– Muy perspicaz, Gautier.
El sonrió.
– Es que sigo intentando convencerte de que soy un chico listo…, aunque no lo bastante como para saber qué vamos a hacer ahora. Tu sobrino nos ha salvado durante un rato, pero ¿qué va a impedir ahora que te abalances sobre mí?
Maggie lo miró con los brazos en jarras.
– ¡Qué desfachatez la tuya! No me estarás acusando de tener intenciones pecaminosas, ¿verdad?
– Eh, que yo soy el inocente. Tú eres la que guarda un oscuro secreto en su pasado.
Ella tampoco había conseguido olvidarse de su amnesia. Era como una especie de picadura de mosquito que no pudiera rascarse, pero Andy siempre era capaz de encontrar la forma de que pudiera reírse de ello.
– Tu virtud va a estar a salvo, al menos durante unos minutos. Iba a sugerir que viéramos una película, pero acabo de caer en la cuenta de que no te he preguntado cuánto tiempo vas a poder quedarte.
– La verdad es que mi intención era estar sólo unos minutos; nada de cena, ni de quedarme hasta tan tarde, pero me apetece la idea de una película. Después, tendré que volver a pasarme por la oficina. Tengo papeles de los que ocuparme y mañana empiezo a trabajar a las cinco de la mañana.
Aparte de lo de su horario de trabajo, lo que pretendía era decirle sutilmente que no iba a presionarla para quedarse a dormir, e intentó convencerse de que debía sentirse aliviada, y no frustrada.
– De acuerdo. ¿Qué te parece si preparo unas palomitas mientras tú eliges una película?
Mientras servía unas jarras de cerveza y esperaba a que se hicieran las palomitas, él revisaba su colección de vídeos con expresión angustiada.
– ¿Cómo es que sólo tienes películas de miedo y sangre?
Ella se echó a reír.
– Si quieres ver Bambi, ten una sobrina. La verdad es que tengo todo un cajón lleno de películas de chicas, pero pensé que te gustaría ver algo de acción.
– Has dado en el clavo. Vaya, si hasta tienes una colección de Hitchcok… aunque no sé si sería capaz de ver Psicosis sin tenerte sentada en mis piernas para esconderme detrás de ti en las escenas de miedo.
– Ya… ¿te ha funcionado ese truco con otras mujeres, Gautier?
– Pues la verdad es que eres la primera con quien lo pruebo.
Cuando Maggie tuvo la bandeja preparada, Andy ya se había acomodado en el sofá con los pies sobre la mesa, y su sonrisa picarona desapareció al mirarla a los ojos. Fue como si hubiera estado esperando durante la pizza y la visita de Colin para mirarla de verdad.
– Mags… no tienes por qué preocuparte -le dijo, a pesar de que estaba seguro de que podría tenerla en sus brazos en dos segundos si se lo pedía, y viceversa-. Tengo que volver pronto a casa. En Navidad siempre tenemos mucho más trabajo, así que no tengo más remedio que marcharme, lo cual significa que no estarías más a salvo con un monje que conmigo.
Su sinceridad la desarmaba. Andy parecía enfrentarse a todo con una tremenda honestidad, una cualidad que no había encontrado en ningún otro hombre.