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El señor de Claven's Carn regresó al cabo de varios días.

– Veinte de mis hombres se encuentran en la abadía disfrazados de monjes. Mañana llevaremos el oro del otro lado de la frontera y de allí, a Lochmaben. Cuando yo vuelva, estaremos listos para comunicarles a lord Dacre y al joven Henry que pueden robar el oro. Has hecho un buen trabajo, Rosamund. Los ladrillos parecen auténticos lingotes.

– Sí, trabajamos con esmero para que no hubiera el menor indicio de lo que cubren realmente estos envoltorios.

– En dos días buscaremos a lord Dacre y a Henry. Sé dónde se hallan. Si Edmund y Tom salen al mismo tiempo, encontrarán a los dos incautos a la misma hora, y espero que regresen juntos para darnos la noticia de que ambos han mordido el anzuelo.

Dos días más tarde, Edmund y seis hombres armados galoparon hasta el lugar donde el joven Henry se escondía luego de sus saqueos en la frontera. El muchacho se sorprendió al ver a su tío, pero lo saludó con bastante cordialidad. Edmund no se apeó del caballo.

– Esta no es una visita social, sobrino -le dijo con franqueza.

Henry se sintió en desventaja frente a su tío, que lo miraba desde lo alto de su corcel.

– Bájate del caballo, Edmund Bolton, así hablamos de igual a igual. Ven y tomaremos un poco de vino. Tengo un barril de la mejor calidad. Pertenecía a un vendedor ambulante, pero yo lo alivié de la carga -comentó con una sonrisa de triunfo, como si se tratara de una hazaña.

– No. Vine a decirte algo, Henry. Deja ya de acosar Friarsgate y sácate de la cabeza la idea de casarte con Philippa. Contraerá matrimonio con el segundo hijo de un conde cuando sea mayor. Es el deseo de la familia. No obstante, para recompensar tu cooperación, estamos dispuestos a revelarte dónde hay una gran cantidad de oro escondido, sobrino. Será un robo fácil, a menos que tengas miedo de una banda de monjes escoceses. No sientes un verdadero amor por Friarsgate. ¿No lo cambiarías por un montón de oro contante y sonante?

– Quizá. Pero debes darme más detalles.

– Primero has de prometerme que no secuestrarás a la pequeña Philippa. Es una niña, Henry, y te dará más dolores de cabeza que satisfacciones. Además, no podrás evitar que Rosamund la recupere. Ella es una mujer dotada de una voluntad de hierro, como bien lo sabía tu padre.

– Rosamund debió haber sido mi esposa. En ese caso, mi hijo heredaría Friarsgate y no otra niña, tío-. Edmund se rió con sarcasmo.

– ¿Qué edad tienes ahora, sobrino? ¿Diecisiete? Rosamund ya ha cumplido los veinticinco y preferiría matarte antes que casarse contigo. Tú no quieres Friarsgate, muchacho. Ese era el sueño de tu padre, ¿y adonde lo condujo ese sueño sino a una parcela de tierra en el cementerio familiar? Fue su codicia la que arrastró a tu madre a la perdición, convirtiendo a una joven insípida, pero decente en una… bueno, ya sabes en qué se transformó Mavis. ¿Y a ti? En un perseguido que algún día habrán de atrapar y colgar. -Edmund hizo una pausa. -A menos que decidas cambiar tu destino, Henry. Dame tu palabra de que dejarás tranquilos a los Bolton de Friarsgate y te haré tan rico que podrás irte de aquí y comenzar una nueva vida. ¿Quieres que tu madre te encuentre un día colgado al borde del camino? ¿Serías capaz de romperle el corazón de esa manera? Con el oro que te ofrezco podrás rescatarla del barro y la vergüenza, y permitirle vivir con decoro y en paz.

Durante un momento, el rostro del joven se dulcificó.

– Dime dónde está el oro.

– Primero dame tu palabra

– ¿Aceptarías mi palabra? -exclamó el joven, sorprendido aunque halagado. Nunca nadie había aceptado antes su palabra. -Si me dices dónde está el oro y si puedo robarlo, te prometo olvidarme de Friarsgate y partir hacia el sur, como lo hizo el antepasado de Thomas Bolton. Tal vez tenga tanta suerte como él.

"Eso no significa que no regrese algún día" -pensó Henry. Pero Friarsgate evidentemente no era para él. Además, detestaba el olor a oveja.

Edmund estrechó la mano de su sobrino.

