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– No, no. No es nada de eso.

Maggie tomó la copa de vino y la yació de un trago. Llevaba semanas preocupándose por esos dichosos recuerdos perdidos, semanas temiendo haber hecho algo terrible, y precisamente el día que acudía a su hermana a preguntarle qué había ocurrido el día de Acción de Gracias, de pronto lo sabía todo.

Ver a Joanna moverse por la cocina limpiando la encimera, secándose las manos en un paño le había traído a la memoria que aquellas eran las mismas cosas que había hecho en las horas posteriores a la cena de Acción de Gracias. Las dos habían estado en la cocina ocupándose de los platos sucios y los restos. Los chicos habían salido huyendo con la excusa de que tenían planes, Roger se iba a casa de los vecinos a jugar al ordenador con un amigo, y Colin iba a salir, pero nadie sabía adónde.

Maggie no podía comprender por qué el recuerdo había vuelto de golpe y completo, pero de pronto todo estaba allí. Una vez terminaron de fregar, Joanna entró en el baño, y ella aprovechó la ocasión para hablar con Colin. Había discutido con su madre porque no le había querido decir adónde pensaba ir, y ella pretendía leerle la cartilla. Si hubiera esperado dos minutos más, se le habría escapado, porque ya estaba fuera… y allí es donde lo encontró, en el porche trasero, poniéndose una cazadora de cuero.

Una preciosa y cara cazadora de cuero. Maggie sabía perfectamente bien que su hermana no tenía dinero para comprar algo así, y Colin aún menos, pero de todas formas la culpabilidad y la expresión desafiante de su sobrino le reveló la verdad, la había robado.

– Maggie -insistió Joanna, impaciente-, no me importa cuál sea el problema. Puedes contármelo con toda tranquilidad. Dame la oportunidad de estar a tu lado, ¿vale? Sea lo que sea. No importa.

Pero Maggie miró a su hermana y pensó que sí que iba a importar, porque lo que había hecho su sobrino estaba mal, pero lo que había hecho ella, salvar a Colin, proteger a su hermana e intentar arreglarlo todo, era mucho peor.

El bien y el mal siempre habían sido tan claros y distintos como el blanco y el negro para ella, O se tenía ética, o se carecía de ella. Si en un momento dado, se está decidido a hacer algo que está mal, algo que va completamente en contra de tu ética, nunca se debe hacer delante de un niño.

Pero ella lo había hecho.

No sólo había recordado lo ocurrido el día de Acción de Gracias con claridad meridiana, sino que también había recordado cuál era su parte de culpa.

Capítulo 12

Andy detuvo el coche delante de la casa de Maggie alrededor de las siete, e inmediatamente sintió una tremenda desilusión. No había huella alguna sobre la nieve reciente de la entrada, ni luz en sus ventanas, y el coche aún no estaba.

No es que tuviera razón específica para contar con que ya estuviera de vuelta de Boulder a aquella hora, y comprendía que le era imposible precisar la hora de su vuelta, pero es que esperaba que estuviera en casa porque tenía un anillo quemándole en el bolsillo. Un anillo que había comprado aquella misma mañana. Su plan inicial era dárselo la noche de Nochebuena, pero es que quería estar con ella. Habían pasado sólo cuarenta y ocho horas separados, pero parecía una eternidad.

En fin, sólo le quedaba marcharse a casa e intentar llamarla más tarde. Uno no podía morirse porque su chica estuviera ausente cuarenta y ocho horas, ¿verdad? Sufrir, sí; morir, no.

Puso la marcha atrás del coche y volvió la cabeza… justo a tiempo para ver las luces de otro coche. Maggie se detuvo justo a su lado, y él tenía ya una brillante sonrisa esperándola incluso antes de que hubiera abierto la puerta. Demonios, tenía más esperándola, si no estaba demasiado cansada del viaje y del día de trabajo.

Vio sus largas piernas aparecer tras la puerta del coche y la recibió con un silbido de apreciación. Sabía bien cómo su trasero se dibujaba en unos vaqueros, pero era la primera vez que la veía con ropa seria. El abrigo ocultaba el traje, pero no las piernas y los zapatos de tacón. Llevaba el pelo recogido, y tenía el color de la miel a la luz de la luna.

