Maggie hubiera querido darle un buen capón, pero nunca había sido capaz de enfadarse de esa manera con su hermana. Siempre se sentía inútil y no enfadada, incapaz de insuflar un poco de fuerza en una soñadora irreductible.
– ¿Tienes el estómago revuelto? Si quieres, podemos comer algo antes de volver a casa.
– Mi estómago está bien, pero mi coche…
– No te preocupes. Ya me las arreglaré para llevártelo a casa.
– Mags, lo siento. No sé cómo me las arreglo para estar siempre metiendo la pata…
– No le des más importancia de la que tiene. ¿Qué crimen has cometido? Recuerdo una ocasión en la que quería preparar una receta de tarta al jerez. La probé tantas veces que acabé con tal cogorza que no sé cómo no quemé la cocina.
– Estás intentando hacerme reír. Pero entonces eras una niña, y yo no lo soy.
– Ya lo sé, y la próxima vez que sientas que necesitas tomar una copa, llámame, y nos emborracharemos juntas. No vuelvas a hacerlo sola, ¿vale?
– Nunca lo había hecho, y te prometo que no volveré a hacerlo jamás. Maggie, nunca he bebido delante de los chicos, ya lo sabes.
Sí, lo sabía. Su hermana había sido siempre una madre dedicada, hasta que aquel dolor la había sepultado. Parecía tan perdida…
– Mira, no hay por qué hacer una montaña de un grano de arena. ¿Conoces a alguien que no haga estupideces de vez en cuando?
– Sí, tú.
– Joanna! ¡Qué tontería Venga, vamos a ver qué tal andas. Yo llevaré los paquetes. Y ya puedes decirle a los chicos que su tía Mags los invita a una cena de auténtica comida basura. Así te dejarán un rato tranquila.
– Siempre tienes que venir a rescatarme.
¿Y para qué si no estaba la familia? Sin embargo, mientras salían del restaurante, uno de los comentarios de Andy se le vino a la cabeza. Quizás tenía razón. Quizás algunas personas jamás se atrevían a ponerse en pie y caminar por sí mismas si siempre había alguien a su lado que lo hacía por ellos. Pero Andy trabajaba con delincuentes. Y Joanna era su hermana. ¿Qué otra cosa podía hacer sino estar al lado de su hermana cuando la necesitaba?
Andy sentía hasta el último músculo del cuello y de la espalda hecho un nudo. Había sido uno de esos días en los que no había podido parar un instante. A aquellas horas, debería estar ya en casa, durmiendo, porque sabía bien que si no descansaba las horas necesarias, el día siguiente sería aún peor.
Aun así, siguió caminando con las manos metidas en los bolsillos y las botas haciendo crujir la nieve. La ciudad entera cerraba sus puertas a las nueve, y eran más de las once. A aquellas horas de la noche, la ciudad era suya. El viento helado que había azotado durante todo el día había remitido hacía ya horas, y una luna blanca y llena se reflejaba en los semáforos y en los tejados inclinados. No había razón para estar patrullando; de hecho, el turno de noche le correspondía a John, pero el silencio, el aire fresco atravesándole los pulmones, las luces amarillas de las farolas, parecían calmar el estrés del día.
Al girar en una esquina, se detuvo. El coche blanco de Maggie era el único aparcado en la calle. De detrás de él, le llegaron unos ruidos difíciles de identificar, algo como metal rozando con metal y luego una voz femenina maldiciendo exasperada.
Lo único que podía ver de ella desde aquel ángulo era su trasero, y puesto que se había vuelto un experto en cómo esa parte de su anatomía llenaba los vaqueros, no tuvo duda de que se trataba de ella.
Nadie era capaz de despertar su sentido del humor estando tan cansado como estaba, excepto, al parecer, ella. Tenía que acercarse para ver mejor. Al parecer estaba intentando enganchar un remolque a la parte trasera de su coche. Una moto de nieve estaba justo detrás, y debía ser eso lo que pretendía remolcar con su coche. A la luz del día, no habría tenido problemas para conseguirlo, pero intentar hacer algo así en las sombras de la luna era complicado.
