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– ¿Ah, sí?

– Sí. No es para los ladrones, ni nada de eso. Es más, la tengo guardada en el ático. La verdad es que no me siento capaz de apuntar a otro ser humano con un arma.

– Tu mente criminal nunca deja de sorprenderme. ¿Para qué quieres entonces esa arma?

– Bueno… cuando me vine a vivir aquí, atropellaron a una cierva en la carretera. La pobre llegó arrastrándose hasta mi jardín para morir, pero la agonía empezó a prolongarse y el animal estaba sufriendo enormemente. Llamé a un veterinario, pero tenía muchísimo trabajo e iba a tardar casi un día en poder venir; yo no podía dejarla sufriendo de esa manera, pero no tenía nada con lo que parar aquella agonía, excepto un cuchillo de cocina, y sé que es una cobardía, pero me sentí incapaz de usarlo. No sé, pero simplemente no podía…

– No tienes por qué sentirte culpable de algo así. Eres una mujer valiente, pero es que eso es algo muy difícil de hacer para cualquiera.

Que Andy estuviera siempre presto a defenderla le produjo una enorme satisfacción.

– Bueno, la cuestión es que compré la escopeta y la utilicé. Menos mal que no he vuelto a cruzarme con un animal en aquellas condiciones. Todos los animales heridos con los que me he encontrado sólo necesitaban un poco de ayuda.

– Rescatas animales, rescatas a tu hermana… ¿podrías rescatarme a mí también?

– ¿Eh?

Andy suspiró profundamente.

– Me parece que esta vez sí que la he fastidiado. Tenía tantas ganas de decorar el árbol contigo… y he tenido que ir a escoger uno tan grande que he tardado dos horas en dejarlo a la altura adecuada. Además, he comprado seis o siete juegos de luces, pero acabo de darme cuenta de que no he comprado ningún adorno. Mi mujer se llevó todas esas cosas tras el divorcio; y yo lo sabía, pero como tonto que soy, no me he dado cuenta de que iba a necesitar algunos para decorar el árbol.

Maggie se agachó junto a él y junto al árbol. Estaba exasperado consigo mismo, y aunque no quería sonreír, porque él estaba verdaderamente enfadado, era un alivio descubrir que él también podía meter la pata como el resto de los mortales.

– ¿Sabes una cosa, Gautier?

– ¿Qué?

– Personalmente siempre he pensado que un abeto no necesita bolas, cintas y cosas de esas. Es decir, que las luces ayudan a mostrarlo, pero ¿por qué cubrir lo que es verdaderamente bonito, el árbol en sí? En mi opinión, es una maravilla que te hayas olvidado de comprar adornos.

Andy suspiró.

– Sólo estás intentando seducirme siendo amable, ¿verdad?

Maggie suspiró después.

– Normalmente, no tengo que explicar los motivos de mis actos criminales, pero por Dios Gautier, no tengo que ser amable para obtener ese resultado.

– ¿Es que crees que soy un chico fácil?

– Claro que no. ¡Y si no dejas de tomarme el pelo, no vamos a terminar jamás con este árbol!

Andy colocó el primer hilo de luces, y ella el siguiente. Cuando los siete estuvieron colocados, ella insistió en que apagasen las luces de la habitación para poder admirar la obra, pero cuando apagó las luces, los dos quedaron en silencio.

Maggie miró al árbol y tragó saliva. Todas las Navidades compraba montones de regalos para sus sobrinos, iba a la iglesia, preparaba la cena de Nochebuena en casa de Joanna… hacía todo lo que se suponía que se debía hacer, pero había bloqueado cualquier sentimiento por la Navidad desde que murieron sus padres. Ellos ponían tanto amor en todos los preparativos que refrescar esos recuerdos sólo le servía para revivir el dolor, su padre colocando regalos bajo el árbol sin que nadie lo viera, su madre cantando villancicos a todo pulmón por la casa… Era demasiado doloroso recordar, así que ella se había limitado a aceptar la soledad de esas fechas y a aceptar con una sonrisa que ya siempre iba a ser así.