– El oro está en una abadía cerca de Lochmaben. Me enteré de su existencia por uno de los hombres del clan Hepburn. El primo del señor de Claven's Carn, el recién fallecido conde de Bothwell, lo había guardado allí para entregárselo a Jacobo Estuardo antes de la guerra. Ahora, la reina regente desea que se lo lleven a Stirling a fin de solventar los gastos del pequeño rey. Sólo hay un lugar donde es posible robarlo sin correr riesgos, sobrino. El vehículo que transporta el oro partirá desde la abadía hasta la ruta a Edimburgo, donde lo esperan unos guardias armados. La distancia no supera las cinco millas. En mi opinión, el sitio ideal para apropiarse del botín es a mitad de camino entre la abadía y la encrucijada. El carro es conducido por dos monjes, para que el cargamento pase inadvertido.

– Cuentas con demasiada información, tío -dijo el joven con suspicacia.

– Por supuesto -asintió Edmund-. Contratamos a los hombres del clan Hepburn para vigilar Friarsgate. Les pagamos, los hospedamos y les damos de comer. Somos ante todo fronterizos, aunque defendamos a nuestros respectivos reyes en caso de guerra. Los escoceses se sienten cómodos con nosotros y sueltan la lengua, pues están solos y lejos de su familia. También los enorgullece el hecho de que fuera un pariente suyo, el conde de Bothwell, el responsable de esconder el oro en Lochmaben. Si lord Dacre tuviera esta información, de seguro te ganaría de mano. Pero es improbable que lo sepa, sobrino. Ve pues y apodérate del botín, siempre y cuando no tengas miedo y…

– ¡No tengo miedo! -lo interrumpió-. ¿Sabes exactamente cuándo transportarán el oro?

– Dentro de tres días. Pero si yo estuviera en tu lugar, iría a Lochmaben lo antes posible y esperaría escondido en el bosque, por si deciden adelantar la partida.

Edmund hizo girar al caballo y se preparó para abandonar el campamento de su sobrino, pero el joven no estaba dispuesto a dejarlo partir sin antes decirle:

– Si me has mentido, te juro que volveré y te mataré, tío.

Edmund lanzó una breve y áspera carcajada.

– Eres el digno hijo de tu padre, no puedes negarlo.

Luego galopó con sus hombres rumbo a Friarsgate y, al llegar allí, se encontró con Tom, que acababa de regresar de su visita a lord Dacre.

Los dos entraron juntos al salón, donde Rosamund los esperaba ansiosamente.

– ¿Y bien? -les preguntó.

– Según tu primo, me matará si le he mentido -dijo Edmund, chasqueando la lengua-. Pero no te preocupes, sobrina, ha mordido el anzuelo.

– ¿Y a ti cómo te fue, Tom?

Lord Cambridge hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

– Al principio, lord Dacre no lograba entender de qué estaba hablando. Pero le dije: "Querido muchacho, no he viajado por media Inglaterra para deleitarme con sus verdes colinas y tomar aire fresco. La información que te traigo proviene de una fuente impoluta y digna de fe". Luego, hice referencia a su pésima costumbre de atacar las fronteras, pese a que el rey le había pedido que se detuviese. "Me enteré de pura casualidad cuando estaba en la corte y convengamos que tus continuas incursiones ponen en peligro a los ingleses que vivimos allí. Mi prima, lady Rosamund Bolton, íntima amiga de la reina Catalina, y cuando digo 'íntima' me refiero a una amistad que data de la infancia, tiene una importante propiedad, Friarsgate, situada junto a la frontera’’. Después bajé la voz y decidí tratar a lord Dacre como si fuera un amigote, y para eso no hay nada mejor que compartir algunos secretillos. "Dentro de dos años, su hija será dama de honor de la reina. Y si tú no dejas de armar revuelo, a despecho del edicto del rey, los escoceses terminarán por vengarse depredando cuanto encuentren a su paso: Friarsgate, entre otras cosas. Ahora escúchame bien, mi querido. Uno de los hombres encargados de custodiar Friarsgate tiene una hermana casada con un escocés. Y él le ha dicho que en una abadía, en Lochmaben, hay un enorme cargamento de oro que transportarán a Edimburgo dentro de tres días. Al parecer, lo escondió allí el finado conde de Bothwell para Jacobo, pero ahora lo necesita la reina regente para mantener a su hijo, el pequeño rey. Si te apoderas del oro, nuestro soberano se sentirá de lo más complacido. Últimamente ha tenido problemas con su hermana, Margarita de Escocia, y si logra despojarla del precioso cargamento, ella se verá obligada a comportarse de un modo más razonable. ¿Te das cuenta de lo que te digo? Claro que si tienes miedo de esa banda de renegados que han estado acosándonos, te comprendería, querido muchacho, aunque me pregunto si Enrique Tudor lo entenderá".