Estaba tan concentrada que no lo oyó acercarse.
– Hola, secuestradora. ¿Preparando un segundo vehículo para tu próximo golpe?
Se levantó de un respingo y con una mano en el corazón. Parecía menos sorprendida que culpable, pero esa expresión le duró poco. La dulzura de su mirada debía ser por él, aunque pusiera los brazos en jarras.
– Hoy no he tenido tiempo de robar ningún banco, pero tendría que haberme imaginado que ibas a ser precisamente tú quien me pillara transgrediendo la ley.
– Eso es precisamente lo que siempre intento hacer comprender a los delincuentes como tú, que tarde o temprano, terminamos por echaros el guante. El problema en este caso es que no tengo muy claro qué clase de delito se está cometiendo aquí.
– Ni yo tampoco en este instante, pero es que he conducido con la moto por el centro, y sé que eso es ilegal. He tenido que llevar a mi hermana a casa en su coche, con lo cual he tenido que dejar el mío aquí, así que tenía que venir a recogerlo de algún modo. He venido tan tarde con la esperanza de no molestar a nadie con el ruido de la moto, y suponía que engancharla al coche iba a ser coser y cantar.
– Un poco sosa tu historia; vamos a ver si me entero. Tu hermana tenía algún problema con el transporte y tú la has ayudado. ¿Es eso todo?
Andy se agachó junto al coche. Con luz o sin ella, había enganchado tantos remolques en la oscuridad que podría hacerlo hasta con los ojos cerrados, y esperar a que Maggie le pidiese ayuda era como esperar a que se secase el mar.
– Más o menos. Excepto lo de que se supone que está prohibido llevar motos de nieve por el centro. Puedes ponerme tranquilamente una multa, si tienes que hacerlo.
Una vez enganchó el mini remolque al coche, entre Maggie y él subieron la moto.
– Bueno, la verdad es que en Navidad intento hacer la vista gorda con determinadas infracciones. Sería distinto si creyera que vas a volverlo a hacer, pero tal y como has confesado y cómo tú misma me has pedido que te multara… en fin, que no creo que haya esperanza para un criminal de corazón endurecido como tú.
Su sonrisa era aún más endiablada a la luz de la luna, pero mientras ataba la moto al remolque. Dijo:
– No quiero que pienses que puedo tener mano con la ley. Sé que he hecho mal y que me arriesgaba a que me pusieran una multa, así que no espero que hagas excepciones conmigo.
– La pena es que ya tienes mano con la ley local, pero te prometo que si haces algo que sea digno de detenerte o de esposarte, así lo haré.
– Tengo la impresión de haber oído ya antes esa promesa, Gautier. Será mejor que te andes con cuidado, no sea que decida hacer algo gordo para ponerte a prueba.
Dio la vuelta al remolque y de puntillas, lo besó. Tenía los labios fríos como el hielo y era evidente que pretendía ser sólo un roce, pero dejó las manos sobre sus hombros, y aquella mínima caricia duró suficiente como para caldear el cuerpo de Andy, a pesar de que la temperatura de la noche era bajo cero.
– Me parece que ya tienes experiencia más que suficiente haciendo cosas gordas. ¿Por qué me has besado?
– Por amor. Por pasión descontrolada, Y quizás para darte las gracias por haberme ayudado a enganchar ese condenado trasto. Aunque me da cien patadas que los hombres puedan hacer cosas mejor que yo.
– Recordaré no volver a ayudarte. Y hablando de sobornos…
– ¿Quién ha hablado aquí de sobornos?
– Tú has transgredido la ley. ¿Acaso has pensado que iba a dejarte ir de rositas sólo porque esté loco por ti? Vas a tener que sobornarme con algo… y yo estaba pensando en un árbol de Navidad.
Maggie se quedó inmóvil al oírlo admitir estar loco por ella. Ya tenía la nariz y las mejillas rojas por el frío, pero Andy habría jurado que enrojecía más. Pero se echó a reír y lo miró a los ojos como dudando de si estaba en su sano juicio.