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Rosamund y Edmund se desternillaron de risa.

– Eres un perfecto malvado, Tom Bolton. ¿Crees que lord Dacre seguirá tu consejo?

– Le di todos los detalles, el dónde y el cuándo, además de sugerirle que se apresurara. Y, como Edmund, dejé a un hombre en las inmediaciones para vigilarlo, que regresará cuando nuestras crédulas víctimas lleguen a Lochmaben y todo haya concluido. Lord Dacre y sus hombres están armados hasta los dientes.

– Henry no se dará fácilmente por vencido -comentó Edmund.

– Tal vez, pero terminará perdiendo -dijo Tom.

– Entonces solo nos resta esperar las noticias -replicó Rosamund.

– ¿Dónde está tu aguerrido escocés, preciosa?

– ¡No es mío, Tom!

– Por supuesto que lo es -respondió lord Cambridge con una sonrisa-. ¿Pero dónde está, si se puede saber?

– Ha ido a Lochmaben. No creeré que Henry esté muerto hasta que no vea su cadáver y lo entierre.

– ¡Por Dios, querida! Me alegro de no ser tu enemigo -exclamó Tom.

– No lo hago por venganza, Thomas Bolton, sino para proteger a Philippa. Es mi primo, tenemos la misma sangre y, por lo tanto, debemos enterrarlo aquí. Como su padre, es lo único que obtendrá de Friarsgate.

Al cabo de diez días llegó Logan con sus hombres. Entre ellos había un caballo sin jinete con un cuerpo colocado sobre el lomo. El cadáver había comenzado a heder, pero Rosamund, anticipándose a los acontecimientos, ya había mandado cavar una sepultura y tenía listo el sudario. Envolvieron el cadáver en el lienzo mortuorio. Rosamund observó el rostro de su primo: la muerte lo había transformado en un muchacho hermoso y apacible, nada peligroso. Meneó la cabeza en silencio y luego se encargó personalmente de coser los extremos del sudario antes de darle cristiana sepultura.

– Se acabó, por fin -dijo, cuando todos se hubieron reunido esa noche en el salón-. Me pasé la vida batallando con Henry el viejo y con Henry el joven. Por suerte, la pesadilla terminó.

Luego se dirigió a los tres hombres allí sentados y les dio las gracias.

– ¿Todo salió tal como lo planearon? -preguntó Maybel, ansiosa de conocer los detalles.

– Exactamente -replicó Logan-. Nunca supe de un plan ejecutado con tanta perfección. Ambos grupos llegaron sin percatarse de la existencia del otro. Se situaron en los lados opuestos del camino, y después de hablar en secreto, se mantuvieron silenciosos y al acecho. Henry fue el primero en dirigirse al carro. Al verlo, los falsos monjes saltaron del pescante y huyeron a los bosques. Y en ese momento, lord Dacre y sus hombres los atacaron por sorpresa. El lord supuso que eran escoceses y se comportó como un salvaje. Ninguno de los hombres de Henry sobrevivió. -Logan hizo una larga pausa, rememorando lo ocurrido. -Lord Dacre levantó la cubierta del carro y sacó uno de los ladrillos. Sintió el peso y sonrió con deleite. Al desenvolverlo y comprobar lo que había dentro, lanzó una maldición. Después, él y sus hombres comenzaron a desenvolver los ladrillos hasta que no quedó ninguno. Jamás en mi vida escuché juramentos tan variados y coloridos -dijo Logan, sonriendo.

– ¿Qué ocurrió entonces? -preguntó Maybel. Su curiosidad era tan grande que estuvo a punto de caerse de la silla.

– Él y sus hombres galoparon rumbo a la abadía y, desde luego, la encontraron desierta. Luego, retornaron al camino y desmontaron para examinar cuidadosamente el vehículo. Yo estaba lo bastante cerca como para oír al inglés. Supuso que los monjes habían escapado sabiendo que el carro estaba vacío, pero que el oro, seguramente, había estado allí, escondido en Lochmaben, a causa de los renegados que intentaban robarlo. Así pues, llegó a la conclusión de que un vehículo con un precioso cargamento se encontraba entre ese lugar y Stirling, y que procuraría encontrarlo antes de que fuera demasiado peligroso para él y sus hombres adentrarse en territorio escocés. Desengancharon los caballos del carro y se los llevaron con la tropa.

– De modo que perdiste dos caballos. Lo siento -intervino Rosamund-. Te los repondré.

– No es necesario. Los volví a robar esa misma noche.

Todos soltaron una carcajada y luego los sirvientes empezaron a servir la cena. Habían convenido que Logan pasaría la noche en Friarsgate.

– Mañana traerás a las niñas -acotó ella.

– Si quieres a Banon y a Bessie de regreso, tendrás que ir a buscarlas a Claven's Carn, Rosamund Bolton -dijo. Y sus ojos azules brillaron de pura malicia.

Rosamund sintió que la furia la invadía y lo miró encolerizada. Pero Logan, sentado a la mesa frente a ella, se limitó a fruncir los labios como si le estuviera dando un beso. Ante la sorpresa de la familia, Rosamund se mantuvo en silencio. Sabía lo que él estaba pensando y también que estaba conteniendo la risa. No permitiría que Logan Hepburn le hiciera perder los estribos. Luego, con un gesto de burla, levantó la copa a su salud y la bebió de un trago. Lo escuchó chasquear la lengua mientras ella apoyaba la copa de nuevo en la mesa.

Más tarde, Edmund y Tom jugaron una partida de ajedrez junto al fuego. Maybel cabeceaba, somnolienta, con los pies extendidos hacia el calor de la chimenea. Varios lebreles deambulaban por el salón y el único gato de la casa dormitaba en el regazo de Philippa.

– ¿Estoy realmente a salvo, mamá? ¿Friarsgate también?

– Todos estamos a salvo, muñeca. Un día heredarás Friarsgate, y después de ti, lo heredarán tus descendientes. No habrá nadie que te lastime, ni a ti ni a los tuyos.

Rosamund pasó un brazo en torno a su hija y Philippa recostó la cabeza en el hombro de la madre, buscando seguridad y consuelo.

– Jamás seré tan valiente como tú, mamá.

– Quise que tú y tus hermanas tuvieran una infancia más dichosa que la mía. Pero también han tenido su cuota de tristeza, mi ángel. Sé cuánto te dolió perder a tu padre.

– Pero si te casaras de nuevo, mamá, tendría otro padre.

– Veremos -musitó Rosamund, sin percatarse de que Tom acababa de dar un respingo al escuchar otra vez esa palabreja.

– ¿Cuándo volverán Banon y Bessie, mamá?

– Pronto. Y ahora vete a la cama, Philippa.

La niña se despidió de sus mayores con una reverencia. Maybel y Edmund no tardaron en retirarse y lord Cambridge, tras servirse una última copa de vino, se deslizó fuera del salón.

Rosamund se levantó de la banqueta donde había estado sentada con Philippa y se dispuso a acompañar a Logan al cuarto de huéspedes.

Una vez que llegaron a la habitación, Rosamund abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarlo pasar, pero él la tomó de la mano y la arrastró al interior, cerrando la puerta tras de sí.

– ¡Logan!

Él le tapó la boca con un profundo beso.

– Esta noche, señora, empezaremos a conocernos, algo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo, pero tú preferiste casarte con otros hombres. Estamos demasiado grandes para esta clase de juegos, querida mía -dijo, estrechándola contra su cuerpo.

– Yo no he dicho que me casaré contigo -murmuró Rosamund sin aliento.