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– Cuanto antes, mejor-murmuró Rosamund. Empezaba a sentirse una vieja por culpa de Philippa.

El castillo de Windsor era impresionante. Situado en lo alto de una colina, dominaba un paisaje prodigioso: verdes praderas, bosques exuberantes y el río Támesis. Los normandos comenzaron a construirlo en el año 1080 y formaba parte de una serie de nueve castillos erigidos con el fin de rodear y defender la ciudad de Londres. Al principio, era una residencia de madera que los reyes normandos usaban como refugio de caza. Enrique II, el primer monarca Plantagenet, edificó en su lugar un castillo de piedra. El rey Juan Sin Tierra firmó la Carta Magna en Runnymede, muy cerca de allí, en 1215. Al año siguiente, Windsor fue sitiado, pero logró resistir la agresión. Enrique III, hijo del rey Juan, reparó las partes dañadas y también agrandó los apartamentos reales. Pero en 1296 un gran incendio destruyó gran parte de lo que se había reconstruido.

Eduardo III, nacido en Windsor, amaba el castillo y no solo lo embelleció, sino que lo hizo más confortable. Mandó traer piedras gris plata de una cantera cercana, situada en Bagshot, y las usó para levantar nuevos muros y edificios. Eduardo IV comenzó la construcción de la magnífica capilla dedicada a san Jorge, pero no pudo concluirla durante su reinado. Su nieto, Enrique VIII, tenía el firme propósito de finalizar la obra. El monarca adoraba el castillo por su extenso bosque, donde podía cazar a sus anchas.

Rosamund reconocía que el castillo era muy imponente, pero le gustaba más el palacio de Greenwich. En Windsor no había jardines ni senderos por donde caminar. A Philippa no le importaban esas cosas, pues pasaba todo el día cabalgando con Cecily Fitz-Hugh. Y cuando no salían de cacería, estaban con la reina. Catalina pidió hablar con Rosamund el día anterior a su regreso a Friarsgate.

– Quiero que Philippa vuelva a la corte cuando cumpla doce años.

– Ella y Cecily Fitz-Hugh serán mis damas de honor. Sabes que la cuidaré muy bien y que se mantendrá pura y casta mientras esté conmigo. -Sus palabras no admitían réplica.

A Rosamund no le agradó la idea, pero no se podía discutir con una reina. Philippa se había aficionado demasiado a la vida palaciega, y si permanecía por siempre en la corte, ¿quién se ocuparía de Friarsgate?

Haciendo una graciosa reverencia, le dijo a Catalina:

– Es un gran honor, Su Alteza, y sé que Philippa se sentirá muy emocionada. ¿Quieres que se lo diga yo o prefieres decírselo tú?

– Ya he hablado con ella y con la hija del conde de Renfrew.

– Con el permiso de Su Majestad, me retiro -dijo Rosamund flexionando sus rodillas-. Partiremos rumbo a Friarsgate a la mañana.

– Estás ansiosa -sonrió Catalina-. Siempre amaste tu hogar. Ve con Dios y que tengas un buen viaje. Rezaré por ti.

– Y yo rezaré por Su Alteza.

Cuando le contó a Tom la conversación con la reina, lord Cambridge se mostró entusiasmadísimo.

– Nuestro viaje ha sido todo un éxito, querida. Has vuelto a gozar de los favores de Su Majestad y Philippa será su dama de honor dentro de dos años. ¡Maravilloso!

Estaban sentados en el pequeño comedor privado de la posada, disfrutando del plato principal.

– Me inquieta que a Philippa le guste tanto la corte. Si se apega demasiado a esa vida, descuidará Friarsgate. No me agrada eso, pero nada puedo hacer al respecto.

– Philippa es una niña dotada de un extraordinario sentido común y no se dejará arrastrar por los placeres y los lujos palaciegos.

– Yo era distinta a su edad.

– No, en esa época eras una obediente castellana casada con un marido viejo -le recordó Tom-. Friarsgate era una carga demasiado pesada para tus frágiles hombros, prima. Pero Philippa no es como tú y los tiempos han cambiado. Además, mientras permanezca en la corte, estará a salvo del joven Henry.

