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La habitación oscura como una cueva de pronto se llenó de luz cuando sus labios se unieron. Quizás ella siempre había estado iluminada con la luz del sol para él. Se habían besado, se habían acariciado antes, pero nunca habían estado desnudos juntos, ni emocional ni físicamente. Aún no sabía qué habría podido asustarla antes, porque esa historia de la amnesia no terminaba de cuadrarle. El achacaba más la angustia al temor a darse, a perder el control. Puede que Maggie lo quisiera, pero siempre había parecido más preocupada que feliz por su unión… como si no estuviera segura de lo que quererle podía significar para ella, y él tenía la impresión de que todo su futuro dependía de que fuese capaz de enseñárselo. Si el amor era verdadero, un hombre y una mujer podían ser más independientes, no menos. Más libres, no menos. Y como ella parecía no haber descubierto eso antes, era casi como trabajar con una virgen en ese sentido.

Pero era difícil tener cuidado con una virgen que le estaba quitando los calzoncillos, que había retirado el edredón y que se movía tan deliciosamente que quizás él no debería haber notado que temblaba. Y sus ojos irradiaban tanta seriedad que casi le quitó la respiración, así que decidió quitársela a ella.

Con los labios aún unidos, fue deslizando sus manos por sus hombros, sus pechos, su abdomen, su entrepierna, e irrefrenablemente Maggie se apretó contra él, susurrando su nombre. Había estado toda la vida esperándola, y no iba a permitir que se escapase aquella noche sin sufrir un poco de su misma espera.

Apartó la mano y empezó a recorrer su cuerpo con los labios, mientras la respiración de ella se hacía cada vez más compulsiva. Pasó por su cuello, sus pechos, su abdomen, y al llegar al ombligo, Maggie casi salió catapultada de la cama. Pero al llegar a su clítoris, se tensó visiblemente.

Aquel sabor terrenal e íntimo lo empujó a descubrir más secretos, pero sintió sus piernas sobre la espalda y vio su torso arqueado, reclamándolo, así que volvió a ascender utilizando los labios como escala, y tras alcanzar la cartera que había dejado sobre la mesilla, quitó el envoltorio al preservativo sin dejar de besarla, mientras ella se agarraba a su pelo, y cuando la penetró, se alegró de encontrarla completamente preparada, porque cualquier paciencia que hubiera rogado, pedido prestada o robada había desaparecido hacía tiempo ya, y la llenó de sí mismo mientras la sangre le palpitaba en la cabeza. Siempre había comprendido el temor de Maggie a renunciar a su independencia porque él sentía lo mismo. Nunca había sido fácil para él enamorarse. Nunca había querido a alguien del modo en que la quería a ella. Ella era la persona que nunca había creído que iba a encontrar, la persona que ni siquiera creía que existiera para él.

Y cuando musitó su nombre mientras las convulsiones se sucedían, él la acompañó como si los dos hubiesen caído en el mismo abismo de fuegos artificiales.

Momentos después, cayó rendido y la cobijó entre sus brazos. El pulso no quería detenerse, y el corazón seguía latiendo empujado por la perfección de Maggie. Era perfecta para él, perfecta con él, y siguió acariciándola hasta que su respiración fue recuperando el ritmo normal.

– Maggie…

– Andy… no cuentes con que tenga energía para charlar hasta dentro de veinticuatro horas.

Sonriendo, la besó en la frente.

– Es que no sé si te he dicho cuánto te quiero. Maggie levantó la cabeza, y a pesar de la oscuridad de la habitación, vio su sonrisa, una sonrisa satisfecha y arrogante.

– Puede que no con palabras, pero créeme: lo has hecho.

Capítulo 11

Maggie estaba siendo perseguida por una cazadora de cuero. Cómo o por qué la cazadora representaba una amenaza tal, no lo sabía, pero la empujaba a recorrer en aquel sueño callejones y callejas que olían a peligro y miedo. Intentaba tomar otras calles, correr, escapar desesperadamente de aquella cazadora. El rostro de su padre apareció en un enorme ventana, diciendo:

– Maggie, espero que seas fuerte.

