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– Sí que lo he hecho. Andy -se dio la vuelta y lo miró a los ojos-. No es fácil de explicar. Colin… sé que hizo mal, pero te juro que tiene un buen corazón. Ya te conté que el año pasado se metió en algún que otro problema por ir con aquel grupo de chicos que tenían tanto dinero, pero todo eso fue provocado por la muerte de su padre. El dolor en él se transformó en ira, y creo que en parte también pretendía llamar la atención de su madre. Durante un tiempo tuvo que tener la sensación de que había perdido a su madre también, porque Joanna estaba tan sumida en su propio dolor que…

– Olvidémonos de la psicología. ¿Qué has hecho tú?

Su tono áspero la sobresaltó.

– Estoy intentando decírtelo. Cuando lo vi con aquella cazadora, en lo único que podía pensar era en que tenía que encontrar la forma de arreglar aquello, de rescatar a Colin para que no se metiera en más problemas, y mi hermana estaba demasiado débil como para confiarle aquella situación. En lo único que podía pensar es que tenía que hacer algo para que…

– No sé por qué, pero cuanto más hablas, más nervioso me pongo. ¿Qué demonios hiciste tú?

Maggie elevó la mirada al cielo.

– Le dije a Colin que me diera la cazadora. Me fui a casa. Al día siguiente por la tarde, ya sabes lo abarrotadas que están las tiendas el día después de Acción de Gracias, me puse la cazadora debajo del abrigo y me fui a Mulliker’s. Hice ver que quería comprar una cazadora de caballero. Había tanta gente, y esas cosas caras tienen cadenas, así que tuve que engañar al vendedor para que le quitara la cadena a otra cazadora. Después esperé y esperé a que nadie mirase y devolví la que se había quedado Colin.

Andy escuchó, pero no podía dar crédito a lo que oía.

– Vamos a ver si lo he entendido: el chico robó la cazadora, pero tú le dejaste ir sin castigo alguno, sin obligarlo a responsabilizarse de lo que había hecho.

– Ahora me doy cuenta de que Colin me estaba pidiendo que hiciera algo. Ya sabes que te dije que, después del accidente, se había vuelto un ángel, siempre dispuesto a ayudar. Si hubiera recordado lo ocurrido, quizás hubiera… -la voz le falló al mirarlo a la cara-. No tiene sentido seguir dando explicaciones, ¿verdad?

– Y no se lo dijiste a tu hermana aunque se trataba de su hijo, de su problema, y que quizás tú no deberías haberte metido en medio.

– En eso también tienes razón -admitió.

– Ya hemos hablado antes de que estás protegiendo en exceso a tu hermana. No le das la oportunidad de hacer frente a las cosas, ni siquiera en el caso de que el problema sea verdaderamente importante, como en este caso.

– Tienes razón otra vez.

– Y después, te vas a la tienda como si fueras tú la ladrona, y devuelves la cazadora como si con eso pudieras arreglarlo todo. ¿Es que no te diste cuenta de que podían haberte arrestado a ti? ¿En qué demonios estabas pensando?

– Cometí un error. Un gran error. Pero lo que más miedo me ha dado durante este tiempo ha sido pensar cómo ibas a reaccionar tú cuando…

– ¿Miedo? ¿Miedo de qué?

– Es que tú estabas tan seguro de que yo no podía haber hecho nada malo…, tenía miedo de que cuando decías que me querías, no lo dijeras de verdad -movió la cabeza violentamente-. Esto no va a funcionar. Creo que es mejor que te vayas.

– ¿Que me vaya?

Aquello no tenía sentido, pero ella no parecía confusa; sólo abatida.

– Esta relación ha sido demasiado fácil, y tengo la sensación de que tú estás contando con que soy alguien… alguien que no soy en realidad. Alguien que nunca puedo llegar a ser. Yo cometo errores, Gautier. Si piensas que nunca podría hacerte daño, que nunca podría hacer determinadas cosas… siempre he sabido que terminaría por desilusionarte. No soy la mujer buena que tú piensas que soy. Nunca lo he sido.

Andy no estaba seguro de cómo había terminado saliendo por la puerta de atrás de su casa, pero al parecer le habían dado una patada en el trasero.

Increíble. ¿Mags estaba furiosa con él? ¡Pero si él no había hecho nada malo!

