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Cuando el conde entró en la habitación, ella estaba durmiendo de espaldas a la puerta. Se desvistió sin hacer ruido y luego de meterse en la cama, la tomó en sus brazos y la besó en la nuca. Ella emitió un sonido de satisfacción y él le susurró al oído: "¿Estás despierta, mi amor? Tengo noticias". Ahuecó la palma de la mano sobre uno de sus pechos y lo acarició con ternura.

– ¿Qué noticias? -preguntó con voz suave, mientras hundía las caderas en su cuerpo de un modo insinuante.

– Eres una chica mala -bromeó el conde con el único propósito de provocarla.

La lujuria se había apoderado de él con tal celeridad que no pudo menos que preguntarse qué clase de hechizos poseía Rosamund para ponerlo en ese estado, y a semejante edad.

– ¿Porque quiero fornicar?

Rosamund se dio vuelta de modo de quedar frente a él y se quitó el camisón. Sus brazos rodearon el cuello del conde y sus redondos y mórbidos senos se aplastaron contra su pecho.

Patrick la tomó de las nalgas y la atrajo con fuerza hacia sí.

– Porque tu delicioso cuerpecillo y tu voracidad me inflaman como ninguna otra mujer lo ha hecho jamás, Rosamund. Y porque ahora que has despertado mis más frenéticos apetitos tendré que satisfacernos a ambos antes de comunicarte las noticias, bruja malvada.

Su boca se encontró con la de ella en un cálido, imperioso e insistente beso que ella devolvió con ardor.

– ¿Sabes acaso cuánto te quiero, corazón mío? ¿Lo sabes realmente? -dijo Patrick cuando sus bocas se separaron y pudo recuperar el aliento.

– Sí, milord, lo sé. Y no creo que te sorprendas si te digo que mi amor iguala al tuyo. ¡Oh, Patrick, estoy loca por ti! ¿Qué otro sentido tuvo mi vida sino el de conducirme hasta este maravilloso momento? ¿Cómo es posible tal cosa, Dios mío? Amé a Hugh porque era un padre para mí. Amé a Owein porque él amaba Friarsgate. Pero esto es diferente. La locura de la que soy presa no tiene nada que ver con Friarsgate, sino con nosotros. ¡Podría permanecer contigo en este cuarto por toda la eternidad!

El la reclinó suavemente contra las almohadas, la cubrió con su cuerpo y sus dedos se entrelazaron, pues entrelazar los dedos se había vuelto ahora una nueva y dulce costumbre. Se miraron a los ojos mientras él la penetraba y ella emitía un profundo suspiro. Patrick se quedó quieto por un instante, gozándola mientras ella acogía su virilidad con un placer tan intenso que lo conmovió hasta las lágrimas. Luego comenzó a moverse y sólo se detuvo cuando los ojos de ella se cerraron y suspiró una vez más, cuando la última embestida los condujo a una culminación apasionada y perfecta.

– ¡Oh, Patrick, te amo tanto! Tal vez demasiado -admitió, una vez recuperada la conciencia, apoyando la cabeza en el vigoroso pecho del conde.

– Me pregunto si alguna vez podremos amar lo suficiente, pues amar demasiado nos resultará imposible -dijo, mientras acariciaba las trenzas de Rosamund-. Tu cabello es tan suave, amor mío.

– Annie piensa que estoy loca porque lo lavo todas las semanas y dice que de milagro no me he muerto de un resfrío de tanto meter la cabeza bajo el agua.

– ¿Se enfadó cuando la desterraste al dormitorio de la servidumbre?

– Creo que ya se ha acostumbrado y que incluso le gusta estar con las otras doncellas.

– ¿Piensas que le agradaría emprender un viaje, mi amor?

– No tengo la menor idea. ¿Por qué me lo preguntas?

– Porque he decidido pasar el invierno en un clima cálido y quiero que me acompañes.

– Eso significará cruzar el mar en el peor momento del año -y tras reflexionar unos instantes, exclamó-: No me trates como si fuera una imbécil, Patrick.

– Es por el rey, amorcito. Por ahora es lo único que puedo decirte y sé que comprenderás mi parquedad. Incluso lo poco que te he dicho ha puesto mi destino en tus adorables manos, Rosamund.

– ¿Puedo saber por qué?

– Porque fuiste una vez la amante del rey Enrique -contestó el conde con total franqueza.

– ¿Cómo demonios te enteraste? Solamente Tom y Annie lo saben. Debe de haber sido alguien de la servidumbre, y no de la mía, espero.

– No. Annie no fue o no me hubieses preguntado si le gustaría viajar, pues deseas que me acompañe. De modo que el rey está al tanto del asunto y teme que yo te traicione, ¿no es cierto? Por favor, dime que Meg no lo sabe.