¡Ya! tomar otra calle, fue el rostro de su madre el que se apareció en una ventana de un segundo piso.

– Ocúpate de tu hermana.

Pero la cazadora iba acercándose cada vez más; estaba apenas a un paso, y le daría alcance en un abrir y cerrar de ojos. Un bidón lleno de basura cayó rodando al suelo, y tuvo que saltar por encima de la basura. Con un terrible dolor en el costado e incapaz de gritar, tomó otro callejón y siguió corriendo… hasta que se dio cuenta de que era un callejón sin salida. Desesperadamente se dio la vuelta, y allí estaba la cazadora, extendidas las mangas como garras alcanzando su cuello…

Maggie abrió los ojos.

Aún sentía correr un exceso de adrenalina por las venas, pero la cazadora había desaparecido, así como los miembros de su familia y los callejones. Nada más que una claridad grisácea que anunciaba el amanecer despejaba las sombras de su dormitorio. El único factor no habitual era el hombre que dormía junto a ella.

Y el corazón comenzó a latirle de una manera completamente distinta.

Aquella pesadilla le había dado un susto de muerte, pero no era nada comparado con los miedos que había pasado durante aquella larga noche. El localizador de Andy y su cartera aún estaba en la mesilla, la cartera abierta completamente. Maggie no estaba segura de cuántos preservativos tendría inicialmente en ella, pero de lo que no le cabía ninguna duda era de que ya no le quedaba ninguno.

Gautier era un hombre peligroso, y desde el primer momento había presentido los problemas que podía crearle… pero nunca había llegado a pensar que iba a tener que vérselas con una avalancha. Sentía partes de su cuerpo que antes no habían existido para ella y tenía roces de su barba en lugares poco… ortodoxos.

Andy estaba tumbado boca abajo, durmiendo tan profundamente como si estuviera en coma, lo cual no era de extrañar. La ropa de la cama le cubría sólo desde la cintura para abajo, tenía el pelo alborotado, y las sombras que el día anterior oscurecían sus ojos habían disminuido, pero seguían estado ahí. En mitad de la noche, la había tapado con la ropa, la había acurrucado contra su pecho, y rozando su mejilla, había susurrado «te quiero».

– Oh, oh…

No se había dado cuenta de que se estaba despertando hasta que la miró a los ojos.

– ¿Por qué ese oh, oh?

– He visto esa sonrisa, y ni se te ocurra seguir pensándolo. Este inocente jovencito no puede más…, al menos hasta que se despierte.

– ¿Inocente?

– Bueno… me temo que después de lo que ha ocurrido esta noche, ya no. Sabía que ibas a ser una influencia corruptora en mi vida, pero no me había imaginado lo insaciable que puedes ser.

– ¿Te atreves a llamarme a mí insaciable?

Andy arqueé las cejas.

– Demonios…, no fue idea mía que hiciéramos el amor. Fuiste tú. ¿Te acuerdas de tu… insistencia?

– Recuerdo todos y cada uno de los detalles de lo que ha ocurrido esta noche -puntualizó.

– Igual que yo. Por cierto, que tenemos que volver a probar un par de cosas de las que hemos hecho esta noche. Dicen que la práctica hace maestros. Si no estuviera tan cansado…

– Gautier…

– ¿Sí, cariño?

– Has sido tú quien me ha colocado así, sobre tu pecho, y tus manos están acariciándome de una manera, digamos… indecente. Y acabo de descubrir una evidencia aplastante de que no estás tan cansado como dices. ¿Te despiertas siempre con esta misma energía?

– ¿Y tú te despiertas siempre tan preciosa?

Y antes de que pudiera contestar, tapó sus cabezas con el edredón y la besó. Despacio. A conciencia.

El condenado hombre se empeñaba en despertar los recuerdos del desastre que había causado la noche anterior, porque Maggie volvió a saborear todos los temores una vez más, que no había conocido el amor hasta conocerlo a él, que nada en su vida volvería a ser lo mismo sin Andy, que se había apoderado de una parte de su corazón que sólo podía pertenecerle a él.