Se sentó junto a él en el sofá azul marino y se acurrucó a su lado… al fin y al cabo, Psicosis era una película de miedo. Consumieron las palomitas sin apartar un segundo la mirada de la pantalla, los pies descalzos sobre la mesa, pero con cada minuto que pasaba, iba siendo más y más consciente de la presencia de Andy. Las sonrisas que compartían en la oscuridad no tenían nada que ver con la trama de Hitchcock, lo mismo que el brazo que él tenía sobre sus hombros no tenía nada que ver con el suspense de la película, y que la rapidez de los latidos de su corazón no respondían al temor. Simplemente lo deseaba, lo suficientemente como para sentirse incómoda con la cadencia de su pulso.
Ojalá él no se diera cuenta. Parecía no dársela. Cuando aparecieron los créditos en la pantalla, apagó el vídeo e inmediatamente Andy se puso de pie.
– No hay nadie que se parezca a Hitchcock. Es único. Ya mí me encantaría poder quedarme a ver otra película de tu colección, pero tengo que irme. ¿Me acompañas a la puerta?
Maggie llevó el cuenco de las palomitas y las dos jarras a la cocina mientras él se ponía las botas y la cazadora, y luego dio la luz del recibidor. Pero él la apagó, y en las sombras que siguieron, la tomó por las manos y se rodeó el cuello con sus brazos.
– Bueno -dijo- dos minutos de carantoñas; nada más. Y nada de quitarse la ropa. Esas son las reglas.
Maggie tuvo ganas de echarse a reír por su tono severo de voz, pero de pronto el corazón parecía darle saltos en el pecho y su cuerpo ardía en cada punto en que se rozaba con él.
– ¿Y puede saberse quién te ha dado a ti poder para establecer reglas? Será mejor que te vayas enterando de que yo no acepto órdenes de nadie.
– Por lo menos podías ver si te gustan antes de empezar a protestar.
Apenas había pasado un segundo cuando llegó a la conclusión de que no le gustaban sus reglas. Nada en absoluto, porque para cuando sus labios la rozaron, ella ya sentía la sangre recorrerle las venas a la velocidad del rayo. «Conque un buen hombre, ¿eh? ¡Ja! Problemas. Sólo va a traerte problemas».
La apoyó contra la pared como si se tratase de un colchón vertical, y se apoderó de su boca como si la poseyera, como un hombre que estuviera disfrutando de su propia mina de oro. Su sabor, su olor, la presión de sus besos se le subió directamente a la cabeza.
La cazadora de él era demasiado gruesa, y su jersey se volvió como una manta pegajosa. Tanta ropa entre ellos y sin embargo se sentía temblorosa, como si fuese una virgen temblando de anticipación ante lo desconocido.
Y en cierto modo, así era. No es que el deseo fuese algo nuevo para ella, pero no podía recordar sentir una sed como aquella, una necesidad compulsiva que estaba despertando partes de sí misma desconocidas hasta aquel momento. Andy fue recorriendo su cuerpo con las manos, ganando, acariciando, hasta llegar a su trasero y mecerla provocadoramente contra sí mismo, y el deseo de pertenecerle era tan intenso que… que tuvo la certeza de que se estaba enamorando de él. Y no un poco, sino desesperada, irremediablemente. Y lo que cualquier mujer inteligente debía hacer cuando se sentía en peligro era dar marcha atrás… y no pedir más.
Pero eso era precisamente lo que estaba haciendo invitarlo con sus besos, con el movimiento de su cuerpo. No estaba preparada, insistía en decirse, pero aquel condenado hombre parecía capaz de dar vida a una magia dentro de ella que era incapaz de parar…
Andy levantó la cabeza despacio, y despacio también abandonaron sus manos el territorio íntimo para apartarle un mechón de pelo.
– Tengo la impresión de que nuestro plazo de dos minutos expiró hace diez. Es mágico, ¿verdad? Y empeora a cada paso, en vez de mejorar.