– ¿Hay otra mujer aquí? ¿Se puede saber a quién silbabas, Gautier?

– Como si fuese capaz de fijarme en otra mujer estando tú en el mundo.

– ¡Vaya! ¿Es que has comprado encanto que estuviera de rebajas en algún sitio?

No podía esperar a besarla, y ya que ella tenía las manos ocupadas con la bolsa, el maletín y el bolso, le pareció que era el momento perfecto para aprovecharse, así que le hizo levantar la cara empujándola suavemente por la barbilla y saboreó sus labios.

Tardó un segundo en darse cuenta de que le temblaban. Incluso cuando reparó en ello, lo tomó por una respuesta a su proximidad, ya que Maggie nunca se había molestado en ocultar el deseo. Pero unos segundos más tarde, se dio cuenta de que la tensión marcaba sus miembros.

Levantó la cabeza, pero la luz de la luna no bastaba para poder estudiarla. Eso sí, parecía algo más pálida, y los ojos… ¿estaba llorando?

– ¿Ocurre algo? No habrás robado un banco en Boulder, ¿verdad?

Pensó que se reiría con la broma, pero lo que consiguió fue que pareciera aun más pálida, y aunque intentó contestar, no lo consiguió.

– Eh… -rozó su mejilla con preocupación-. ¿Ha pasado algo? ¿Has tenido algún problema con el trabajo?

Por fin recuperó la voz.

– No, el trabajo ha ido bien. Muy bien, incluso. Los chicos han estado geniales y hemos adelantado un montón…

– Entonces, ¿es que has visto algún accidente? ¿Algún problema en la carretera?

– No, nada de eso, pero Andy…

Al sentir sus dudas, le quitó todo lo que llevaba en las manos y con el otro brazo, la apretó contra él.

– Entremos, ¿de acuerdo? Te quitas los zapatos, el abrigo y te sientas.

Entró, pero no hubo forma de conseguir que se sentara. No quiso tomar una copa, pero consintió que le preparase una taza de té, del que no tomó ni un sorbo. Se quitó el abrigo y los zapatos, dejando al descubierto un cálido vestido de lana verde del mismo color que sus ojos, pero se cruzó de brazos como si tuviera frío y nada pudiese hacerla entrar en calor.

– Tengo que decirte algo, Andy.

– Dispara. Ya sabes que puedes decirme lo que sea…

– Puede que esto, no. De hecho, he estado pensando si debía decírtelo o no, pero siempre hemos sido sinceros el uno con el otro, y la honestidad es muy importante para los dos porque hemos pasado por otras relaciones en las que el otro intentaba ocultar sus verdaderos sentimientos sobre…

– Mags, eso es agua pasada. Sabes que pienso exactamente lo mismo que tú en ese sentido, así que déjate de rodeos.

Se apoyó contra la encimera de la cocina para darle espacio.

– Sé que siempre has pensado que el problema de mi amnesia no era demasiado importante.

– Sé que te inquietaba, eso sí.

– Bueno pues he recordado todo lo que ocurrió en esas veinticuatro horas anteriores al accidente.

– Eso es estupendo y…

– No exactamente -se quitó las horquillas que sujetaban el moño y el pelo le cayó sobre los hombros. Luego le empezó a contar toda la historia de Colin llevando puesta una cazadora robada al marcharse de casa. Ella sabía que era robada, ya que su sobrino no podía permitirse una prenda como aquella, y menos su hermana. Y Colin no intentó negarlo cuando se enfrentó a él.

Andy sintió que el pulso se le aceleraba tras oír la historia. Era imposible no sentir el empuje de la adrenalina, pero intentó calmarse hasta conocer toda la historia.

– Muy bien, así que tu sobrino robó una cazadora, y tú lo quieres, así que ese hecho te afectó a ti también. Pero ahora sabes con seguridad que la culpabilidad que sentías en esos sueños es falsa. No has hecho nada que…