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Logan recorrió con el índice el perfil de la muchacha, con infinita ternura.

– No te pedí que te casaras conmigo, Rosamund -respondió con voz suave-. Sólo he dicho que ha llegado la hora de conocernos en el sentido bíblico, mi querida.

– Quieres hacerme el amor.

– Sí, quiero hacerte el amor.

– Logan… Oh, Logan. No sé si podré amarte como tú me amas.

– ¿Ves? Acabas de reconocer que te amo. Es un buen comienzo, mi vida.

Logan le besó dulcemente la frente, los párpados, la nariz y, finalmente, sus apetitosos labios. Luego, sus ojos indeciblemente azules se encontraron con los ambarinos de ella. Su mano le acarició la mejilla.

– Nunca me amarás como amaste a lord Leslie, Rosamund. Pero me amarás, te lo prometo.

Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de la joven y él se las bebió a besos. Luego, la hizo girar y comenzó a desabrocharle su sencillo vestido de terciopelo marrón, al tiempo que le besaba la nuca.

Rosamund suspiró, preguntándose por qué se sentía de pronto tan aliviada.

– Pareces tener mucha experiencia en estos menesteres, Logan Hepburn -dijo, recuperando el equilibrio. Acto seguido se dio vuelta para enfrentarlo y empezó a desabrocharle el jubón.

– Sí, tengo bastante experiencia -admitió con una sonrisa modesta, alzándola, depositándola en la cama y arrodillándose para sacarle los zapatos y las medias.

– No he terminado de desvestirte -dijo Rosamund con cierto descaro.

– Yo lo haré más rápido, paloma -replicó el señor de Claven's Carn. Y procedió a quitarse la camisa, los zapatos y las medias. Finalmente, se liberó de los calzones y se metió en la cama. Por pudor, había dejado a Rosamund en camisa, pero él estaba tan desnudo como Dios lo echó al mundo.

– Eres un hombre fornido -apreció ella tras echarle un vistazo.

Logan asintió y comenzó a desatarle los lazos que cerraban su camisa. Luego separó las dos mitades y se quedó mirando el pecho de Rosamund.

– ¡Dios santo! Eres increíblemente bella -exclamó, contemplando sus redondos senos con admiración, aunque se abstuvo de acariciarlos.

– ¿No quieres sacarme la camisa ahora? -le preguntó suavemente la joven, observando los maravillosos ojos azules de Logan. Era un hombre tan apuesto que no pudo contenerse y hundió la mano en su cabello negro y rebelde.

– No. Quiero sumergirme en tu belleza un poco más. No soy un hombre codicioso -dijo, inclinando la negra cabeza y besándole un pezón.

Ella se estremeció de placer ante el contacto de una boca masculina después de casi dos años de abstinencia amorosa.

– Me encanta -susurró Rosamund, con los ojos entrecerrados.

– Me alegro, pues quiero saber lo que te agrada para enseñarte luego lo que a mí me gusta.

– ¿Y si descubrimos que no disfrutamos el uno del otro?

– Entonces, cada uno seguirá su camino, señora -respondió en un tono ligeramente irónico.

– ¿Qué? -Gritó Rosamund, apartándolo de un empujón-. Ustedes me seducen y después me abandonan, malditos escoceses. Y tú, Logan Hepburn, eres el escocés más canalla y sinvergüenza de todos.

– Señora, fue usted la que ha puesto en duda nuestra pasión, no yo.

Rosamund se preguntó qué demonios estaba haciendo allí, y sin pensarlo dos veces saltó de la cama, resuelta a vestirse y a abandonar el cuarto.

– ¡Jamás seré tuya, monstruo del infierno!

– Claro que serás mía, querida.

Logan se levantó y la siguió hasta atraparla. Le sacó la camisa y la abrazó con fuerza. Los senos de Rosamund se aplastaron contra el velludo pecho del joven. Sus vientres se unieron.

– ¡Maldito seas, Logan! ¿Acaso piensas violarme?

Nunca se había sentido tan desnuda como ahora y no vaciló en golpearlo con los puños. Él se limitó a rodearle el rostro con las manos y a cubrirlo de besos. Su boca era insistente, exigente y húmeda. No permitiría que lo rechazara y ella se dio cuenta de que ambos se necesitaban en igual medida.

– Si realmente quieres irte -le dijo de pronto, aflojando el abrazo-, entonces vete, muchacha. Pero si te quedas, no podrás evitar que estos dos cuerpos enfebrecidos sean uno solo.

