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Andy era distinto, porque no sabía cómo hacer para arreglar las cosas con él. Tenía el corazón partido en dos: la mitad que le faltaba le pertenecía irrevocablemente a él, y ella lo había desilusionado… el único hombre del mundo al que por nada del mundo hubiera querido decepcionar. Su condena la había cortado con la agudeza de una máquina de afeitar, aunque evidentemente ella ya había anticipado que no iba a encantarle su participación en la historia del robo. Pero Andy era una de las personas con las que se podía ser muy sincera, y no tenían nada que mereciera la pena conservar si no podían confiar el uno en el otro sin una sombra de duda.

Cuando oyó sonar el timbre de la puerta de atrás, se sobresaltó. El timbre volvió a sonar, pero ella no se movió. Eran casi las diez, tarde para una visita normal, así que no era difícil imaginarse que debía tratarse de Andy. Siempre se había enorgullecido de ser fuerte, pero en aquel momento tenía los ojos enrojecidos, el estómago revuelto y se sentía más agitada que la hoja de un álamo temblón. Necesitaba tiempo. No podía asimilar más daño, no aquella noche.

Una mano se había apoyado en el timbre sin receso.

Su coche estaba aparcado delante de la casa, así que aquella visita tenía que darse cuenta de que no quería abrir la puerta, pero parecía dispuesto a quedarse apoyado en el timbre toda la noche, así que tragó saliva, se levantó de la silla y, descalza, entró en la cocina y abrió la puerta.

El timbre dejó inmediatamente de chillar. Había esperado encontrarse con una persona de pelo tan negro como el ébano y hombros increíblemente anchos, pero lo que había bloqueando la puerta era un árbol.

– Hazte a un lado y déjame meter esto. Pesa como el plomo y no…

– Andy, yo…

– Lo sé. No quieres hablar conmigo, y tampoco quieres yerme, pero déjame colocar esto en tu salón, ¿quieres? No está cortado, sino que viene con raíz, así que podrás plantarlo fuera más tarde. Precisamente por eso pesa tanto. En cuanto lo coloque, me marcharé.

Sin esperar a que le dijese que sí, entró con el abeto, que olía tan fresco como la propia Navidad. Era un árbol precioso, decorado ya con guirnaldas de luces y de por lo menos un metro veinte de altura, de modo que se manejaba bastante mal, y Andy tropezó en una de las alfombras.

No tenía más remedio que ayudarle, pero no quería mirar al árbol, porque sólo con verlo en la puerta, los ojos habían empezado a escocerle con las lágrimas, pero no tenía más remedio que mover una silla para hacer sitio.

En cuanto apartó la silla, él dejó el árbol junto a la puerta de cristal. Técnicamente el trabajo estaba hecho, pero él no parecía opinar así. Primero tenía que encontrar un sitio en el que enchufar las luces, y después salió al coche para buscar una tela de fieltro rojo con que arropar la base del árbol. Entre los pliegues de la tela, Maggie creyó ver un pequeño paquete con un lazo plateado, pero no quiso acercarse a comprobarlo. Se limitó a quedarse a un lado, cruzada de brazos, sin hacer nada e intentando no parecer lo agitada que se sentía.

Andy se levantó después de pelearse con el enchufe de las luces e intentó arreglar las guirnaldas en lo que a él le debió parecer una forma artística, lo cual sólo consiguió dejarlas peor de lo que estaban, y por alguna razón desconocida, eso volvió a llenarle los ojos de lágrimas a Maggie.

– Es que tenía que traerte un árbol, Mags -dijo él de pronto, con la voz tan suave como mantequilla derretida-. No era justo que me hubieras estado ayudando a poner uno en mi casa y que tú no tuvieras. Y tú y yo somos la mitad de una misma naranja en ese sentido, ya lo sabes. No podemos quedarnos de brazos cruzados cuando algo está mal.