– Ojalá lo hayan colgado. No sé cómo soportaremos estos dos años si sobrevive y anda al acecho todo el tiempo -se inquietó Rosamund

– No será fácil proteger a Philippa, pero la defenderé con todas mis fuerzas. ¡Lo juro por Dios, Tom!

– Lo sé, prima. ¡Ay, no me mires así que me matas de miedo!

– ¿Ya has reunido a los hombres armados?

– Nos marcharemos ni bien te levantes de la cama.

– No veo la hora de regresar.

– ¿A tu casa o a la del escocés desvergonzado? -inquirió Thomas Bolton enarcando una ceja.

– ¡A Friarsgate, por supuesto! No tengo la menor idea de lo que pasará entre Logan Hepburn y yo. Veremos.

Tom no siguió hablando del tema. A diferencia de ella, él sabía muy bien lo que sucedería. Desposaría al señor de Claven's Carn, y esperaba que lo hicieran a tiempo. Ignoraba cómo se las ingeniaría Logan para obrar semejante milagro, pero lo lograría. El escocés amaba profundamente a Rosamund, aunque la muy testaruda se negara a verlo. Los dos habían sufrido mucho en sus vidas, pero era hora de que compartieran juntos la felicidad. Lord Cambridge se encargaría de que eso sucediera y no cejaría hasta verlos casados. Sabía que contaba con la complicidad de Edmund y Maybel, que opinaban como él. Era preciso hacer entrar en razón a su prima. Tom se devanaba los sesos tratando de entender cómo una mujer tan sensata e inteligente en todo lo referido a Friarsgate, era tan tonta en lo tocante a sus sentimientos. Sabía que Patrick Leslie siempre estaría en su corazón, aunque últimamente apenas lo mencionaba, pero también podía amar a otro hombre. Por primera vez en mucho tiempo, Tom rezó.

Golpearon a la puerta del comedor y apareció el mismo paje que había escoltado a Rosamund hasta el cuarto del rey en el palacio de Westminster. El muchacho hizo una elegante reverencia y anunció:

– Su Majestad desea ver a la dama de Friarsgate antes de su partida. Por favor, acompáñeme.

– ¿Dónde está el rey?

– En la entrada del bosque detrás de la posada, milady. -Ven conmigo, Tom. Te suplico que me acompañes para no mancillar mi reputación.

Los primos siguieron al muchacho hacia la puerta trasera de la cocina. Atravesaron un pequeño prado y llegaron al bosque donde el rey estaba medio escondido entre los árboles. El paje y Tom se detuvieron, y Rosamund se acercó a Enrique VIII haciendo una reverencia.

– Estás decidido a hacerme quedar mal ante la reina.

El rey se echó a reír.

– Y tú, bella Rosamund, estás decidida a decir siempre lo que piensas. -Tomó su pequeña mano y la besó. -Sólo vine para decirte que siempre contarás con mi amistad y la de Catalina. Quiero disipar todo posible malentendido entre nosotros.

– Me alegra, entonces, que me hayas llamado. Hay que ser una mujer muy sabia para poder conservar la amistad del rey y de la reina.

El rey volvió a reír.

– Directa y sincera como de costumbre. Nadie me ha hablado como tú. Lamento que no quieras continuar aquello que dejamos pendiente.

– Soy una campesina, mi señor, y los campesinos vemos las cosas de manera diferente.

– Entonces adieu, bella Rosamund -dijo Enrique Tudor. Luego la atrajo hacia él y la besó en los labios.

Rosamund se apartó riendo y dijo sacudiendo el dedo acusador:

– Nunca dejarás de ser el chico malo. -Hizo un gesto ceremonioso y añadió-: Agradezco tu amistad, Enrique. Mi hija Philippa servirá a la reina como dama de honor dentro de dos años. Espero que ella también disfrute de tu amistad. Es hija de Owein y los Meredith siempre fueron fieles súbditos de la Casa Tudor.

– La cuidaré como si fuera mi propia hija -aseguró. La tácita frase: "Si tuviera un hijo" quedó reverberando en el aire.

– Ya tendrás tu hijo, Enrique. Rezaré por que eso ocurra -prometió Rosamund.

Tras hacer otro galante floreo, se alejó para reunirse con su primo. En el camino se cruzó con el paje que caminaba en dirección a su amo.