Pero había algo en el árbol de Andy… algo peligroso, algo mágico. Los recuerdos de la niñez revivían en su interior, pero con alegría y no con tristeza. El aroma a pino, sus ramas flexibles y de agujas suaves cuajadas de luces en la habitación a oscuras…

Cuando Andy rozó su mano, se volvió a él y lo abrazó. Andy iba a besarla, y ella quería ese beso. Lo necesitaba.

Pero él se limitó a abrazarla y a retenerla así entre sus brazos. Maggie estaba tan acostumbrada a la química sexual que lo abrasaba todo entre ellos que aquel abrazo despertó algo en su interior. Quizás supiera que se estaba enamorando de él, pero aquellas sensaciones eran nuevas. Estaba percibiendo a Andy como…, familia. No sólo como amante, sino como pareja. Aquel absurdo árbol de Navidad era suyo, un lazo de unión entre ellos.

Entonces lo miró, y sus ojos la estaban esperando. Saber que lo quería le afinó de algún modo el oído, le añadió un color nuevo a sus ojos, intensidad eléctrica a cada textura y a cada sabor.

Un beso fue conduciéndolos a otro, y a otro, y las sensaciones viajaban por su espalda sin tregua. Sabía maravillosamente bien. Sabía a la soledad que llevaba dentro, a la honestidad de las emociones que siempre le había mostrado, y sintió algo grande y sobrecogedor crecer en su corazón.

– Debes tener mucho calor con ese jersey -murmuró él.

– Muchísimo -contestó ella-. Andy…

Tardó un instante en contestar, mientras le quitaba el jersey, y cuando su rostro volvió a aparecer, sintió un enorme deseo de volver a besarla antes de contestar.

– ¿Qué?

– Sé que te parecerá un poco raro el momento que he elegido para decírtelo, pero quiero que lo sepas, mis padres se habrían vuelto locos de contento contigo.

– Lo sospechaba. Me basta con ver a la hija que educaron. Pero creo que hay algo en lo que te equivocas: tu padre habría sacado la escopeta si supiera lo que tengo en mente para su niña.

– Mm… es posible. Y los padres son siempre muy picajosos en ese sentido. Aunque mi padre sabía reconocer a un buen hombre cuando lo veía -le bajó de los hombros la camisa de franela y lo besó en la base del cuello-. Andy…

– ¿Alguna otra cosa que quieras decir en un momento como éste?

– Es una pregunta muy breve. Es que querría saber si… si esta noche también vas a terminar portándote como un caballero.

– No. Lo que tengo pensado es que los dos nos desnudemos y hacerte el amor hasta que llegue el día. En el salón, en el dormitorio, en el suelo, en la cama, en la mesa de la cocina. Donde te apetezca. Pero tu voto cuenta en un cincuenta por ciento, así que puedes sustraer o añadir cualquier cosa que se te ocurra…

No hubiera querido interrumpirlo, pero su tono de voz le estaba poniendo la sangre a cien, y tiró de él para contestarle físicamente en lugar de verbalmente.

Y la respuesta de él fue tan contundente que las rodillas se le volvieron de gelatina. Casi sin poder decir cómo, los dos estaban tumbados en la alfombra, su sujetador había desaparecido, y estaba desabrochándole los pantalones a Andy. El bajó la cabeza y acarició sus pechos con la lengua: los pezones, el valle, todas sus formas… hasta que ella se colocó sobre él. Con las manos iba reconociendo sus hombros, su pecho, aprendiéndolo, descubriendo un escenario nuevo para ella.

– Despacio -susurró él.

Pero ella no podía. Andy era un hombre fuerte y grande; eso no la asustaba, pero… pero sabía que aquel momento iba a llegar. Los dos eran adultos, y ella lo deseaba, quería poseerlo y sabía que ambos estaban preparados para llevar su relación a aguas más profundas. Andy no jugaba con las mujeres ni con sus sentimientos.

Deslizó la mano bajo sus pantalones al tiempo que clavaba los dientes en su hombro, y acarició, poseyó con sus manos como lo haría una mujer muy segura de su hombre, una mujer que quería que su hombre supiera sin ningún género de dudas qué le estaba haciendo, una mujer que no temía ser sincera y descarada con su amante. Con Andy. Deseaba hacerle el amor más que nada en el mundo, pero tenía que ser rápido, porque el pulso le latía como una hoja al viento. Porque estaba harta de esos nervios, y convencida de que desaparecerían si…