Quería darle las gracias por el árbol y deshacerse de él lo antes posible, pero no había manera de articular palabra. Y Andy, haciendo lo contrario a lo que había dicho que iba a hacer, se quitó la cazadora y la lanzó al sofá.

– No quieres hablar conmigo, y lo comprendo. Yo tampoco te hablaría a ti si estuviera en tu lugar. Te he dejado colgada.

Aquel error tenía que ser corregido.

– He sido yo quien te ha decepcionado.

– De eso nada -no la había tocado, pero estaba muy cerca de ella-. Sólo desearía tener una excusa para haber actuado de una forma tan tonta. Lo mejor que puedo decir en mi defensa es que empezaste hablándome de un robo y que yo me dejé llevar por mi instinto y respondí como un agente de la ley.

– Es que eres agente de la ley.

– No contigo, Maggie. Contigo mi placa no vale. Soy sólo tu amante… o lo era. Pero nada más marcharme, empecé a sentirme fatal. Empecé a pensar en lo mal que te habían hecho sentir esas pesadillas, la ansiedad, toda la presión. Estaban mortificándote, y yo no dejaba de tomarte el pelo para que no las considerases en serio.

La estaba obligando a hablar.

– Andy, tú no has hecho nada malo. Simplemente no sabías, al igual que tampoco lo sabía yo, que la cosa había sido tan seria.

– Sí, intentaste salvar a tu familia. Yo diría que eso es algo que cualquier persona que haya amado alguna vez habría hecho, pero tú lo consideras un crimen capital -Andy miró por la ventana. Los copos de nieve brillaban como cristales a la luz de la luna-. Cuando me marché, me di cuenta de qué es lo que necesitabas: necesitabas a alguien que te ayudase a superarlo. A ver más allá. Alguien que te empujase a perdonarte a ti misma, ya que pareces demasiado testaruda como para hacerlo sin que te empujen.

Lo de llamarla testaruda volvió a ponerle un nudo en la garganta.

– Gautier, lo que hice no es una tontería. No según tus valores, y tampoco lo es según los míos.

– Puede que no hicieras lo que debías, pero por ahora no he conocido a nadie que no haya metido la pata alguna vez. Y tengo una teoría…

– ¿Una teoría?

Andy asintió.

– La teoría de que si vas a cometer más actos inmorales y salvajes como ese en el futuro, lo mejor sería que estuvieras casada con un agente de la ley. No estoy diciendo que deba ser conmigo, claro…

– ¿No?

Había dejado de mirar la nieve y la estaba mirando a ella. Sólo a ella.

– No. Sé que he echado a perder esa oportunidad. Si uno traiciona la confianza que alguien ha depositado en él, no puede esperar que le den una segunda oportunidad. Pero tengo una teoría sobre el hombre adecuado para ti. Tú valoras muchísimo tu autonomía, tu seguridad, y cualquier hombre que pretenda limitarte no será bueno. Tiene que ser alguien capaz de respetar tu independencia, capaz de respetar que hay cosas que tienes que hacer a tu manera, que necesitas un poco de peligro de vez en cuando. Y luego está lo de esa fachada de firmeza y fuerza que le ofreces al mundo. Es verdad que eres una mujer llena de coraje y valor, pero en esas raras ocasiones en las que la vida te gana la partida… necesitas que esa persona esté a tu lado. Que sea un hombre que te haga sentir a salvo, incluso cuando hayas perdido tu fuerza. Alguien en quien confíes ciegamente, porque sepas que tanto en los buenos como en los malos momentos, va a estar ahí.

Maggie nunca lloraba, y menos en una crisis. En esas ocasiones había que ser fuerte y mantener el tipo, porque nadie más quería hacer ese trabajo. Pero Andy sabía perfectamente que no estaba describiendo a un extraño, y la estaba mirando como si fuera el sol y la luna, y más preciosa que ambos.

Se secó la mejilla brevemente con el dorso de la mano y levantó la barbilla.