A grandes zancadas, caminó hasta su coche, metió la marcha atrás y se alejó de su casa, pero en lugar de irse a la suya, tomó la dirección de la oficina del sheriff. Era el único lugar en el que tenía garantizado absoluto silencio. Sus ayudantes estaban de guardia aquella noche, y estando tan cerca de Navidad, la oficina estaría desierta y tan silenciosa como la morgue.

Se sentó en su silla de despacho, sacó la caja del anillo del bolsillo, la dejó sobre la mesa y la abrió.

Todo se había ido al garete. Esa condenada mujer lo había echado de su vida porque ella había cometido un error.

Andy se levantó de pronto de la silla, recorrió el perímetro de la oficina y volvió a dejarse caer en la silla. Todo el mundo tenía sus momentos de locura. Hombres. Mujeres. Maggie. Se empeñaba en no deber nada a nadie, y era una leona protegiendo a su familia, y una cabeza loca por subirse a un tejado para arreglar una gotera en pleno invierno. Tenía algunas faltas, sí, pero eran faltas que él adoraba junto con el resto de su persona.

Volvió a levantarse de la silla, recorrió de nuevo la oficina y se sentó una vez más en su silla para contemplar el maldito anillo. La tontería más grande que había oído nunca: enfadarse con él cuando precisamente él no había hecho nada. Ella había cometido el error.

Pero aquella expresión suya llena de tristeza seguía persiguiéndolo, y recordó todas las bromas que le había gastado sobre los siete pecados capitales, los robos de bancos… quizás por eso se había hecho la idea de que esperaba que fuese perfecta.

Recordó entonces cómo ese recuerdo había permanecido bloqueado durante semanas… demonios, apenas podría nombrar a una persona que perdiese una sola noche de sueño por un problema así. Pero Maggie era diferente. Algo así jamás la dejaría vivir. Nunca comprometía su ética.

Y él le había gritado.

La había juzgado.

Se quedó mirando por la ventana, viendo cómo caían los copos de nieve, cómo bailaban iluminados por las luces de Navidad de Main Street… pero no era en la magia de los copos en lo que estaba pensando. Maggie esperaba ser capaz de solventar todos los problemas que se le presentasen; no se apoyaba en nadie… ni siquiera en él. Esa condenada mujer era lo bastante fuerte como para dirigir un país ella solita, pero su gran corazón era su talón de Aquiles. Lo había visto cada vez que había hablado de su hermana. Con la familia repartía amor a raudales, ciegamente, por encima del bien y del mal, sin tener en cuenta el riesgo que pudiera correr.

Y esa era la misma clase de amor que le había dado a él. Le había abierto las puertas de su corazón y de su vida, a pesar de que él la había presionado, a pesar de que amenazase su independencia. Ella no había contado con que él la apoyase, con que estuviera a su lado, y cuando por fin ocurría algo que ponía a prueba lo que de verdad significaba su amor, le había fallado.

Podía conseguirlo. Un sándwich yacía olvidado sobre la mesa, sin probar. Arriba, la ropa que se había quitado seguía en el suelo, y el largo y reparador baño de espuma que pretendía darse, había durado apenas cinco minutos.

Acurrucada con su vieja bata verde, tenía la mirada clavada en el monitor de su ordenador. Se había traído a casa un maletín lleno de trabajo de Boulder, y concentrándose en él quizás pudiera pasar las cuatro o cinco horas siguientes. Y si era capaz de concentrarse durante unas pocas horas, quizás fuese capaz de encontrar cómo pasar las siguientes.

Pero es que sus dedos se negaban a quedarse sobre el teclado. Sólo sentía ganas de frotarse la cara, de cubrirse los ojos. Le dolía el cuerpo entero, como si tuviese la gripe. Los ojos le quemaban. Tenía la sensación de que una mano enorme y poderosa le apretaba el corazón.

Lo había hecho todo fatal con Andy, con su hermana, con Colin… Con su familia sabía lo que tenía que hacer, y había empezado ese proceso contándole el episodio de la cazadora a su hermana delante de Colin. El chico parecía haberse sentido aliviado de que su culpabilidad saliese por fin a la superficie, y su hermana se había mostrado dispuesta a perdonar, pero Maggie sabía que no iba a ser tan fácil. Los cambios reales necesitan trabajo, al igual que ella lo iba a necesitar para cambiar sus patrones de comportamiento, pero al menos, había encontrado respuesta. Sabía lo que tenía que hacer para arreglar las cosas.