– No. Ni tampoco la reina Catalina.

– Jamás traté de seducir a Enrique, pero él se había empeñado en acostarse conmigo y le importaba muy poco lo que yo pensara al respecto. Accedí a sus caprichos lo más cortésmente que pude, por el bien de mi familia. No hubo un verdadero amor entre nosotros y aunque soy leal a Inglaterra, no creo que todo cuanto hagas al servicio de tu rey, sea lo que fuere, perjudique a mi país. El rey Jacobo es un hombre inteligente y pacífico. Conozco a Enrique Tudor lo bastante para saber que es ambicioso y fatuo. Tiene la mala costumbre de pretender que Dios está siempre de su parte, lo que podría ser divertido, si no fuera tan peligroso. Nunca, bajo ninguna circunstancia, sería capaz de traicionarte, milord.

– Lo sé -sonrió, y luego la besó en la boca-. ¿Vendrás conmigo, Rosamund?

– Iré contigo, Patrick Leslie, pues donde tú estés, estará mi corazón.

– ¿Y qué pasará con Logan Hepburn?

– Logan necesita un hijo y un heredero. Debería haberse casado hace mucho tiempo, pero se encaprichó con una niñita que vio en la feria del ganado cuando tenía dieciséis años. Yo era esa niña, pero ya no lo soy. Ni tampoco deseo casarme porque me consideren capaz de parir buenos terneros, como si fuera una vaca.

– Un hombre espera engendrar hijos en el cuerpo de su mujer.

– Estoy de acuerdo. Pero eso y la estúpida historia de la niña de la feria son los únicos argumentos de que se vale para justificar el deseo de casarse conmigo. Según él, me quiere; pero yo no me siento realmente amada ni tampoco voy a correr el riesgo de casarme para descubrir que lo único que lo atrajo es mi fecundidad. Nunca conocí el amor hasta que llegaste tú, Patrick, y no pienso renunciar a él para contraer un matrimonio respetable. ¡No lo haré!

Podríamos casarnos, tú y yo -insinuó dulcemente el conde.

– Sólo cuando estés dispuesto a abandonar Glenkirk. Y sólo cuando yo esté dispuesta a abandonar Friarsgate -le respondió Rosamund con una sonrisita.

– ¿Cómo puedes conocerme tan bien en tan poco tiempo?

– Lo mismo digo. ¡Oh, Patrick, nada me importa lo que piense la gente! ¡Te amo! No necesito ser tu esposa, ni necesitas concederme el honor de llevar tu nombre para que yo sepa que me amas. Desde el momento en que nuestros ojos se encontraron, supimos que así era. -Luego, cambiando bruscamente de tema, preguntó-: ¿Cuándo partimos?

– Después de la Noche de Epifanía. Pensarán que hemos regresado a nuestros respectivos hogares. Todo el mundo sabe que detesto la vida de la corte. Pero a ti te resultará difícil abandonar a la reina.

– Sí -se preocupó Rosamund, pensativa. Tras reflexionar unos pocos minutos, agregó-: Le diré que Maybel me ha mandado llamar porque una de mis hijas está enferma. Me concederá su permiso, pero se sentirá decepcionada, pues quiere que permanezca a su lado hasta que nazca el bebé. ¡Tiene tanto miedo de no poder darle un hijo varón a su esposo!

– Según el rey, cuyo instinto es conocido por todos, será un niño saludable, aunque teme no vivir lo suficiente para verlo crecer.

– Entonces no necesito sentirme culpable por una inocente mentira.

– ¿Y tu primo, lord Cambridge? Un caballero de lo más divertido que se vale del ingenio para ocultar su astucia, supongo.

– Sí, Tom es muy listo y tendré que decirle la verdad. Es mi mejor amigo y nadie, ni siquiera mis maridos, han sido tan buenos conmigo como Tom Bolton. Francamente, se sentirá muy disgustado si no lo invitamos a San Lorenzo. Sin embargo, necesito que vuelva a Friarsgate y le explique a Maybel y a mis tíos adonde he ido y por qué. Además, es preciso que cuide a las niñas durante mi ausencia. Mi tío Henry no ha perdido las esperanzas de apoderarse de Friarsgate mediante uno de sus hijos. Edmund no podría impedir que Henry se saliera con la suya, pero lord Cambridge sabe cómo manejarlo. Mientras Tom esté allí, no corro el riesgo de regresar a Friarsgate y descubrir que Philippa se ha casado con uno de mis abominables primos. -Rosamund se inclinó para estampar un rápido beso en la boca de su amante. -Me siento culpable de no llevarlo con nosotros. Como compañero de viaje es muy divertido, te lo aseguro.