– ¿Y tienes… alguien pensado?
– No, a nadie. Pero creo que un par de niños encajarían a la perfección en ese escenario, Y un lugar diseñado teniendo en cuenta vuestras necesidades. Y los sueños son otra cosa. Ese hombre y tú no tenéis por qué tener los mismos sueños, pero pensando en el futuro, es algo que importa. Si no se pueden compartir los sueños, no se tiene nada.
– ¿Algo más?
Era una pregunta para ganar tiempo, porque no iba a poder soportar aquello mucho más.
– Eh… sí, sí. El sexo tiene que ser bueno. Teniendo en cuenta tu deseo y tu pasión, tendrá que ser un tipo que aprenda deprisa. No sé si un chaval de campo podría ser adecuado para el puesto… a no ser que estés dispuesta a concederle algunos puntos por entusiasmo y resistencia. Y luego está el ingrediente crítico que también debe poseer…
– ¿Qué?
Quizás él debió pensar que estaba exasperada consigo misma, porque Andy aprovechó la excusa para acercarse aún más y sacar un pañuelo del bolsillo para limpiarle los ojos y ofrecérselo después.
– Suénate -ordenó.
– Ni lo sueñes. No pienso sonarme delante de ti.
– Créeme, Mags, esto es parecido a lo de la pasta de dientes. Tienes que hacerlo sin pensar para luego no volver a sentir vergüenza.
Se sonó como si fuese la chimenea de un barco. La verdad es que confiaba en él. En las cosas de la pasta de dientes. En todo. Podía ser ella misma con él, sin tener que ocultar nada, sin fingir. Esa era una de las razones por las que lo quería tanto, por las que su corazón se había partido en dos al pensar que había cometido un error que iba a costarles lo que tenían juntos.
– Y… ¿cuál es el ingrediente crítico que debe tener ese hombre?
– Amor -contestó con gravedad-. No es que piense que el amor sea más importante que el resto, porque no lo es. Tiene que estar también todo lo demás: confianza, respeto, honor, sueños y buen sexo. Pero si al amor hubiese que darle puntos, yo seguiría dándole un nueve sobre diez -tragó saliva y su voz se volvió algo ronca-. Y yo te quiero más que a la vida misma, Maggie.
Ella se lanzó a sus brazos pensando que aquel condenado hombre debía haberla obligado a sonarse la nariz deliberadamente porque esperaba que hiciese precisamente aquello, abrazarla, besarla hasta dejarla sin sentido.
– Y yo te quiero a ti -declaró-. Andy… creía que te había perdido.
– Creo que nos hemos encontrado el uno al otro, en más de un sentido. Hay un anillo al pie de ese árbol…
– Que a mí me encantaría ver. Me encantaría llevarlo en el dedo… pero tiene que esperar un minuto más.
Y volvió a besarlo con el corazón rebosante de felicidad.
Llevaba mucho tiempo aferrada a su independencia, y creía que nunca iba a encontrar a alguien que pudiese conocerla, fallos incluidos, y aun así quererla. Pero Andy no sólo la quería, sino que había llegado a comprender que él padecía la misma vulnerabilidad y era igual de malo perdonando sus propios errores.
Pero ella estaría a su lado. Puede que él no estuviese completamente convencido de ello, pero tenía toda una vida por delante para hacer que su agente de la ley se sintiera infinitamente amado. Con el rabillo del ojo, vio las luces del árbol de Navidad… su árbol. Su magia. Y se arrodillaron junto a él, susurrando promesas para el futuro, sabiendo ambos que su amor tenía las raíces en la realidad… la mejor magia posible.
Jennifer Greene