Los ojos azules la miraban fijamente.

– No lo sé -murmuró ella.

– ¡Sí que lo sabes!

– ¿En verdad me amas, Logan Hepburn?

– Desde que tengo memoria, Rosamund Bolton. Y siempre te amaré -dijo con voz calma y segura.

– No quisiera cometer una tontería.

– Hablaremos de eso en la mañana, mi amor -dijo, tendiéndole la mano.

Ella la tomó, aceptando la invitación, y juntos volvieron a la cama donde yacieron en silencio. Lenta y tiernamente comenzaron a explorar sus cuerpos. Él le acarició los pechos. Ella le cubrió de besos el chato abdomen. Sus bocas se unieron, incansables. Sus miembros se entrelazaron. Rodaron de un lado a otro de la cama hasta que ella quedó debajo de Logan. Con infinito cuidado, como si fuera una virgen, entró lentamente en el cuerpo de la muchacha hasta llenarla con toda la intensidad de su deseo. Después, comenzó a moverse a un ritmo pausado. Ella echó la cabeza hacia atrás y gimió, presa de un placer creciente.

Cuando sintieron que el deseo por el otro se volvía insoportable, entrelazaron los dedos y, una vez alcanzado el clímax, se despeñaron juntos en el cálido abismo, satisfechos.

Después, le dijo que a la mañana siguiente retornarían juntos a Claven's Carn para contraer matrimonio.

– Si así lo deseas -se apresuró a tranquilizarla Logan, con una sonrisa.

Sus ojos llenos de amor la devoraban y ella pensó que le era imposible resistirse a tanta dulzura.

– No puedo vivir siempre en Claven's Carn. Soy la dama de Friarsgate.

– Y yo no puedo vivir siempre en Friarsgate. Soy el señor de Claven's Carn.

– Entonces haremos como los aristócratas ricos que se desplazan de una propiedad a otra. A veces viviremos en tu casa y a veces, en la mía.

– ¿Y si nuestros países siguen en guerra?

– En ese caso, tú te quedarás en Escocia y yo, en Inglaterra -respondió la joven con ánimo de provocarlo.

– Desde luego. Pero si nos mantenemos al margen de los enredos políticos y nos olvidamos de cuanto ocurre fuera de nuestras respectivas tierras, nunca nos separaremos -le dijo, dándole un beso en la punta de la nariz.

– Eres un hombre muy listo y me casaré contigo después de todo,

Logan Hepburn.

– ¿Llegarás a amarme algún día?

– Una parte de mí siempre te ha amado, Logan -admitió-. Seré una buena esposa y una buena madre para tu hijo, te lo prometo.

– Y yo seré un buen marido y un buen padre para tus hijas. Owein Meredith era un hombre honorable y pienso estar a su altura. No puedo defraudarlas.

– ¿Y si tenemos hijos, Logan?

– Pertenecerán a Claven's Carn -replicó con firmeza. Rosamund asintió.

– Entonces, asunto arreglado, milord. Ahora bien, en caso de tener hijos, me tendrás que prestar más atención de la que me has concedido hasta el momento -dijo, con el propósito de azuzarlo.

– Ya he puesto un hijo en tu vientre, Rosamund, pero a menos que la criaturita oponga reparos, tú y yo continuaremos practicando nuestro deporte favorito.

Rosamund soltó una carcajada y sintió que su corazón echaba a volar de felicidad. Sí, sería nuevamente dichosa, y con Logan a su lado su felicidad duraría para siempre, aunque el mundo que los rodeaba y al cual pertenecían no fuese el mejor de los mundos posibles.

EPÍLOGO

Logan y Rosamund no se casaron al día siguiente, sino un mes más tarde, el 18 de octubre, el Día de San Lucas. La ceremonia religiosa no se llevó a cabo en Claven's Carn ni en Friarsgate, sino en la frontera que separaba oficialmente Escocia de Inglaterra. La novia permaneció en el lado inglés y el novio no abandonó el suelo escocés. Ambos se mostraban sonrientes cuando unieron sus manos a través de la línea imaginaria que constituía el límite entre los dos países. Era un día perfecto de otoño. En el cielo, celeste y traslúcido, el sol resplandecía y quemaba la piel. Las colinas se hallaban cubiertas de una vegetación rojiza y dorada, y el aire estaba en calma.