– Andy… -todavía no podía respirar en condiciones, Y con oscuridad o sin ella, la forma en que la miraba la hacía estremecerse de arriba abajo. Maggie tragó saliva. De algún modo los sentimientos que había entre ellos habían llegado demasiado lejos y se habían vuelto demasiado complejos para cerrar los ojos y no querer saber adónde podían conducirlos-. Mira, sé que lo de las reglas era una broma, y no puede gustarte que te haga… lo que te estoy haciendo. No es justo, y no me siento cómoda con ello.
– Lo que no me gustaría es tener la sensación de que te estoy presionando, y tengo la impresión de que el mundo entero va a cambiar cuando tú y yo hagamos el amor.
Ella tenía la misma impresión que iban a la velocidad del rayo hacia el momento en que terminaran haciendo el amor, y que nada en su vida volvería a ser igual después.
– Tengo que decirte algo.
– Adelante.
– No sé lo que esperas, pero no estoy segura de poder prometerte nada, Andy -inspiró profundamente-. No tengo un buen currículum de relaciones de pareja. He estado enamorada de verdad dos veces, y en ambas ocasiones las cosas no funcionaron, por mi culpa.
El arqueó las cejas.
– Vaya por Dios. Según tenía entendido yo, hacen falta dos para bailar un tango. Pero en tu caso fue todo culpa tuya, ¿eh?
Consiguió hacerla sonreír, pero no durante mucho tiempo.
– Yo creo que sí. Yo creía que las cosas iban bien, que nos entendíamos, pero quizás soy demasiado independiente como para comprometerme a fondo en una relación, para saber cómo hacerlo bien, porque parece que los demás buscan en mí a alguien que yo no soy, y… y tengo miedo de desilusionarte.
Andy se apoyó contra la otra pared, como queriendo asegurarse de que no se tocaran.
– ¿Es que crees que de repente voy a querer transformarte en una especie de… lapa?
– No exactamente, pero no quiero desilusionarte. Ya me ha ocurrido antes, y es que puede que no te haga sentir… necesitado de la forma en que un hombre necesita sentir que su compañera lo necesita.
Andy se quedó pensativo.
– Necesidad e independencia son dos cosas distintas. En cuanto a la independencia…, te respeto y te admiro, Maggie, pero no estoy seguro de cómo defines tú la necesidad de autonomía. Por ejemplo: hoy me ha parecido peligroso que te subieras al tejado. Si tú esperases que me callase, que no me metiera si creo que estás haciendo algo peligroso, es algo que no va a ocurrir. Yo creo que el hecho de que me importes me da derecho a hablar.
Maggie sonrió.
– Eso está claro. Yo pienso lo mismo. Cada uno tiene derecho a tomar sus propias decisiones, pero también a reservarse el derecho a gritar si se piensa que el otro va a hacer algo que pueda hacerle daño. Y admito que subirme hoy al tejado ha sido una estupidez.
Andy no insistió más.
– De acuerdo. Y ahora vamos con lo de necesitar. Creo que tengo los mismos temores que tú. Durante el tiempo que estuve casado, sufrí una sobredosis de necesidad. Mi trabajo es importante para mí, y no puedo mantener una relación con una mujer si ella va a rasgarse las vestiduras cada vez que me llamen en mitad de la noche. Si mi trabajo te hace sentirte incómoda, necesito saberlo.
– No. No me incomoda lo más mínimo.
Se apartó de la pared y empezó a abrocharse los botones de la chaqueta.
– Yo creo que cuando uno elige estar con otra persona, la necesidad que siente de su compañía es, digamos, sana. Lo que es muy distinto a esperar que siempre sea el otro quien te solucione los problemas, O esperar que alguien tenga las respuestas para que tú puedas ser feliz, O para la soledad… demonios, se puede estar aún más solo con la persona equivocada. Es más fácil no vivir con nadie.
Elli asintió. Pensaba exactamente igual.
– Es alguien con quien poder contar, Maggie. No es necesidad, sino confianza. Encontrar a alguien que siempre vaya a estar a tu lado, incluso cuando las cosas vayan mal… yo eso no lo considero debilidad, ni dependencia. Para mí es la parte dorada de querer a alguien.
– Maldita sea, Gautier… a veces dices cosas que me vuelven las rodillas de gelatina. Creo que lo haces deliberadamente. Estás intentando inspirarme para que te seduzca, ¿no?